El poder político de México

* Tenemos la esperanza de que en tribunales internacionales se alcance la justicia y sea nuestra generación la primera en ver a un expresidente mexicano enjuiciado y sentenciado por crímenes de lesa humanidad.

 

Félix Santana Ángeles

La virulenta reacción del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong y de los dirigentes políticos del PRI y PAN en contra de los señalamientos que hiciera Andrés Manuel López Obrador en Nueva York sobre la participación del Ejército mexicano en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, saca a la luz pública el binomio cívico-militar que mantiene en el poder a la élite gobernante y desde hace varias décadas saquea los recursos naturales, implementando la  necropolítica como método para el uso y administración de la muerte que les garantiza el control social.

Este alto funcionario, que exige a AMLO pruebas para que las presente ante ministerio público, quiere aprovechar la disputa interna entre las diferentes facciones del gobierno de Enrique Peña Nieto para empujar la Ley de Seguridad Interior antes del proceso electoral de 2018, colocando a las fuerzas armadas en franca oposición a Morena.

Si quiere pruebas, habrá que recordarle al secretario de Gobernación que el pasado 31 de agosto de 2015 la Procuraduría General de la República (PGR), encabezada por Arely Gómez, entregó a la familia del normalista Julio César Mondragón Fontes 132 hojas foliadas con el logotipo de la empresa Telcel (Radiomóvil DIPSA, SA de CV). En el centro de cada foja se lee la leyenda “CONFIDENCIAL”, y forman parte del expediente de 54 mil páginas sobre el caso Ayotzinapa y contienen las comunicaciones del equipo celular del estudiante brutalmente asesinado.

La sábana de llamadas contiene, al menos, nueve tipos de datos: el “teléfono” de Julio, el “tipo” que registra diversos accesos a ese teléfono como datos por internet, mensaje de dos vías, voz saliente, voz entrante, voz tránsito, voz transfer y mensaje multimedia; el “número A”, que se refiere al número de aparato con el que se comunica; el “número B”, que es el servicio al que se enlaza; “fechas”; “hora” con minutos y segundos; “duración” de la actividad; “IMEI” (Sistema Internacional Móvil de Identidad) y “ubicación geográfica”.

En esos documentos se muestran comunicaciones, horarios y ubicaciones del número celular 7471493586 con el IMEI 353649051469880, propiedad del normalista ejecutado extrajudicialmente el 26 de septiembre de 2014 en Iguala Guerrero. Estos registros forman parte de las redes técnicas y mapas georreferenciados validados por la Dirección General del Cuerpo Técnico de Control (DGCTC) de la SEIDO y la Dirección de Análisis Táctico (DGAT) de la Coordinación de Investigación de Gabinete (CIG) de la División de Investigación (DI) de la Policía Federal, dependiente de la Comisión Nacional de Seguridad de la Segob.

Si el secretario de Gobernación tiene un interés legítimo por resolver el tema de los 43 jóvenes desaparecidos, no tendrá inconveniente en preguntar a sus subordinados quién y con qué finalidad estableció comunicación con el celular de Julio César Mondragón Fontes a través de los números telefónicos 5585583974, 5561144296, 5561083626 y 5536438524, los días 17, 18 y 19 de octubre de 2014, 2 y 4 de abril de 2015, desde la coordenada 19 grados, 18 minutos 16 segundos latitud Norte y 99 grados, 14 minutos, 17 segundos longitud Oeste, que a propósito coinciden con las instalaciones del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), en la delegación Magdalena Contreras.

Exigen respeto a las fuerzas armadas y demandan pruebas sobre la participación de los soldados, pero hacen oídos sordos cuando en documentos clasificados el titular de la Unidad Especializada en Investigación de Delitos en Materia de Secuestro de la PGR, Gualberto Ramírez Gutiérrez, exhibe la conexión entre el equipo celular modelo LG-L9 de Julio César Mondragón, y el interior de las instalaciones del Campo Militar 1A de la Ciudad de México, en Lomas de Sotelo, a través de los teléfonos 5511425164, 5551865625, 5513606680 y 5518155210 los días 21, 23, 25 y 27 de octubre y  1 de diciembre  de 2014.

Estas “pruebas” las publicamos el mes de agosto de 2016 en el libro “La guerra que nos ocultan” de editorial Planeta, los periodistas Miguel Ángel Alvarado, Francisco Cruz y Félix Santana, donde se expresa que el poder político en México no despacha desde el Palacio Nacional o la residencia oficial de Los Pinos sino en los cuarteles militares.

Frente al vacío de autoridad, las fuerzas armadas han subordinado a las autoridades civiles y militarizando las funciones de seguridad pública y basta examinar la reglamentación al artículo 29 Constitucional que permite establecer el Estado de Excepción en zonas específicas del país, suspendiendo derechos y garantías.

Lo mismo sucede al revisar las modificaciones al Código de Justicia Militar que faculta a la autoridad militar a ejercer funciones civiles en tiempos de paz, autoriza a los militares a catear domicilios y oficinas de los tres niveles de gobierno en despachos de los poderes ejecutivos, legislativos o judiciales, organismos constitucionales autónomos o instalaciones de la policía o el ministerio público, además de intervenir comunicaciones privadas e incluso ubicar en tiempo real dispositivos móviles de telecomunicación.

Para ampliar su control, pretenden implementar la Ley de Seguridad Interior con la cual legalizarían los patrullajes y retenes que actualmente realizan el Ejército y la Marina de manera inconstitucional, proponen establecer bases de operaciones móviles y fijas, puestos de seguridad, intercepción terrestre, áreas y marítima, reconocimientos, escoltas y brindar seguridad a las instalaciones estratégicas; también les permite utilizar cualquier método para la obtención de información, lo que implica un retroceso en materia de derechos humanos pues la tortura, la desaparición forzada, las ejecuciones extrajudiciales o el secuestro se han convertido en los instrumentos generadores de inteligencia más socorridos por las fuerzas policíacas y militares de nuestro país.

En los últimos años hemos transitado lentamente hacia un Estado militar donde la guerra en contra del narco sólo es una fachada que ha permitido la consolidación de emporios económicos basados en el tráfico de drogas, el saqueo de los recursos naturales, el control de territorios o rutas comerciales, desplazando a comunidades enteras, ejecutando o “abatiendo” a los líderes sociales que se resisten a la implementación de la necropolítica para facilitar la neocolonización y saqueo de los recursos naturales, implementada desde los poderes fácticos y apoyada por el Estado con máquinas de guerra, institucionales o paramilitares al servicio de los poderes económicos supranacionales.

No somos ingenuos, sabemos que la exigencia de pruebas a Andrés Manuel López Obrador sólo pretende golpearlo políticamente, estamos conscientes de que ninguna institución que imparta justicia resolverá la grave crisis en materia de derechos humanos. Sin embargo, tenemos la esperanza de que en tribunales internacionales se alcance la justicia y sea nuestra generación la primera en ver a un expresidente mexicano enjuiciado y sentenciado por crímenes de lesa humanidad.

El poder político de México

México en llamas

* La toma de casetas y bloqueos de gasolineras contrastaban con el método de los que robaron: las primeras, casi todas pacíficas y encabezadas por ciudadanos y organizaciones y por otra los asaltos a centros comerciales dirigidas por embozados de disciplina castrense mostraron que la perversidad del Estado no ha encontrado su límite.

 

Félix Santana Ángeles

Toluca, México; 4 de enero del 2017. En su cuenta de twitter el secretario general de Gobierno del Estado de México, José Manzur, continúa su campaña personal para competir como candidato para la gubernatura enviando felicitaciones y abrazos y la página web del Estado brinda recomendaciones para la temporada invernal. El Ejecutivo mexiquense, el priista Eruviel Ávila registró su última actividad en redes sociales el 26 de diciembre de 2016, a las 13:31 anunciando el retiro de escombros por la explosión del mercado de San Pablito en Tultepec, antes de reaparecer en Panamá, el 3 de enero del 2017, firmando con sus pares “lazos culturales y turísticos entre sus territorios”.

En estos 10 días de ausencia gubernamental y bajo el grito de “fuera Peña” y “no más gasolinazos”, el Estado de México inició el 2017 en medio de una grave crisis social por el aumento de la gasolina, la cual se ha manifestado con bloqueos carreteros en vialidades primarias la entidad, saqueos de tiendas de conveniencia, centros comerciales, tomas violentas de gasolineras e intentos por incendiarlas, traslado clandestino de combustibles, retención de pipas propiedad de Pemex y actos vandálicos contra unidades del Mexibús.

