«¡Vamos a lincharlos!»

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* Los linchamientos están dirigidos contra integrantes del mismo estrato social o político, contra extraños que no pueden probar su dicho. O, aunque lo prueben, no basta. En algunos casos la turba ha capturado a culpables de algún delito, leve o grave, y la ejecución procede. Casi nunca irrumpe en las casas de los gobernantes para hacer justicia y reclamarles. No se les ocurre o no pueden o no sabe. Entonces, el linchamiento es una de las formas de violencia social que muestran el hartazgo… frente a la autoridad que no actúa, aunque el odio, el mensaje de la muerte siempre será dirigido contra un igual o similar, aunque sea culpable.

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Miguel Alvarado

Toluca, México; 28 de octubre del 2015. Yo vi esto. En 1999 fui a Lerma para tomar fotos sobre la toma del palacio municipal de ese municipio. Quienes lo hicieron eran vecinos que protestaban por la falta de agua y tenían razón en esa protesta.

Pero es que ahora quién no la tiene. Tiene razón hasta el que no la tiene.

Por la mañana habían cerrado la carretera México-Toluca por horas y en el diálogo conseguido con el gobierno de Arturo Montiel, recién llegado a la gubernatura del Estado de México, se había levantado aquella barricada. Ellos, los afectados, se retiraron al centro del municipio en espera de alguna respuesta. A las ocho de la noche aquella no había llegado, por lo que se decidió la toma, pensando que se quemaría el edificio si nada sucedía. Pero primero era la primero. Establecieron un cerco alrededor y cerraron las puertas, ya sin nadie adentro. Después, el sitio. Lerma, siempre falto de agua, hasta el 2015 sigue practicando bloqueos para obtener la atención de los responsables.

¿Agua? En junio del 2010 no la había y las acusaciones sobre incumplimiento de convenios llovían sobre el gobierno en turno, el del sobrino de Montiel, Enrique Peña.

¿Agua? Estaba la del río Lerma, el más contaminado del país, irrecuperable según la propia administración mexiquense y que ahora es uno de los temas centrales en la privatización del líquido, desde el Nevado de Toluca. Esa sed que padece Lerma, el volcán la tiene en exceso y alcanza para todo el valle. No es casualidad que el trazo de la carretera Toluca-Naucalpan suceda justamente sobre los ríos subterráneos en Xochicuautla, 70 metros abajo. Autopista, volcán y recurso hídrico van juntos y para Higa, la constructora, el verdadero negocio se encuentra en las profundidades.

Agua, pues, la que pedían los mismos vecinos de Xochicuautla, Atarasquillo, Analco, Cañadas y San Nicolás, todos pertenecientes a Lerma, en junio del 2010. Y agua era la que pedían aquel 1999, cuando uno iba a tomar las fotos a las diez de la noche. Cuando llegamos, antes de bajar del auto algunos de los pobladores se acercaron, mirando la cámara. Esperaron a que bajáramos y ya afuera, preguntaron qué queríamos.

– Somos reporteros –dijo uno, pero nadie escuchó.

– ¡Son de Gobernación! –gritó alguien tragado por la multitud y las sombras, propias de aquella historia, que dice que unas manos se alzaron como emergiendo del mar para agarrar –así se dice en Lerma- para agarra al más cercano y levantarlo en vilo, las sombras se abrieron dejando un camino casi perfecto hacia enfrente, donde estaba el líder.

*

II

Bueno, los linchados de Ajatla eran del municipio de Lerma. Habían ido a trabajar a Puebla y cuando alguien les preguntó qué hacían, qué eran, me acordé de Lerma, en 1999.

– ¿Qué haces aquí?

– ¡Soy reportero, son reportero!- contesté, contestó el otro.

– Somos encuestadores –dijeron los hermanos muertos, linchados la noche del 19 de octubre del 2015

– ¡Son secuestradores! –clarificó aquella voz de los mil rostros, o al revés, pero respondiendo de inmediato en la sordera más sangrienta. Porque eran encuestadores los hermanos José Abraham y Rey David Copado Molina, enviados a ese pueblo desde su trabajo.

Y entonces, porque eran encuestadores, dice CNN, -“hazte fan”, ponen los de esa agencia en sus páginas de información- se les echaron encima unos mil habitantes y si no los despedazaron fue porque alguien les roció gasolina, les prendieron fuego. No fueron todos los del pueblo, pero como si hubieran sido.

