Los trastornos del poder

* Vale la pena preguntarse si esta es la peor generación de gobernantes que por excepción nos tocó, o por el contrario, será la regla en la que toda persona que asume un espacio de poder público es susceptible de corromperse sólo porque puede.

 

Félix Santana Ángeles

Toluca, México; 3 de mayo del 2017. Frente a la vergonzosa numeralia nacional -doce exgobernadores priistas y panistas se encuentran detenidos y otros investigados por actos de corrupción, lavado de dinero, delincuencia organizada, narcotráfico, enriquecimiento ilícito, tráfico de influencias y desvío de recursos públicos- vale la pena preguntarse si esta es la peor generación de gobernantes que por excepción nos tocó, o por el contrario, será la regla en la que toda persona que asume un espacio de poder público es susceptible de corromperse sólo porque puede.

Para intentar responder a esta pregunta utilizaremos conceptos provenientes de la neurociencia, que nos permitan superar filias y fobias políticas, y así ubicar un escenario de mayor objetividad.

De acuerdo con el doctor Eduardo Calixto, la respuesta a esta interrogante se encuentra en las ocho características de la forma en la que funciona el cerebro de los políticos, el cual trabaja de manera diferente al de otros seres humanos. Para más precisión, el área responsable del robo de miles de millones de pesos se encuentra en la corteza prefrontal del cerebro, donde se desarrollan complejos procesos congnitivos implicados en la toma de decisiones, relacionados con la personalidad y el comportamiento social que involucra el proceso de aprendizaje. Esto es, un proceso biológico condicionado por un proceso social y viceversa.

Es así que, a medida que el ser humano asume responsabilidades públicas o poder político sobre una población, su cerebro comienza a desensibilizar la parte más inteligente del cerebro (corteza prefrontal), perdiendo los límites de sus actos y experimenta la sensación de poder ejercer su voluntad, por irracional que esta sea, sin la menor consecuencia para esos actos.

La primera característica de estos personajes que advierten estos procesos de involución cerebral acelerado, es que no hablan de su entorno personal ni sus gustos, aficiones o temores e incluso llegan al ridículo de referirse a ellos mismos en tercera persona.

Una segunda pista que denota a una persona afectada por el poder es que, al sentirse supervisado, da explicaciones sin que se las pidan.

Por el contrario, la tercera característica se revela cuando toman una decisión y no explican su razonamiento, sino que justifican las acciones escudándose en el cargo que ostentan, algo así como “soy el presidente”, o “lo tuve que hacer por el bien de todos”. Además, la cuarta aparece cuando se les cuestiona su proceder. Ellos, normalmente, son violentos, caprichosos y manipuladores.

Una característica más que los hace un objeto de estudio divertido pero al mismo tiempo no, es que son personalidades con doble moral. Exigen conductas intachables a la población para pagar impuestos u observar la ley, sin embargo, están conscientes de los fraudes, trampas y robos pero lo toman como parte de la normalidad en el ejercicio del poder público.

La sexta característica: cuando intentan enfatizar su posición, resultan histriónicos o caricaturescos en extremo y en situaciones complejas tienden a victimizarse.

Como número siete, tienden a sobreestimar sus capacidades individuales, sobredimensionando su actuar y convirtiéndose, al menos para sí mismos y para su círculo más cercano, en el eje y centro de todas las atenciones menospreciando a quien emite una opinión crítica o distinta.

Así arribamos a la octava característica. Los personajes, asumido el poder, construyen una personalidad narcisista que, en el extremo del ridículo, tramitan ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI). Así, encontramos su nombre como marca registrada.

Con base en esta descripción se puede asegurar que el prolongado proceso de degradación social y gubernamental que se vive en México no es sólo culpa de las instituciones educativas que fueron incapaces de inculcar valores a sus alumnos y que posteriormente se convertirían en funcionarios públicos, sino también de las “neuronas espejo” alojadas en la corteza prefrontal y que, al incrementar el poder público, perdieron sensibilidad y con ello anularon progresivamente la parte más inteligente de su cerebro.

No comparto la visión de aquellos que consideran que la corrupción es parte inherente del ser humano, y si partimos de la premisa de que las averías cerebrales de los exgobernadores tienen su origen en el ambiente social, entonces debe ser en él donde se construyan y afinen los mecanismos reguladores de vigilancia sobre la clase política. Resulta un avance el instrumento 3 de 3 de las declaraciones patrimoniales, fiscales y de intereses de los gobernantes, pero no son suficientes. El sistema anticorrupción debe ampliarse a un análisis desde la neurociencia que permita evaluar las condiciones de normalidad de aquellos que aspiran a administrar miles de millones de pesos desde los cargos públicos para evitar trastornos cerebrales por culpa del poder.

 

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