De acuerdo con reportes oficiales de la Comisión Nacional de Seguridad Pública, la irritación popular ha bloqueado, en dos días, 41 vialidades: 22 carreteras el 2 de enero y 19 autopistas el día 3, afectando a 16 estados de la república, de las cuales los mexiquenses molestos tomaron las carreteras México-Toluca, Toluca-Naucalpan, México-Querétaro, Lechería-Chamapa, Santa Bárbara-Izúcar de Matamoros, México-Pachuca y Texcoco-Ecatepec.

Adicional a los bloqueos se registró una serie de protestas como la de San Francisco Zacango, municipio de Acolman donde los inconformes destruyeron una patrulla municipal y tomaron la estación de servicio de gasolina 11086, regalando el combustible en protesta. Por su parte, en Chiconcuac, detuvieron un camión que transportaba material de construcción pero también trasladaba clandestinamente 11 mil litros de diésel.

En el municipio de donde es originario el gobernador, los vecinos de Santo Tomás y Santa María Chiconautla en Ecatepec detuvieron una pipa de Pemex y regalaron su contenido, sin embargo, en medio de las protestas y bloqueos carreteros, manifestantes vandalizaron 11 unidades de las cuales a cinco les quebraron los vidrios, todas ellas pertenecientes a la Línea 1 del Mexibús que circula de Ciudad Azteca a Ojo de Agua. Obviamente, el servicio de transporte masivo quedó detenido.

Al norte de la entidad, en el paraje Puerto de Chivos, entre Atizapán y Nicolás Romero, con el pretexto de inconformarse por el aumento de la gasolina, un grupo de encapuchados saquearon las tiendas Oxxo y Chedraui destruyendo los establecimientos. Los robos se detuvieron, según denuncias en redes sociales, después de una larga y sospechosa espera por elementos del ejército y la policía federal pero  la ausencia de la autoridad municipal y estatal.

El miedo se extendió hacia el municipio vecino de Naucalpan creando un ambiente de psicosis, exhortando a no salir a las calles, donde manifestantes realizaban protestas y bloqueos en la avenida Luis Donaldo Colosio en la colonia Loma Linda. También  Periférico Norte fue bloqueado a la altura de la avenida Primero de Mayo que comunica al Mexipuerto de Cuatro Caminos con la carretera México-Toluca.

En Tultepec vandalizaron una gasolinera y saquearon una tienda Súper K, en las zona limítrofe con el municipio de Cuautitlán; en la colonia Praderas de Tutitlán saquearon una gasolinera y una tienda de conveniencia “Extra” ubicada frente a Plaza Jardines; en Xonacatlán presuntos manifestantes saquearon Bodega Aurrerá, por lo que propietarios de comercios en el centro de la localidad cerraron ante el temor de ser saqueados.

En Tepotzotlán ciudadanos inconformes abrieron la caseta de la autopista México-Querétaro permitiendo el paso a los usuarios, sin pagar peaje. En Valle Dorado, municipio de Tlalnepantla, vecinos tomaron la estación de servicio de gasolina, que se encuentra sobre avenida de los Jinetes.

Finalmente, en la capital del estado, manifestantes bloquearon la carretera México-Toluca, el saldo fue cinco detenidos por la Policía Federal, posteriormente transportistas marcharon con rumbo al Palacio de Gobierno estatal  generando una mayor carga vehicular. Al momento se han registrado 46 detenidos por actos de rapiña en tiendas de autoservicios.

La furia desatada pronto tomó otro perfil porque grupos de choque fueron enviados por el gobierno federal para simular la violencia. La toma de casetas y bloqueos de gasolineras contrastaban con el método de los que robaron: las primeras, casi todas pacíficas y encabezadas por ciudadanos y organizaciones y por otra los asaltos a centros comerciales dirigidas por embozados de disciplina castrense mostraron que la perversidad del Estado no ha encontrado su límite. La mano más dura del gabinete de Enrique Peña Nieto mece una vez más la cuna que se le ha encomendado y el sello de Luis Miranda Nava, secretario de Desarrollo Social, muestra cómo se opera ante las contingencias. La violenta personalidad de Miranda Nava termina por utilizar a organizaciones como Antorcha Campesina para crear las condiciones idóneas: caos controlado desde la infiltración que justifique la entrada del ejército, permitida ya desde las modificaciones a la Ley Reglamentaria del Artículo 29, impulsada entre otros por el priista César Camacho Quiroz y que autoriza un Estado de Excepción derivado de perturbaciones graves y la consiguiente anulación de todas las garantías ciudadanas. El PRI sabe que perderá el Estado de México en las próximas elecciones pero también que para gobernar no necesita ganar ningún proceso. Al grupo político de Peña Nieto le basta con sembrar el terror y seguir aliado a las fuerzas de seguridad. Por lo pronto, lo único seguir es que la pérdida del Edomex representa olvidarse de la Presidencia de México.

En el escenario del desabasto de combustibles campea el aumento del precio de la electricidad en el sector industrial, de 3.2 a 4.5 por ciento, porque el gobierno federal ha decidido asumir el costo de las pensiones de la Comisión Federal de Electricidad beneficiando al Sindicato afín al PRI; la liberalización del precio del gas LP también aumentará su costo por tanque de 20 kilogramos, de 231 a 270 pesos; vendrá una cascada de aumento en los precios de los alimentos, transporte y bienes básicos, generando una espiral inflacionaria de pronóstico reservado si se concretan los dos gasolinazos más, previstos para el 4 y 11 de febrero y el inicio de incrementos permanentes a partir del 18 de ese mes.

La protestas ha comenzado a salirse de control, la violencia se asoma peligrosamente y la tentación gubernamental de imponer un Estado de Excepción se hace cada vez más presente para imponer una pax porfiriana. Si no se da marcha atrás al aumento de los precios de los energéticos por parte del gobierno, se avanzará en una espiral autodestructiva que abiertamente puede detonar la violencia que por largas décadas la oposición política electoral ha retardado. Y en ese escenario todos perdemos por culpa de la rapacidad del modelo neoliberal y las empresas multinacionales y la corrupción e incompetencia de la clase política gobernante.

México en llamas

El soldado César Camacho

 

* El desempeño legislativo de César Camacho conocería las grandes ligas, el 27 de octubre de 2016, cuando fue designado por Humberto Castillejos, el consejero jurídico de la Presidencia de la República y por los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas, para ser portavoz y firmante de una iniciativa de Ley de Seguridad Interior junto con la también priista Martha Sofía Tamayo Morales.

 

Félix Santana Ángeles

Ciudad de México; 22 de noviembre del 2016. El diputado federal priista, César Camacho Quiroz, ha comprado un boleto en la historia de México no por su gris interinato como gobernador del Estado de México en 1995, cuando en titular del Ejecutivo mexiquense en ese entonces, Emilio Chuayffet, se iba a la Secretaría de Gobernación, llamado por Ernesto Zedillo; tampoco por usar sus exclusivos relojes Patek Philipe Nautilus, con un costo de medio millón de pesos, sino por su desempeño como legislador en el Congreso de la Unión.

Evidentemente su aportación legislativa, como senador y diputado hasta el momento, ha sido un claro ejemplo de mediocridad, pues basta ver la web del Congreso para conocer el contenido de su trabajo como legislador, con iniciativas tan vacuas como declarar el 17 de septiembre “Día nacional contra la desaparición forzada de personas”, o la intensión de crear un Centro de Estudios de los Derechos Humanos de Población Vulnerable.

El desempeño legislativo de César Camacho conocería las grandes ligas, el 27 de octubre de 2016, cuando fue designado por Humberto Castillejos, el consejero jurídico de la Presidencia de la República y por los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas, para ser portavoz y firmante de una iniciativa de Ley de Seguridad Interior junto con la también priista Martha Sofía Tamayo Morales.

La iniciativa presentada no es resultado intelectual de los priistas en cuestión, sino parte de un entramado institucional que inició con la reglamentación al artículo 29 Constitucional que permite establecer el Estado de Excepción en México a solicitud del presidente, con la cual se suspenden los derechos y garantías que pueden ser obstáculo para hacer frente a una situación de emergencia como en caso de invasión, perturbación grave de la paz pública y otro que ponga a la sociedad en grave peligro o conflicto.

Un engranaje más que progresivamente ha consolidado la superioridad de las fuerzas armadas son las reformas al Código de Justicia Militar de abril de 2016, que faculta a la autoridad militar a ejercer funciones civiles en tiempos de paz, facultando a los juzgados de control militares la posibilidad de ordenar cateos en casos de disciplina militar relacionados con crimen organizado, homicidio doloso y violentos con armas de fuego o explosivos.

Además autoriza a los militares a catear domicilios y en los tres niveles de gobierno las oficinas los poderes Ejecutivo, Legislativo o Judicial, organismos constitucionales autónomos o instalaciones de la Policía o el Ministerio público, intervenir comunicaciones privadas e incluso ubicar en tiempo real dispositivos móviles de telecomunicación.