Pero mil son demasiados. Porque cuánto es tanto para que se considere una desgracia, una tragedia. Uno fue enterrado en San Lorenzo Huitzizilapan, Lerma, y el otro en el DF. En San Francisco Huiztizilapan, también en Lerma, hubo ya enfrentamientos contra la policía estatal, pero por el trazo carretero de Higa.

Esa es una zona demasiado complicada, dicen los ingenieros de Higa, acostumbrados al agua como a desalojar pueblos, pues, porque “¿a poco hay otra forma de hacer carreteras?”. Y como sucede en el estado de Guerrero o donde haya algo que extraer, las condiciones de la región se complican cuando se encuentra una mezcla de soldados, narcotraficantes y guerrilla, el ERPI. Eso, en Santa Cruz Ayotuxco, de Huixquilucan, donde una expropiación realizada por el gobierno de Eruviel Ávila permite a Higa y su Juan Armando Hinojosa avanzar hacia el DF por Naucalpan. Un amparo desde el Tribunal Agrario ha permitido parar las obras, que en realidad a nadie, ni a los dueños de la empresa le importa cuando el agua será más cara que el oro.

“O se quitan o les echamos al ejército”, les dicen a los comuneros hace tiempo los funcionarios del gobierno eruvielista, que por otra parte reciben ayuda de una guardia privada contratada por Autovan o la empresa Lince, subsidiarias de Higa y que es oriunda de la comunidad de El Hielo, Huixquilucan, uno de los más pobres de aquel municipio. Un asentamiento, dice el INEGI.

Higa eligió pasar por la zona de Ayotuxco por dos razones: la primera, pero no la más importante, es que se ha convertido en tierra de nadie. Hay colonias de Antorcha Campesina cuyos militantes invadieron terrenos ejidales, generando una batalla, primero legal, por el territorio. La detención de La Barbie, Édgar Valdez Villarreal, el 30 de agosto del 2010, precisamente en los límites de Lerma y Huixquilucan, dejó un vacío de poder que se fue llenando de “banditas” como La Mano con Ojos, desde la zona residencial del municipio de David Korenfeld y Alfredo del Mazo, y otras todavía menos poderosas, pero que consiguieron generar un primer ámbito de desorden. Meter miedo, por ejemplo, y dejarlo muy claro en el asentamiento de El Hielo era una parte de ese plan que parecía hacerse solo, armarse desde la casualidad, pero que en realidad busca despejar poblaciones para dejar paso a obras y extracción de recursos naturales. Esta última es la segunda razón de Higa. Hay algo para extraer.

Y allí en Ayotuxco se formó una línea de autodefensas que pronto pudo enfrentarse con los minicárteles que había dejado La Barbie a su paso e implementó un sistema de autogobierno que puso a temblar, primero al municipio y luego a la administración de Ávila Villegas. Esto, desde el 2014.

El Hielo, entonces.

Esas autodefensas atrajeron la atención de otros grupos, que en el imaginario mexicano de la información a ciegas son llamados guerrilleros como si fueran terroristas. Una guerrilla es lo que produce un Narcoestado y éste es uno de los más funcionales. El ERPI, dicen las autodefensas y también los paracaidistas de la Antorcha Campesina venidos sin ningún problema y hasta gratis desde Chimalhuacán, comenzó a trabajar en ese despojo que representaba el asentamiento pero cuyo resultado o destino es determinante para que Higa pueda avanzar. Por lo pronto a las autodefensas se les ha pedido que quiten retenes y que se registren ante el gobierno, que acepta por lo bajo.

Cerca, muy cerca de allí, hay otras curiosidades, una de ellas es una casa de retiro llamada Monachil, un “centro de reflexión y creación”, en el paraje de La Lomita Huiloteapan, casi vecina del Colegio Miraflores, escuela donde hasta hace un año, en junio del 2014 –antes de Ayotzinapa- estudiaban Paulina Peña Pretelini y Sofía Castro, hijas de Enrique Peña Nieto.

Enseguida aparece el Campo Militar Uno, cerca de Chichicaspa, a media hora de la cabecera municipal de Huixquilucan, borrado de los mapas digitales del INEGI, pero ahí. La mezcla espera, pues, para ser agitada en el momento conveniente.