El poder en México no despacha desde el Palacio Nacional o la residencia oficial de Los Pinos, sino en los cuarteles militares, y habrá que recordar que el pasado 20 de noviembre en el Campo Marte, Enrique Peña Nieto encabezó la ceremonia de 167 ascensos al grado inmediato, entre los cuales 70 asumieron como nuevos generales.

Un dato adicional que puede ayudar a entender a esta casta de privilegios llamada ejército mexicano se puede encontrar en el tabulador de sueldos de la Secretaría de la Defensa Nacional, en la que se especifica que un coronel tiene un sueldo mensual bruto de 92 mil 439 pesos, un general brigadier cobra un salario de 121 mil 433, un general de Brigada 158 mil 601 y un general de división 179 mil 87 pesos.

Como parte de este entramado de fortalecimiento financiero, legal e institucional de las fuerzas armadas, la Ley de Seguridad Interior fue promovida desde el 2015 por el PAN a través de Fernando Yunes, quien también planteaba algunas modificaciones a la Ley de Seguridad Nacional, bajo el argumento de proteger a los militares.

En la cronología de hechos no deja de llamar la atención el ataque que sufrieron efectivos militares en Sinaloa, la madrugada del 30 de setiembre de 2016, donde el general Alfonso Duarte Múgica, comandante de la Tercera Región Militar, aseguró que fueron emboscados resultando cinco soldados muertos, 10 lesionados y dos ilesos luego de una agresión con fusiles AK-47, AR-15, Barret 0.50 y granadas de fragmentación de uso exclusivo del ejército mexicano.

La respuesta retórica del secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, fue una abierta amenaza por “el alevoso y cobarde ataque de bestias criminales”. La respuesta legislativa del Estado a esta cuestionable agresión a las fuerzas armadas, que algunos analistas aseguran fue un montaje e incluso un auto-atentado, es la iniciativa de ley del deslucido legislador Camacho Quiroz.

En la iniciativa de ley de Seguridad Interior se legalizan una serie de acciones que realizan al margen de la Constitución las fuerzas federales, incluyendo a las fuerzas armadas, con el pretexto de lograr una normalización del orden interno institucional en un área geográfica del país.

Con esta ley los patrullajes del ejército y la marina, hasta hoy ilegales, contarán con un marco jurídico que les permitirá libertad de acción, además de establecer bases de operaciones móviles y fijas, puestos de seguridad, intercepción terrestre, áreas y marítima, reconocimientos, escoltas de seguridad y brindar seguridad a las instalaciones estratégicas.

En materia de transparencia resultará un marco legal opaco al clasificar la información de “inaccesible” por su característica de Seguridad Nacional; también permite a las autoridades utilizar cualquier método para la obtención de información, lo que implica un retroceso en materia de derechos humanos, porque la tortura, la desaparición forzada, las ejecuciones extrajudiciales o el secuestro se han convertido en los instrumentos generadores de inteligencia más socorridos por las fuerzas policíacas y militares de nuestro país.

La implementación de esta ley dispone de toda la capacidad de las fuerzas armadas como ultima ratio del Poder Nacional para imponer el orden a partir de la emisión de una Declaratoria de Protección a la Seguridad Interior muy similar a la que se implementa en los estados de Excepción del artículo 29 Constitucional, en la que para autorizarla se debe especificar la amenaza, su impacto, área geográfica, estadísticas de los hechos y las áreas de insuficiencias operativas para enfrentarla.

En los últimos años hemos transitado lentamente hacia un Estado Militar, donde la guerra en contra del narco sólo es una fachada que ha permitido la consolidación de emporios económicos basados en el tráfico de drogas, el saqueo de los recursos naturales, control de territorios o rutas comerciales, desplazando a comunidades enteras, ejecutando o abatiendo a líderes sociales que se resisten a la implementación del comercio más salvaje y que significa el uso y administración de la muerte para facilitar la neocolonización y saqueo de los recursos naturales (necropolítica), implementada desde los poderes fácticos y apoyada por el Estado con máquinas de guerra, institucionales o paramilitares, al servicio de los poderes económicos supranacionales.

Conociendo el sistema político mexicano, no resultará extraño que antes de que concluya el periodo legislativo, el PAN y el PRI con sus aliados, durante las fiestas de diciembre, en plenos festejos guadalupanos, el Congreso de la Unión aprobará la iniciativa del exgobernador mexiquense, desplazando de facto el poder militar al poder político electoral.

Camacho Quiroz no tiene idea del papel que le ha tocado jugar al firmar esa iniciativa de ley, pues de haberla leído no podría dejar de reírse de sí mismo por lo contradictorio de sus medianas iniciativas humanistas en contraste con la implementación de un Estado Militar en México; habrá que recordarle lo que Napoleón Bonaparte expresó hace 217 años, “las bayonetas sirven para tomar el poder, pero no para sentarse en ellas”.

El soldado César Camacho

“Que chinguen a su madre”

 

* Aquí, a las 12 de la noche del 8 de octubre del 2016 no hay tortugas ni está el mar. La travesía se ha cancelado y sólo queda la guerra que nos ocultan. Y Lenin Mondragón no hace pausas porque él mismo vive en una, la que se le ha endilgado a punta de miedo y que, poco a poco, ha aceptado y tratado de superar. Es hoy el valiente Lenin, a quien todos quieren abrazar pero quien lo consigue sólo siente las brasas de sus manos.  Sí, Lenin, que chinguen a su madre, si es que madre tienen.

 

Miguel Alvarado

Tixtla, Guerrero; 8 de octubre del 2016. Dos estudiantes ejecutados por un comando del cártel de los Rojos, en la carretera Chilpancingo-Tixtla, el 4 de octubre del 2016, le recuerdan a Ayotzinapa que nada ha cambiado pero que hay que seguir, a pesar de todo. Los tenis rojos de uno de ellos, con un disparo en el rostro, lo identificaron para siempre y así, una vez más, será lo que es.

“¡Ámonos, güey; ámonos, güey”, gritaba Julio César Mondragón Fontes mientras corría por los pasillos de su escuela, a las cinco y media de la tarde del 26 de septiembre del 2016, para abordar uno de los camiones que llevarían a los estudiantes al crucero de Santa Teresa, a las puertas de la ciudad que les cambió la vida por lo que siguió después.

Si uno se asoma bien, si se fija bien, ahí está la antena del Zopilote, antes de llegar al puesto de retenes de los militares en El Tomatal. Pero ahí no hay nada, sólo el primer rastro de Julio cuando destapó su teléfono, un LGL9 y le mandó un mensaje a su pareja, Marisa Mendoza, para avisarle. No hay nada detrás de esa barda sin accesos, sólo el cielo de Iguala que ese día balbuceaba el gol de equipo de Tercera División de los Avispones de Chilpancingo que les daba el triunfo en los campos sangrantes de la ciudad de las banderas, y que, nadie lo sabe, pero que al Chino, Sidronio Casarrubias, uno de los fundadores de los Guerreros Unidos, le hacía perder una apuesta salvaje. Monitoreando ese encuentro estaba David Cruz Hernández, otro Chino que trabajaba para Protección Civil de aquella ciudad en sus tiempos libres pero era al full jefe de halcones. La ciudad lo sabe. El ataque contra los Avispones fue una venganza de los Guerreros Unidos porque uno de los capos perdió una apuesta y nada más por eso David Josué García Evangelista, el Zurdito, perdió la vida porque sí.

Apasionado de los goles, ese jefecito apodado el Chino, con camioneta del municipio, recorrió la ciudad como sin saber a dónde ir mientras los normalistas eran atacados al pasar por el centro de Iguala, en una operación de contrainsurgencia llamada –dice Félix Santana, autor del libro La guerra que nos ocultan- llamada Yunque y Martillo que determinó la suerte de los estudiantes.

Cómo se metieron a la Juan N. Álvarez para intentar doblar en Periférico Norte por la parte más obstruida de la ciudad, nadie sabe o nadie lo dice, pero todo comenzó en Amilcingo, Morelos, cuando David Flores Maldonado, El Parca, asistió en calidad de secretario general del comité estudiantil a una reunión general de normales rurales en la escuela Emiliano Zapata. Iba con su novia, quien por entonces vivía en Aguascalientes.

“Entonces quiénes, compañeros, entonces quiénes harán la tarea de los 25 camiones para transportarnos a la ciudad de México para la marcha del 2 de octubre”, debatían en la cercanía de los círculos de las decisiones. El Parca todavía guardaba silencio cuando por lo menos Tenería y la propia Amilcingo dijeron que no, que no podían ni querían. No es que Ayotzinapa reclamara el derecho sobre los camiones pero El Parca llevaba a su novia y para él eso contaba mucho. Entonces David Flores Maldonado le dijo a ella, con esa forma que sólo entienden los que se enamoran, con el lenguaje del cuerpo y del cuello levantado con todo y camisa, le dijo a ella que lo observara porque iba a resolverlo todo con dos palabras.

El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes recopiló su propia versión y a ellos les dijeron algunos asistentes a esa reunión que “íbamos a ser sede para que se juntaran todas las normales. El día de la marcha se tiene que llegar a una sola normal, de ahí se trasladan al DF […] “Así se decidió la sede, ya que llevamos una terna, se vierten argumentos a favor y en contra de las propuestas. Ayotzi tenía todas las condiciones para soportar a la Federación por una noche y brindar alimentos y transporte. Las otras propuestas de la terna eran Amilcingo y Tenería, pero se dijo que no podían soportar tanta gente ni obtener los vehículos suficientes para transportar a la Federación. Sabemos las condiciones de cada estado y de cada normal. Las normales óptimas son las de Guerrero, Oaxaca y Michoacán. Pero por la distancia era más fácil Tenería o Ayotzinapa. Ayotzi, hace 4 ó 5 años ya había sido sede, obtenido los recursos y los autobuses sin problema”.

Pero la verdad es otra. En esa jornada, convocada por la Federación Estudiantil de Campesinos Socialistas de México (FECSM) entre el 15 y 20 de septiembre del 2014 en Amilcingo, El Parca diría “Nosotros podemos”, mientras miraba a la novia con el gesto de quien lo tiene ya todo pero puede obtener más. Y ante los 300 ó 400 representantes de 13 escuelas normales, El Parca sonrió, prometiéndolo todo.

Ayotzi, representada por Flores Maldonado, se retiró de allí oliendo a muerto y el 24 de septiembre, en un viaje de prácticas al poblado de San Marcos en la Costa Grande de Guerrero, Bernardo Flores Alcaraz, Cochiloco, terminaría de decirles a los estudiantes la urgencia de cumplir.

Pero la esquina de la Juan N. Álvarez y Periférico Norte tampoco comenzó en Amilcingo, sino antes, el 31 de mayo del 2013 cuando fue asesinado el líder de la Unidad Popular de Guerrero, Arturo Hernández Cardona, por el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, un narco que llegó a la presidencia municipal sin esconder jamás que lo era. Porque para qué mentir en Iguala si los Guerreros Unidos eran hermanos de su esposa. Para qué cuando ese mismo Abarca fue capaz de meterle dos tiros a Cardona, uno en el pecho y otro en la cara, poniéndolo previsor en la tumba rascada por el propio muerto el día anterior. Cardona quedó allí, mientras en esa ebriedad a ráfagas Abarca bebía su cerveza Barrilito y daba órdenes a su director de la policía municipal. A Cardona lo hallaron luego, cuando a los sicarios del alcalde se les fue todo al diablo y algunos de los que habían secuestrado junto con Cardona huyeron para denunciarlo.

Entonces sí, aquella matanza –porque hubo otros dos muertos, Rafael Balderas y Ángel Román Ramírez- tomó la forma de la esquina de Periférico Norte y Juan N. Álvarez y sin entender lo que sería un año después, los estudiantes de Ayotzinapa llegaron a Iguala el 3 de junio del 2013 para reclamar la muerte de los ejecutados y, junto con docenas de integrantes de la Unidad Popular, destrozar, de paso, el palacio municipal de Iguala.

Abarca no perdió la compostura y con aire funeral ofreció diálogo para los deudos pero también advirtió que no renunciaría. Ese día los féretros fueron llevados al patio del palacio municipal, donde fueron velados apenas con poca tranquilidad. Algunos estudiantes estaban allí y prometieron a Sofía Lorena Mendoza, viuda de Hernández Cardona y ex regidora del PRD, que regresarían a su escuela por la banda de guerra para despedir con honores al líder social. Así lo hicieron y abordaron el transporte que los había llevado a Iguala, para ir y después volver.

Ese era el plan, pero algunos tenían otro y así se lo hicieron saber a la mujer de Hernández justo en la desolación de aquellos crímenes. Le dijeron que los estudiantes de Ayotzinapa, a partir de ese momento, estaban condenados a muerte si pisaban una vez más las tierras de Iguala. Los Guerreros Unidos le ordenaron por teléfono, para completar la amenaza, que se contactara con ellos para advertirles que ya no volvieran ese día pero tampoco ningún otro. Ella, dolorida pero asustada, llamó a los normalistas, que iban en plena carretera y les refirió que quien había llamado había descrito los vehículos en los que viajaban, la ropa que vestían y, en fin, el número a detalle de los alumnos. Hoy, Sofía teme por su vida porque las medidas cautelares que más o menos la protegían han caducado.

Y con esa advertencia los estudiantes no volvieron.

Eso lo sabía el Parca, quien fue advertido por un consejo de alumnos cuando, primero, aceptó que Ayotzinapa fuera sede de la reunión rumbo a la marcha de la ciudad de México en el aciago 2014 y después cuando enfiló a los normalistas para el rumbo de José Luis Abarca con la amenaza de muerte pesando sobre ellos un año antes.

Compa, no está bien que sea Iguala. Compa, no está bien que sea Iguala. Compa, no está bien que sea Iguala.

“Ya nos imaginábamos lo que podía pasar”, dijo uno de ellos a este reportero en septiembre del 2016.

Entonces los esperaban. “No planearon la noche de Iguala, la coordinaron militares y policías”, dijo en Ayotzinapa con toda la bronca en la voz, Mario González, padre de César, desaparecido, quien está ahí para reventar a quien se atreva a entregar alguna información. Está para eso, pero también para valorarla y reconocerla desde la suavidad de la piedra en la que se ha convertido este hombre vestido entonces, el 8 de octubre del 2016 a las 12 de la noche, con bermudas y playera fresca de turista. Luego, en uno de los cubis, Mario González preguntará cuánto cuesta el tabaco en Berlín y fumará uno, liado allí, en la litera de uno de los chicos, a las dos de la mañana.

– Cinco euros, aunque es una bolsa de la cual salen 50 cigarros –le responde alguien.

La esquina de Juan N. Álvarez y Periférico Norte comenzó antes de Iguala. Más antes, como se dice sin decir, en la negrura de la historia que ubica a las normales rurales como el verdadero objetivo del ejército y la Federación el 2 de octubre pero de 1968. Y más atrás todavía, se construyó esa esquina, no en Iguala sino en Chilpancingo, a principios de los años 60, recuerda Francisco Cruz, otro de los autores del libro La guerra que nos ocultan.

Después de los levantones, El Parca, un hombre afortunado porque viajaba en avión para ver a su novia en Aguascalientes, tenía una pantalla plana de televisión en su cuarto y una cama estilo colonial, llegaba a la escuela sonriendo a todos porque pensaba que nadie se había dado cuenta de lo que ha pasado, y creía que volver cantando a Ayotzinapa dos días después de las desapariciones y los homicidios serviría, por lo menos, para escanciar las tumbas de sus compañeros con el agua rabiosa del 26 de septiembre. “Tú te callas y yo te doy dinero”, decía El Parca a quienes se atrevía a cuestionarlo. Entonces lo dejaron solo porque avizoraron para él un destino de esos que se fotografían todos los días en los diarios de Iguala y Chilpancingo.

*

No, nadie está tirado en el lodo y a nadie le cortan la cara. Los huesos están enteros debajo de la piel, de los lagos hemáticos que nadie ha reventado ni reventarán sólo porque alguien lo imagina. Ismael Vázquez, Chesman, compañero en la normal de Ayotzinapa de Julio César, soñó con él a las ocho de la mañana del 27 de septiembre y lo recuerda desde las manos de Julio cubriéndole el rostro.

– Se pasaron de verga, carnal –le dijo aquella ensoñación a Chesman, antes de que despertara y volviera a la realidad de la que hasta ahora no ha vuelto porque ese mismo año, casi al mismo tiempo, también perdía a su madre por una enfermedad. Dos años después, Ismael depositaba una ofrenda en la tumba de su amigo y procuraba no estorbar a Afrodita, la madre, quien moviéndose entre las flores y el sepulcro hablaba para todos los que estaban en el panteón de Tecomatlán, en el Estado de México, como si estuviera sólo pensando.

-Mi hijo tan travieso –decía ella, atravesada por el dolor, acompañada también por el tío del joven, Cuitláhuac Mondragón- mi hijo tan travieso que me manda la lluvia, para que no vean que lloro.

Chesman se hace a un lado, juntándose con el grupo que lo arropa y lo invisibiliza mientras el escuadrón, formado enfrente, entonaba las consignas que se han gritado en las calles de todas las ciudades mexicanas.