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III

El 28 de octubre del 2015 el secretario general de Gobierno, José Manzur, decía, después de cuatro intentos de linchamiento en ocho días, que no habrá “justicia por propia mano ni (se permitirá) que la población ande armada”. Bien. Manzur es uno de los aspirantes a la gubernatura del Estado de México y hasta una de sus hermanas se ha encargado de repetirlo desde la dirección de la Preparatoria Tres de la Universidad estatal, donde mantiene régimen de dictadora. Ella, la doctora en Educación, María de los Ángeles Manzur Quiroga, ha logrado limpiar, como si se tratar de Xochicuautla, aquel plantel de indeseables. Ha sacado, ni modo, a los mejores profesores reubicándolos hasta en trabajos administrativos y desde allí gestionarse para ella la candidatura de su hermano. Pero poca cosa sería Manzur si solamente tuviera el poder del parentesco y su futuro –siempre piensa en lo que hay para él, el bien común- dependiera de eso.

Manzur ha sido hasta cortés para definir el entorno descompuesto del Edomex y que de paso refleja a su clase política, comenzado por Peña Nieto. Su frase, a pesar de educada, define y de paso recuerda la de otro personaje que en asuntos de seguridad no se anda por las ramas y que ha dicho que, precisamente, esa “seguridad nacional no se negocia con un grupo de culeros que controlan cinco municipios”, refiriéndose, desde luego, al caso de Ayotzinapa. También Juan Ibarrola, vocero del ejército, ha dicho que habrá que preguntarles a los gobiernos anteriores cómo les fue cuando ofendieron a las fuerzas armadas”, recopila el articulista Carlos Fazio.

Está bien, las frases no se parecen, pero eso de la justicia por propia mano recuerda un caso sucedido en Veracruz, cuando los guardaespaldas de Mónica Pretelini -la primera esposa de EPN que había fallecido hacía poco, el 11 enero del 2007- fueron ejecutados en el puerto cuando un grupo de sicarios les marcó el alto. Pobres, ellos ya lo sabían y hasta dóciles cumplieron con el trámite. Se bajaron a investigar mientras los niños de Peña escapaban en otra camioneta y ni siquiera se dieron cuenta. Esos cuatro, que habían cuidado a la primera mujer de Enrique hasta el último minuto, no pudieron pedir ayuda. Era jueves, creo, y la noticia llegaba después de la medianoche, desde el bulevar Ávila Camacho. Ellos se llamaban Fermín Esquivel Almazán, Rey Erick López Sosa, Roberto Delgado Nabor y Guillermo Ortega Serrano y Toluca, la ciudad a la que no quieren voltear los medios de comunicación considerados nacionales, sabe que estuvieron presentes cuando ella murió. Pero cómo estuvieron si ella, según la verdad oficial, murió en el hospital ABC en la ciudad de México, víctima de letal epilepsia, a los 44 años. Después, quienes mataron a los guardaespaldas fueron ejecutados en Luvianos, en el sur mexiquense, meses después, cuando uno de ellos se fue de la boca.

Eso fue como un linchamiento, de pronto da esa impresión. Unos fueron testigos involuntarios de una muerte. Estaban allí porque cuidaban a la Primera Dama. Digamos que iban de paso, pero desde entonces las autoridades se han escudado diciendo que fue una “confusión sicaria”. Luego, los que matan son matados. Pero si no, al menos ejemplifica lo que Manzur quiso decir con esa frase sesuda y acolmillada: no habrá “justicia por propia mano ni (se permitirá) que la población ande armada”.

Sólo los guardaespaldas de Peña, por si ocupan.

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IV

En El Hielo hay, comprobable desde el 2014, autodefensas, infiltrados del ERPI y narcotráfico. Ah, también están militantes de Antorcha Campesina. ¿Qué tiene ese asentamiento que genera tanto interés? A unos pocos kilómetros, la Zona Militar Uno del ejército mexicano cuida, observa mejor dicho, como dice que lo hizo en Iguala el 26 y 27 de septiembre del 2014.

El 7 de marzo del 2014 desde la más usada de las redes sociales, Facebook, se lanzaba esta convocatoria: “Vecinos de huixquilucan formemos autodefensas estamos artos de tantos crimenes y asaltos vallamos a huixqui y obligemos ala policia a cuidar se les invita a todos los vecinos a estar armados y cuidar todas nuertras comunidades desarmemos alos policias municipales tomemos sus armas y agamos rondines ya basta de asesinatos y corrupcion en el municipio agamos como en michoacan linchemos o matemos a rateros derroquemos al presidente municipal ya q es un idiota y no a hecho nada por frenar la delincuencia repito formemos autodefensas”, insertada en el muro “¿En Huxquilucan? por La Marquesa”.