“¡Ayotzi vive!”, gritaron ellos cuando arreciaba la lluvia y Afrodita decidía que era mejor usar las manos para acomodar el montón de flores. Pero eso, el “Ayotzi vive”, en este papel de bits apenas es el pálido reflejo de la humana potencia que da forma a la desesperación de quienes han sobrevivido y tienen la obligación de seguir haciéndolo. Ella por fin termina y ahora se aleja para volver a regresarse, poco después, y observar donde su hijo yace, abrazada porque sí a una mexicana venida de Berlín y que poco a poco encuentra que no ha dejado de serlo.

En esta combinación de verdor y lodo todo se ha detenido –eso por decir algo- cuando los ayotizi entonan con la voz ronca y profunda, que “Juuuulio vive, Juuuulio vive y vive, Juuuulio vive y vive y vive” y uno se pregunta cómo es que todos estamos aquí.

Después de la puerta cerrada del cementerio ya no hay nada, sólo la lluvia abatiendo la casa de la familia Mondragón y la iglesia de San Miguel sola, pero hasta el tope de flores porque ese día, también, el santo patrono ha salido en procesión por las calles del pueblo.

Si ya no hay nada entonces vámonos a Iguala.

*

“… pues que chinguen a su madre”, dijo Lenin Mondragón Fontes ante los estudiantes de Ayotzinapa, en el auditorio de la normal Raúl Isidro Burgos, refiriéndose a quienes investigan la muerte de su hermano.

Sentado ahí, en su silla desolada, sabe que el 4 de octubre del 2016 han ejecutado a dos normalistas más, en la carretera rumbo a Chilpancingo y que sus cuerpos han quedado, junto con otros cuatro, regados en la curva que allá se conoce como El Basurero. “Los sucesos violentos ocurrieron tras la visita del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien acudió esta mañana a Chilpancingo para inaugurar un centro de justicia integral para mujeres en medio de un impresionante dispositivo de seguridad para políticos y funcionarios”, dice una nota del reportero de la revista Proceso, Ezequiel Flores. Los estudiantes de Ayotzinapa eran Jonatan Hernández Morales y Filemón Tacuba Castro. De uno quedan los tenis rojos, fotografiados por las agencias locales y su tiro en la cara enrojecida. Del del otro, el nombre y el féretro que reposó en la escuela antes de ser llevado a su hogar, en Ayutla de los Libres.

Lenin Mondragón es un hombre combativo formado a la fuerza por un camino que él no escogió y por el que nadie de su familia pensó caminar. Ahora lo hace acompañado de una libreta donde apunta las palabras que los demás no dicen o no pronuncian correctamente. Las apunta y luego las suelta, cuando el turno de hablar regresa a él. Eso que hace nadie quiere hacerlo porque nadie quiere –aunque hay alguien que sí- porque nadie quiere ser parte de esa mentada de madre ensangrentada que a Lenin le ha tocado decir con la suavidad de lo cruento, mientras el rostro de su hermano, el Chilango, pintado en un mural pero jamás borrado de la memoria de unos y otros, observa para siempre y hasta que dure la pintura. Porque Julio, cómo decirlo.

Aquí, a las 12 de la noche del 8 de octubre del 2016 no hay tortugas ni está el mar. La travesía se ha cancelado y sólo queda la guerra que nos ocultan. Y Lenin Mondragón no hace pausas porque él mismo vive en una, la que se le ha endilgado a punta de miedo y que, poco a poco, ha aceptado y tratado de superar. Es hoy el valiente Lenin, a quien todos quieren abrazar pero quien lo consigue sólo siente las brasas de sus manos.  Sí, Lenin, que chinguen a su madre, si es que madre tienen.

Será duro, muy duro el regreso, la carretera de Iguala.

“Que chinguen a su madre”

Las entrañas del monstruo

* De los 81 municipios guerrerenses, 37 son considerados de muy alta marginación y 36 de alta; ni la capital Chilpancingo, el centro del poder político de la entidad, ni el “millonario” Acapulco están a salvo de la miseria. Pasa lo mismo en la región de La Montaña, pero también en la Costa Chica, en Tierra Caliente o en cualquiera de las otras siete regiones que forman la entidad. Este texto es parte del libro a guerra que nos ocultan, editado por Planeta en el 2016.

 

Félix Santana, Francisco Cruz y Miguel Ángel Alvarado

En Guerrero hay indignación por la lentitud en las investigaciones de las procuradurías General de la República (PGR) y de Justicia del Estado (PJE) —o Fiscalía General—, y de las filtraciones de la PGR, a las que ven con desconfianza, y aunque allá están acostumbrados a que los fuegos se apaguen con la llama de otros fuegos todavía más devastadores para seguir igual, así como a los tumbos del gobierno al que ven como herramienta de control, sus habitantes están convencidos de que estas únicamente sirvieron para entorpecer indagatorias que coordinaron investigadores de organismos internacionales.

Los guerrerenses han aprendido a superar sus miedos, pueden contar de corrido la historia trágica de México. La violencia y el terror los han enseñado a defender su pasado, cultura y estructura social. Les ha pasado de todo y han tenido que aprender a vivir en realidades distintas, aunque las verdaderas páginas se escriben a través de la injusticia, secuencia vertiginosa de violaciones a derechos humanos, persecución, desprecio por los indígenas, analfabetismo, discriminación, racismo, despojo de sus tierras, pobreza y sometimiento.

Tres millones y medio de ellos (casi todo el estado) pueden dar testimonio de la brutal represión a estudiantes, políticos opositores, líderes sociales, profesores, dirigentes comunitarios, indígenas y activistas defensores de derechos humanos, así como de las carencias y la impunidad, que siempre van de la mano. Viven en miseria lamentable y dolorosa. Y tienen una explicación, pero no hablan porque piensan que historias como la suya tienen principio, pero nunca un final feliz.

Los guerrerenses —unos 650 mil son indígenas mixtecos, nahuas, amuzgos, tlapanecos y afromexicanos— se distribuyen en una superficie de 64 mil 281 kilómetros cuadrados, un territorio mayor al de Suiza, pero es un estado en el que todo parece fuera de lugar, hasta su geografía conspira y es incomprensible: irregular y montañosa. Lo atraviesan la Sierra Madre del Sur y el Eje Volcánico Transversal, que origina las sierras de Sultepec y Taxco. Aunque parezca paradójico, porque el estado goza de gran importancia política, económica y social, Guerrero nació pobre en 1849 y hoy sigue igual; tiene mucho de menesteroso y sombrío; se ha convertido en una especie de trampa mortal, un espejismo. Los territorios que abarcan sus zonas serrana y montañosa son muy extensos, con poblaciones dispersas que aún guardan secretos y una importante riqueza mineral que no les ha dejado nada excepto más miseria y violencia.

De sus minas se extrae oro en cantidades industriales, y casi en secreto desde comienzos de la década de 2000, se explora febrilmente en la búsqueda de yacimientos de uranio, elemento radiactivo útil en plantas de energía nuclear y la fabricación de bombas atómicas, así como de yacimientos de titanio, metal tan fuerte como el acero, superando al aluminio, y que se usa en la fabricación de aviones, misiles, buques de guerra y naves espaciales.

El potencial de los yacimientos de uranio es una especie de secreto de Estado, pero es una realidad. Por su parte, el titanio —que tiene otros usos más domésticos y muy rentables, como la producción de teléfonos celulares, sillas de ruedas, muletas, implantes dentales y hasta piercings corporales— aparece desde hace tres lustros en mapas oficiales del gobierno federal: desde zonas de Tamaulipas, Baja California Sur, Colima, Oaxaca y Chiapas hasta todo el litoral de Guerrero. Agricultores mexiquenses están convencidos de que la búsqueda de yacimientos se extendió desde 2013 a municipios fronterizos o cercanos a Guerrero, como Tlatlaya, Tejupilco, Temascaltepec y Luvianos.

Fuera de Tlatlaya, en territorio mexiquense no se ve mucho futuro, pero la búsqueda de yacimientos de uranio y titanio es una constante; la minería en el vecino municipio de Zacazonapan no es un misterio, como tampoco lo es en la de Zacualpan ni en el histórico Sultepec.

Guerrero forma parte de la Región Pacífico Sur de México, y gracias a las frecuentes referencias noticiosas, sobre todo relacionadas con la violencia del crimen organizado, algunos saben que este estado colinda al sur con la inmensidad del océano Pacífico; al norte con los estados de Morelos (la segunda entidad menos pacífica del país) y el Estado de México (refugio de grandes capos del narcotráfico y “notable” porque es la tierra del presidente Enrique Peña Nieto); al este con Puebla y la empobrecida Oaxaca, y al oeste con el también violento Michoacán, donde se originaron los cárteles de La Familia Michoacana, Guerreros Unidos y Los Caballeros Templarios.

Acaso sólo los estudiosos y algunos políticos están enterados de que mucho del territorio de Guerrero es accidentado y montañoso, por lo que nada más el 24% de la superficie es apta para la agricultura.

Si bien pocos saben dónde está Guerrero, todo mundo ubica a Acapulco, que padece el mismo problema que tiene en jaque a todo el estado, convertido en zona de muerte donde la violencia revienta con la furia de un macabro festín que asola barrios y pueblos, donde el poder se ejerce arbitrariamente y permea la impunidad.

 

El infierno guerrerense

 

Las olas arrastran los secretos mejor guardados y más sombríos de Guerrero, un estado de gente brava, noble, trabajadora, amigable e históricamente insurgente. El éxito empresarial desmedido de Acapulco contrasta con su pobreza apenas cruzando hacia arriba la costera Miguel Alemán, la avenida de los turistas. Aquí empieza y termina el eslogan publicitario sobre las bellezas del puerto.

Guerrero, con un enorme litoral de 500 kilómetros, es un fruto en pudrición al que todos —élites de poder, intermediarios, comerciantes mayores, latifundistas, constructoras, grandes empresarios del turismo y forestales de la madera, así como contratistas y talamontes mayores— le meten mano para quedarse con la última porción de recursos públicos o la derrama económica general, según sea el caso y el ramo.

La venda se cae de los ojos una cuadra después de aquella fabulosa avenida costera. Uno descubre que, detrás del éxito de Acapulco y de la publicidad, Guerrero esconde otra realidad: ni es enigmático, ni atractivo, ni fascinante: es una entidad pobre y descuidada, saqueada por los mismos de siempre. Los guerrerenses tienen pocas alternativas y maneras de entender la subsistencia o la supervivencia porque la agricultura fue desde siempre un mero espejismo.

Con una población de 800 mil habitantes, Acapulco “se clasifica entre las cinco zonas metropolitanas con las cifras más altas tanto de homicidios como de delitos con violencia […]; su tasa es cerca del doble del promedio metropolitano y su tasa de homicidios es cercana al triple de dicho promedio. […] En 2013, la cifra aumentó ocho veces, a 900 homicidios al año, lo cual equivale a una tasa de más de 100 por cada 100 mil habitantes”, contra los seis a nivel mundial y los 13 de México, de acuerdo con el Índice de Paz México 2015.

La violencia en el puerto ha dejado grandes cicatrices, incertidumbre y miedo. Así lo denunció en diciembre de 2015 el periodista José Ignacio de Alba en un trabajo especial —Acapulco, la vida sin vista al mar— para el proyecto Pie de Página, publicado conjuntamente con el periódico El Sur: “En las colonias de la periferia, las que están detrás de La Cima que divide al Acapulco turístico del que habita aquí, al menos una docena de escuelas inició las vacaciones antes de tiempo porque, como en los últimos cuatro años, los maestros y directivos comenzaron a ser extorsionados. Dependiendo de la escuela y la célula que tiene el control, han llegado a pedir hasta 30 pesos semanales por estudiante y 800 quincenales por profesor […].

”Las callejuelas de estas colonias —Renacimiento, Simón Bolívar, Zapata, Villa Paraíso o la unidad habitacional Luis Donaldo Colosio, la Neza guerrerense—, donde vive la mayoría de los acapulqueños, son trampas llenas de señales de alerta: cortinas cerradas con letreros de ‘Se renta’, casas abandonadas, una barda que dice: ‘Ni un médico desaparecido más’. Hoy, al menos 17 células criminales matan con impunidad en el puerto”.

Tal situación repercutió en algo peor para los acapulqueños, pues ahuyentó el turismo internacional, cuya demanda empezó a caer en 2007 y para 2012 ya era una catástrofe. Sólo entre 2012 y 2015 cerraron por lo menos 600 comercios, tiendas departamentales y restaurantes.

En noviembre de 2015, el director de la Asociación de Hoteles y Empresas Turísticas de Acapulco (AHETA), Héctor Pérez Rivero, hizo a la revista Expansión-CNN declaraciones que estremecieron al sector: “Tengo miedo, no salgo en altas horas de la noche, procuro hacer mi vida lo más simplificada posible y no porque tenga miedo por hacer algo, simplemente para no estar en el lugar y la hora equivocadas”.

En Guerrero el drama es permanente, con marejadas continuas de violencia: la de los caciques, primero; luego, la de los mayores explotadores de madera —mexicanos y extranjeros—, y la de talamontes ilegales que dieron paso a la del Estado y las organizaciones paramilitares, hasta llegar a la de grupos del crimen organizado y volver a la del Estado. Pero Acapulco es apenas una referencia; también puede hacerse un tour de pobreza, violencia y terror por Arcelia, Chilpancingo, Zitlala, Tlapa, Coyuca de Catalán, Tixtla o Teloloapan. En cualquier municipio es igual.

Un recorrido por el estado basta para atestiguar la realidad: el campo, o lo que queda de él, está en el abandono; es presa de los caciques, la delincuencia organizada y, hoy, las trasnacionales mineras; ningún jornalero puede vivir de la siembra; la llamada gran producción está en manos de unos cuantos, quienes sólo comparten cáscaras.

Así está el panorama y se ensombrece aún más. No hay alternativas para la vida digna. Pese a que la tierra guerrerense es generosa y ahí se da casi de todo: tamarindo, guayaba, pepino, maíz, toronja, café, zapote, ajonjolí, tabaco, limón, frijol, mango, papaya, sorgo, sandía, jitomate, plátano, cebolla y aguacate, además de la copra (pulpa seca del coco), sus habitantes mueren de hambre. Y en los lugares en los que se producen mariguana y amapola los jornaleros trabajan en condiciones de semiesclavitud y esclavitud. La generosidad narca es un mito.

La militarización de la entidad de las décadas de 1960 y 1970 no sólo sirvió para dar fuerza a los caciques y crear o fortalecer bandas paramilitares, sino para exhibir la incapacidad del Estado, porque la expansión de la siembra de amapola y mariguana avanzó a pasos agigantados, lo mismo que la contrainsurgencia vinculada al narcotráfico, una plaga en crecimiento continuo que se ha extendido hasta las zonas mineras.

En ese proceso de militarización de Guerrero desaparecieron, tirados en el mar —en los llamados “aviones” o “helicópteros de la muerte” que despegaban de las bases militares—, o murieron torturados y asesinados líderes sociales, estudiantes y maestros, activistas de derechos humanos, campesinos y políticos de oposición; mientras que los criminales encontraron un filón amplio para explotar.

A esta infame situación se le suman las peores condiciones de salud, por lo que enfermedades controlables como el mal del pinto, bocio, lepra y tifoidea todavía aquejan a los guerrerenses. Otro tanto se puede decir de los jornaleros, quienes laboran como en el porfiriato, a tienda de raya, y languidecen con su familia condenados a morir de hambre. Pero es el doctor en Ciencias Políticas Alberto Guillermo López Limón quien completa el panorama: “La Tierra Caliente se caracteriza por su clima cálido. Gracias a la infraestructura de la Cuenca del Balsas, la inmensa red de canales de irrigación propició la acumulación acelerada de las riquezas agrícolas, cuyos beneficiarios principales son las empresas trasnacionales [que] explotan la mano de obra barata”.

Y las artesanías, por maravillosas que sean —los hábiles artesanos guerrerenses moldean palma, textiles, alfarería, orfebrería, madera y piel, y el bonote o desecho del coco—, apenas dan para mal comer, cuando dan. El comercio y el turismo en la zona dorada —Acapulco, Ixtapa-Zihuatanejo y Taxco— ya no son lo que eran; son una sombra, controlada por unos cuantos.

“En fin, puras malas noticias de esos pésimos gobiernos”. La “década perdida”, escribió el 15 de mayo de 2015 Alfredo Hernández Fuentes en la columna que publica en el periódico Novedades de Acapulco, refiriéndose a las administraciones municipales y estatales del PRD, con Zeferino Torreblanca Galindo y Ángel Aguirre Rivero. “Nada que celebrar, solamente muertos por enterrar, florecimiento de empresas funerarias, y nuestro personaje más rico, el magnate Carlos Slim Helú, el mecenas de Acapulco, ya no quiso saber nada y no regresó”.

Por si algo hiciera falta, su fauna está a punto de colapsar. En peligro de extinción se encuentran el águila, el venado, el jaguar, la tortuga, la iguana, el coyote, la zorra gris, el tigrillo y hasta la liebre. La pesca incipiente y de autoconsumo fue buena hasta las décadas de 1930 y 1940, cuando el presidente Miguel Alemán Valdés puso en marcha una política para desnaturalizar Acapulco y entregó el puerto a grandes capitales, así como a un grupo de ambiciosos políticos revolucionarios apurados por hacerse millonarios.

Así pues, de los 81 municipios guerrerenses, 37 son considerados de muy alta marginación y 36 de alta; ni la capital Chilpancingo, el centro del poder político de la entidad, ni el “millonario” Acapulco están a salvo de la miseria. Pasa lo mismo en la región de La Montaña, pero también en la Costa Chica, en Tierra Caliente o en cualquiera de las otras siete regiones que forman la entidad.