El 30 de junio del 2014 otro grupo de autodefensas, pero en Tlalnepantla, en la colonia Lázaro Cárdenas, vecinos, taxistas y comerciantes cerraron filas y se armaron. Ellos escogieron el nombre de La Presa para su iniciativa, en realidad una brigada de 40 miembros pero apoyada por 600 personas. Ellos dicen que han rescatado a 82 personas víctimas de plagio exprés y han detenido a diez. Están armados y algunos tienen exclusivas del ejército. Un grupo más del valle de México, en Ecatepec, el 10 de diciembre del 2013 en la colonia Tolotzin I los vecinos se hicieron cargo de sí mismos.

No son como las autodefensas de Michoacán, Oaxaca o Guerrero, aunque los mueve un interés común: la protección del patrimonio. Todavía no se politizan ni estudiarán jamás el marxismo-leninismo, que por otro lado experimentarán o ya lo hacen desde la praxis.

Así, pues, primero la seguridad, luego la defensa contra el despojo. En Huixquilucan hay poco relacionado con la industria extractiva y sus minas de arena están, por ahora, bien determinadas. Pero hay espacio y es demasiado caro, además de una pobreza útil para elecciones pero también lista para detonar. El miedo es una de las armas más efectivas en contra de la población desprotegida y la región de Santa Cruz Ayotuxco, pegada a El Hielo tiene mucho. Por allí pasará el trazo de la autopista de Higa pero los predios tienen dueño desde los ejidos. Lerma, el vecino incómodo, observa los ejemplos de las autodefensas en la zona urbana más grande del país.

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V

La historia de los linchamientos en el Edomex la resume la reportera Claudia Carmona del diario local Alfa: “en los diez meses transcurridos de este año se han suscitado al menos 30 insurrecciones sociales en su forma de intentos de linchamiento”.

Pero entonces por qué suceden los linchamientos. Quizás porque uno dice que es encuestador y alguien repite, con eco malévolo, que están frente a un secuestrador, como en Lerma, en 1999, cuando La Barbie se encontraba en pleno proceso de formación, haciéndose el duro desde la escalada de posiciones.

Así, pues, es 1999, a mitad del año, cuando nos enviaron a tomar fotos de la toma del palacio municipal, como a las diez de la noche. Ya se dijo que los sitiadores del edificio esperaron a que uno bajara del auto para preguntar, desde el mar de manos más negras, que qué estábamos haciendo allí.

– …

– ¡Son de Gobernación, agarren a esos pendejos! –dijo alguien al mismo tiempo.

Levantado en vilo el reportero fue llevado con el líder de aquella manifestación, que tenía alrededor a unas 300 personas ocupando la explanada. Antes, la cámara que llevaba fue arrebatada y abierta –el tiempo de los rollos, mire usted-, confiscada porque allí estaban las pruebas. “Aquí tiene las fotos, aquí está lo que hizo”, recuerdo que dijeron desde la sed que en ese momento se aplacaba con cocacolas que las familias les llevaban.

Levantado así, entre cinco fue arrastrado el reportero, que miraba su cámara desaparecer por allí, en las manos de todos. A las puertas de aquel palacio en sombras estaba el líder o representante, un hombre viejo que parecía cansado, como un procurador cansado, sin casco ni chaleco reflejante.

– ¿Lo conoce?– le dijeron- ¿Lo conoce o lo ha visto en los bloqueos de la mañana?– le dijeron.

– ¿Traes identificación?– dijo como ido, viendo que ya había una distracción.

Mirado atrás, no se atrevió a decir que, a pedir que soltaran al reportero y mirando él por encima del detenido, abierto en una cruz, guardó primero el silencio más político para escuchar esas palabras desde los rostros negros, oír qué le decían ellos desde aquellas manos. Luego miró al reportero, buscando la identificación, que no llevaba.

Lo que dijo lo dijo por miedo, como el que de pronto se puede ver en el asentamiento de El Hielo o en los que andan en Iguala, comprando en el mercado. Y lo que dijo lo dijo dándose la vuelta, yéndose, dejando la decisión a los que habitan ese mar de manos, en las orillas sobre todo.

– No, no lo conozco.

*

VI

Qué es lo que yo he visto.

Que individuos hartos ponen sus manos en la justicia.

Que individuos llenos de miedo están hartos. Unos están paralizados y esa inmovilidad no les alcanza ni para el habla.

También pueblos hartos que no linchan, pero sí se enfrentan, levantados, contra el narcotráfico, las empresas extractoras, la inseguridad inmediata. Está bien lo que dice el sociólogo Raúl Rodríguez Guillen, en el estudio llamado “Crisis de autoridad y violencia social, los linchamientos en México”, donde apunta que “la crisis de autoridad es la causa más profunda de la violencia social y la indignación moral; es el detonante que expresa que los límites sociales se han roto y es necesario poner coto a la corrupción e ineptitud de las autoridades, así como el abuso que cometen en contra de la sociedad… mostramos cómo los linchamientos son una de las formas de violencia social que muestran el hartazgo… frente a la autoridad que no actúa o que lo hace de manera incorrecta”.

Los linchamientos están dirigidos contra integrantes del mismo estrato social o político, contra extraños que no pueden probar su dicho. O, aunque lo prueben, no basta. En algunos casos la turba ha capturado a culpables de algún delito, leve o grave, y la ejecución procede. Casi nunca irrumpe en las casas de los gobernantes para hacer justicia y reclamarles. No se les ocurre o no pueden o no sabe. Entonces, el linchamiento es una de las formas de violencia social que muestran el hartazgo… frente a la autoridad que no actúa, aunque el odio, el mensaje de la muerte siempre será dirigido contra un igual o similar, aunque sea culpable.

Qué extraña la multitud a veces, que se parece a las audiencias del futbol, los clubes metafísicos.

*

VII

– ¿Lo conoce? –le dijeron al líder.

– No, no lo conozco –respondió cansado, más dispuesto para irse a dormir que a quedarse a indagar. Como si eso importara, echó una ojeada al reportero que sostenían cinco, desde el cuello hasta las pantorrillas.

“Dice que no lo conoce, güey”, murmuró alguien por atrás.

Que no lo conoce, güey, repitió otro y luego el otro hasta que alguien, muy atrás, soltó el grito de “vamos a lincharlo”. Y el vamos a lincharlo activó algo en la multitud, algo que estaba allí desde antes y que paciente se fue cultivando hasta encontrar un resquicio y rebasar. Nadie culpó más a las autoridades, nadie se acordó de la respuesta no emitida por el gobierno de Arturo Montiel porque había un chivo expiatorio que, explican hasta los comentaristas de ESPN en un documental llamado “Catching Hell”, es necesario hasta en el beisbol cuando narran la historia de Steve Bartman, el hombre que al atrapar una pelota, pero quitándola prácticamente del guante del jardinero Moisés Alou, el 14 de octubre del 2013, alargaba la mala suerte contra la franquicia. Los Marlines estaban en la lona y faltaba un out para que los Cachorros malditos accedieran a la Serie Mundial. Era el sexto juego por el campeonato de la Liga Nacional y Bartman estaba sentado atrás, por el jardín central. Para el beisbol, Chicago es algo así como el Atlas mexicano, un grupo reunido para perder aunque jugaran bonito. “Al Atlas aunque gane”, dicen sus aficionados y los de Chicago ese día ya cantaban victoria porque era la octava entrada y ganaban tres a cero. Con uno retirado, Luis Castillo había botando la bola hasta más allá de la franja de advertencia pero Alou había saltado y su guante rebasaba incluso el barandal de las gradas. Era seguro, tenía la bola y Chicago ya soñaba con los Yanquis cuando Bartman metió las manos.

Y jaló la pelota, sacándola del guante de Alou.

Bartman jamás pudo retomar su vida y se convirtió en el símbolo más negro para la ciudad, que veía a su Cachorros perder, como siempre y desde 1908, la posibilidad del campeonato porque los Marlins, en la novena, les arracimaban ocho carreras dándoles piso. Luego, en el séptimo partido, definirían a su favor la serie. Bartman fue el chivo expiatorio para todo, a partir de entonces -se convirtió en un verbo, dice ESPN- y no fue linchado pero sí odiado para siempre por la comunidad beisbolera.

A Bartman lo lincharon los medios, como se acostumbra.

*

VIII

Entonces, vamos a lincharlo.

Jalaron al reportero hacia una de las columnas del ayuntamiento y allí lo repegaron. Pidieron a gritos un lazo pero en esa espera microsecuencial algo sucedió que de pronto alguien se dio cuenta de los que estaban haciendo. Fue lo mismo que la rabia pero a la inversa. Aquellos allí parecieron desconectarse y bajaron los brazos, lo recuerdo bien porque alguien entregó la cámara, ya sin rollo y abierta y abollada pero casi intacta, sólo desencajada, balanceándose. Alguien estiró los brazos y sacó al reportero, lo subió al auto y se lo llevó.

El lazo llegaba pero no había ya quien lo sostuviera.

La turba, que ya no lo era, observó todo como despertada o, peor aún, como adormecida.

Y así es como a veces sucede todo.

«¡Vamos a lincharlos!»