Detrás del eslogan publicitario que señala a Guerrero como un estado de “exuberancia y placer gastronómico para los amantes del buen comer” se esconden niveles de desnutrición infantil y mortalidad materno-infantil comparables, en La Montaña, a los índices de los países más pobres de África como Nigeria, Malí, Somalia y Malawi.

Ejemplo común de la miseria es el municipio de Cochoapa El Grande, pero bien se puede nombrar a los de Metlatónoc, José Joaquín Herrera, Acatepec, Alcozauca de Guerrero, Xochistlahuaca, Zapotitlán Tablas o Ayutla de los Libres, donde el drama no es menor. Allí las personas se han acostumbrado al dolor. En la zona de La Montaña, la muerte suele llegar antes de los 13 años de edad.

 

Las entrañas del monstruo

“Esto les pasa”

* El asesinato salvaje contra el normalista de Ayotzinapa, Julio César Mondragón, tuvo como finalidad enviar mensajes. Uno de ellos, el rostro desollado del joven, advertía, en tres palabras, el destino que enfrentan quienes se enfrentan al gobierno. Este texto es parte del libro La Guerra que nos ocultan, editado por Planeta en el 2016.

 

Félix Santana, Francisco Cruz, Miguel Alvarado

Toluca, México; 3 de octubre del 2016. Ese rostro era un naufragio de sangre y fuego.

Marisa (Mendoza Cahuatzin) se trasladó a Iguala el 28 de septiembre. Iba con el tío de Julio César, el profesor normalista Cuitláhuac Mondragón, quien se había enterado de la muerte del sobrino por una de sus hijas. Una llamada y la fotografía del joven en El Sur, el periódico de Guerrero terminaron por confirmar la noticia. Por otro lado, Lenin Mondragón reconocía a su hermano en internet por una imagen que circulaba en las redes sociales.

El examen pericial del levantamiento del cadáver firmado por el médico perito, especialista en medicina forense, adscrito a la Secretaría de Salud estatal, Carlos Alatorre Robles, el 28 de septiembre, causó estupor y furia en la familia del estudiante desollado, pues asentaba cuatro conclusiones frías, algunas incomprensibles y hasta disparatadas:

Primera.- La posición y orientación en la que se encontró el cadáver no se corresponde con la original inmediata a su muerte.

Segunda.- El suscrito estima que el lugar del hallazgo del cadáver, este no se corresponde con el lugar de los hechos.

Tercera.- Las lesiones presentadas en cuello y cara por sus características de nitidez al corte, el suscrito estima que estas fueron producidas por un agente vulnerante.

Cuarta.- Las lesiones (equimosis) localizadas en ambos costados e hipocondrio, fueron producidas por contusión directa, por un agente vulnerante de superficie plana y corte regular.

Otro documento, el informe de la autopsia, también firmado por Alatorre, el 27 de septiembre de 2014, redondea el dictamen:

1.- Equimosis en región clavicular izquierda, deltoidea derecha y external, en cara anterior de abdomen, cara derecha de pelvis, codo derecho, cara proximal cara posterior interna de antebrazo derecho, codo izquierdo, cara dorsal de mano izquierda y derecha, tercio distal cara posterior de antebrazo izquierdo, región dorso-lumbar, escapular izquierda, supraescapular izquierda y cara izquierda de abdomen.

2.- Signos de fractura, amputación reciente de premolar superior derecho.

3.- Herida de 31 por 29 cm, post mortem, de bordos irregulares y exfacelados, con marcas de caninos, que interesa toda la cara y cara anterior del cuello que interesa piel, tejido celular subcutáneo y músculos, preservando estructuras óseas.

Y en este punto cabe una aclaración que sale del informe del prestigioso Equipo Argentino de Antropólogos Forenses (EEAF), que tampoco validó la verdad de la PGR sobre el fuego en el basurero de Cocula que habría consumido a los 43 normalistas: “el cráneo [de Julio César] presentó múltiples fracturas realizadas con un instrumento rombo en la parte derecha, occipital y maxilar, destrozándole prácticamente todos los huesos de la cabeza”.

También presentó marcas de colmillos de animales en la mandíbula y cervicales, lo que para la PGR representaría una “ventaja”, ya que, al haber sido devorado por animales, la muerte no se vincularía con grupos del crimen organizado, ni con la desaparición de los 43 normalistas, ni con el asesinato, por arma de fuego, de sus otros dos compañeros.

El GIEI, en el centro de una campaña de persecución, amenazas y hasta de linchamiento en las páginas de algunos periódicos de la Ciudad de México, se iría del país advirtiendo que el gobierno federal carecía de interés para resolver la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.

4.- Globo ocular izquierdo enucleado post mortem y globo ocular derecho sin tejidos blandos circundantes, comidos post mortem por fauna del lugar donde se encontraba.

5.- Pabellón auricular izquierdo mide 4.5 por 4.5 cm. Con signos de haber sido masticada post mortem por fauna del lugar donde se encontraba.

6.- Pérdida del lóbulo de pabellón auricular derecho post mortem, por haber sido masticado por fauna del lugar.

En el lenguaje común esos términos médicos y forenses podrían simplificarse: la causa de la muerte fue edema cerebral, con múltiples fracturas en el cráneo, algo que no se apega a la realidad. La autoridad forense decía que los animales del lugar le habían comido parte de la cara a Julio César.

Su familia, destrozada como él, se enfrentó desde el primer minuto al sistema que desde ese momento buscó minimizar ese asesinato y la desaparición de los 43 normalistas. No era creíble la versión de los animales ni menos que nadie supiera quién lo había matado. El Estado tenía una responsabilidad que pronto se convertiría en la abstracción que cerraba todas las posibilidades para hallar justicia y compensación.

Pero los Mondragón Mendoza encontraron otras opiniones que los ayudarían a entender —o al menos a intentarlo— el porqué de la muerte de Julio César y el porqué de tanta crueldad.

Su indagatoria los llevó con el forense Ricardo Loewe —un médico mexicano radicado en Austria, en 2002 jefe del área de Salud y visitador de la Asociación Cristianos para la Abolición de la Tortura (ACAT) y fundador del Colectivo Contra la Tortura y la Impunidad, consultado por víctimas de tortura y organizaciones de derechos humanos en México para probar, clínicamente, esta práctica por parte de las autoridades—, quien examinó todas las fotografías tomadas a los restos de Julio César y formuló otro diagnóstico, el cual confirmaba que el médico Alatorre no mentía por equivocación. “Julio César Mondragón Fontes fue torturado y ejecutado extrajudicialmente. La mutilación de su cara corresponde a la de otras víctimas de terrorismo, supuestamente perpetrada por el crimen organizado. Como ya lo expresé públicamente, el cadáver de la víctima, un líder estudiantil incómodo para el sistema, fue utilizado como mensaje para quien ose oponerse a la autoridad”, concluía el médico luego de comparar los informes oficiales.4

Loewe envió su estudio al equipo legal de la familia del normalista en agosto de 2015 y contradijo en seis páginas al forense de Iguala pues, para empezar, “llama la atención que el agente de la PGJG [Procuraduría General de Justicia de Guerrero] concluya que el lugar donde fue levantado el cadáver de Julio César Mondragón no correspondiera al sitio de la muerte, a pesar del lago hemático que aparece junto al cadáver […]. Este lago hemático muestra, además, que las lesiones fueron producidas en vida de la víctima […]. Digamos de paso que el lago hemático en el suelo y los hallazgos de hemorragia interna, así como del corazón ‘vacío’, indican que una causa de la muerte, si no la más importante, fue la hemorragia”.

Mirado en las fotos que contiene ese informe, el charco de sangre en medio del cual está el ojo del joven tiene la forma de Guerrero, mapa ensangrentado que anuncia la realidad mexicana desde el relegado Camino del Andariego. México, formado en la década de 1940 con paciencia genocida, siempre al abrigo de la impunidad, se olvidó del desollamiento, tortura y asesinato de Julio César porque la tragedia colectiva de los estudiantes no dejó espacio para nada. El país desdeñó esa muerte a pesar de ser una de las claves para entender Iguala y encarnar las razones para arrasar a las normales rurales.

“Esto les pasa”, dijeron sin una palabra quienes cometieron esa carnicería. Hasta los padres de los 43, los alumnos sobrevivientes, el resto de la escuela y los medios de comunicación independientes entrecerraron los ojos, sin buscar bien. Y, sin embargo, cada uno encontró una hipótesis. Estos, empeñados en contar los sucesos de esa noche; aquellos, en demostrar que los soldados habían participado, y los demás, en que el narcotráfico estaba inmiscuido. Todos tuvieron razón, aunque nadie conectó las historias dispersas en el pasado reciente y lejano. Algunas respuestas estaban allí, no todas en la escuela o en las matanzas atribuidas a narcotraficantes.

Julio César fue torturado y abandonado en el Camino del Andariego, una terracería en forma de Y —que no es ningún paraje solitario, como se ha hecho creer— en la Ciudad Industrial de Iguala, a dos minutos a pie en línea recta desde la planta refresquera de Coca-Cola y enfrente de una herrería, justo atrás del Hotel del Andariego y de las oficinas de Hacienda. Esa embotelladora trabaja 24 horas y los obreros al salir buscan la avenida principal, pasando justo por donde se encontró el cuerpo del joven. A cuatro minutos y medio de donde yacía hay una antena de transmisiones que apenas se ve cuando nubes de arena barren el lugar.

El Andariego es parte de un laberinto de calles terregosas, ciertamente bordeadas de basura a un costado, pero no solitarias. Es una calle transitada por la que avanzan todo el día camiones de carga y mensajeros en motocicleta que apenas prestan atención a las bodegas aledañas.

La antena transmisora está en el jardín de una casa bardeada y de portón inconmovible en la que, por mucho que uno se detenga, nadie aparece. Está casi enfrente de la Coca-Cola. La casa bardeada es el Centro de Comando, Comunicación y Cómputo de Iguala (C4), cerebro de la ciudad que esa noche sólo tenía en funcionamiento cinco de las 25 cámaras de vigilancia, como registró la inspección de la perito profesional en Informática de la PGR, Selene Fonseca Rueda, quien recibió la orden de analizar los videos que tuviera el C4 relativos al 26 de septiembre, a partir de las dos y hasta las seis de la tarde del 27 de septiembre, en el oficio SEIDO/UElDMS/FE-A/1 0897/201, el 12 de noviembre de 2014. Ella se presentó al otro día en la sede del C4.

Nada pasa en Iguala sin que lo vea alguna de las cámaras del C4. La concepción de todos ellos en el país parte de la idea de una especie de big brother gubernamental, y su labor descansa en dos pilares: atender temas y problemas de seguridad pública —además de coordinar trabajos de investigación para procuración de justicia, pero que en términos comunes se traduce en labores de espionaje contra la población— y dirigir labores de protección civil.

En los hechos, el C4 representa un punto de contacto entre todos los funcionarios y dependencias u órganos de gobierno que atienden a la ciudadanía. Los centros recopilan información en tiempo real y la envían a todas las oficinas, dependencias y organismos responsables de la seguridad donde se analiza, se digiere y se toman las decisiones correspondientes.

Cada C4 representa la visión de los gobiernos federal y estatal respectivos. Estos tienen todos los informes: desde la más pequeña manifestación o mitin hasta el más mínimo accidente, los fenómenos naturales y los enfrentamientos; nada se les escapa y apuntalan lo que hace el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) o policía política, responsable de la investigación, análisis y espionaje de campo, lo mismo que las Fuerzas Armadas a través de sus indicadores, infiltrados o espías.

Desde 1940 la policía política —el Ejército y la Marina-Armada lo harían abiertamente en la década de 1960— puso en marcha un proyecto presidencial para espiar enemigos del régimen, insurrecciones populares y actividades subversivas. Y allí fueron consideradas normales rurales y universidades problemáticas. Alemán cedió el control del espionaje político a militares capacitados y entrenados por la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés).

Su primer director fue el teniente coronel Marcelino Inurreta de la Fuente, quien llevó como subdirector al mayor Manuel Mayoral García, “cuya misión sería la obediencia al Presidente de la República”, escribió el académico Jorge Luis Esquivel Zubiri.

Se sumarían personajes salvajes y violentos como el veracruzano-libanés Miguel Nazar Haro o el mexicalense Rafael Chao López, responsables de aniquilar a “guerrilleros” mexicanos, y José Antonio Zorrilla Pérez, autor intelectual del asesinato, por la espalda, de su “amigo” el periodista Manuel Buendía Tellezgirón, el 30 de mayo de 1984.

El aparato de espionaje de la inteligencia mexicana se convertiría en las entrañas de un monstruo. La tecnología para espiar en tiempo real está bien instalada en Iguala, aunque “el equipo de cómputo marca HP con número de serie ‘MXQll805BJ’, con número de producto 487932/001, etiquetado con la leyenda ‘SERVIDOR 25 CAM 192.168.64.3’, utilizado como servidor del sistema de videograbación del C4”,6 esa noche —camuflado en la esquina de Industria Petrolera e Industria Electrónica sin número, colonia Ciudad Industrial— no viera nada, ahí, a 400 metros en línea recta de donde desollaban vivo al normalista y robaban su celular, a pesar de que las cámaras 07 y 21 estaban instaladas para vigilar las inmediaciones, pero que ese día desde su programa electrónico reportó “Error. Tiempo de conexión agotado”.

Esos ojos electrónicos ya estaban ciegos cuando Selene Fonseca los revisó, el 13 de noviembre de 2014, y cuando lo reportó, el 14 de noviembre, a la Unidad Especializada en Investigación de Delitos en Materia de Secuestro, en el Acuerdo de Recepción integrado a la averiguación previa A.P./PGR/SEIDO/UEIDMS/871/2014; era demasiado tarde porque, si algo había, ya estaba borrado o alguien lo había extraído, pues el C4 grababa sobre lo capturado cada 11 días.

La PGR ya lo sabía porque la Dirección General del Sistema Estatal de Información Policial (DGSEIP) le envió el oficio DIR/SEIPOL/489/2014, fechado en Chilpancingo el 29 de octubre de 2014, en el que le contestaba que no podía darle las grabaciones del 26 y 27 de septiembre de 2014 por esa condición del sistema de cámaras que reescribía y borraba. No es que no quisiera, es que no había material. En cambio, entregó información de dos cámaras al procurador de Justicia de Guerrero, Iñaki Blanco Cabrera, una con el nombre de “Salida a Taxco” y la otra “Prolongación Karina”, ubicada en la calle Prolongación Karina esquina Ferrocarril, que habían grabado entre las 21:00 y las 4:00 del 26 y 27 de septiembre.

En este juego de hacerse el ciego, la perito Fonseca se llevó un chasco cuando supo que el personal del C4 ya no era el mismo que había operado las cámaras aquella noche y que los nuevos empleados ni siquiera sabían cómo buscar imágenes. De todas formas, confirmó que sólo cinco cámaras funcionaban hasta el 13 de noviembre, como escribió en el reporte que entregó al otro día a la agente del Ministerio Público de la Federación, Érika Ramírez Ortiz.

Fonseca cometió un error cuando enlistó las 25 cámaras de la zona y reportó el estado que guardaban, pues dejó fuera a dos de ellas, las que corresponden a los números 18 y 23. Simplemente se las saltó, sin mayor explicación, y nadie se dio cuenta. Para Fonseca había 25 cámaras, pero sólo apuntó el estado de 21 y dijo que las que estaban activas eran las denominadas como “Central de Abastos”, “Salida a Taxco” y “Prolongación Karina”.

Al principio se supo que había cuatro videos disponibles, pero la periodista Anabel Hernández documentó un quinto, en el que se observa que 13 vehículos circulan por Periférico Poniente, en dirección a la Carretera 51, con personas capturadas, vigiladas por hombres armados. A esa cámara de seguridad, que no se especifica cuál es, “se le hizo apuntar hacia el cielo cuando pasaba el convoy”. Esos videos quedaron fuera de la investigación de la PGR.

Según Fonseca y la PGR, las cámaras denominadas “Estrella de Oro”, “Leona Vicario”, dos equipos llamados “C4”, “Caja la Monarca”, “Trébol Poniente”, “Periférico Sur”, “Emiliano Zapata”, “Hospital Especialidades”, “Tribunal de Justicia”, “Independencia”, “Zócalo”, “Mercado”, “López Rayón”, “La Feria”, “Mariano Herrera”, “Aldama”, “Galeana”, “Hospital General” y “Tuxpan” no funcionaron el 26 y 27 de septiembre.

El desollamiento de Julio César adquirió dimensiones pocas veces vistas en un país en el que se aniquilan valores fundamentales de la sociedad como el derecho a la vida y su dignidad, dosificando y convirtiendo al cuerpo humano en mercancía desechable, fácilmente sustituible, mientras la clase gobernante basa sus decisiones en la acumulación de capital como un fin supremo, por encima de cualquier concepción moral, política o religiosa.

Julio César Mondragón Fontes, la desaparición de los 43 normalistas y la ejecución de sus compañeros Julio César Ramírez Nava y Daniel Solís Gallardo, así como la aniquilación de 22 personas en Tlatlaya, Estado de México, han propiciado que se pase por alto el control de movimiento de capitales en las zonas donde se extraen recursos naturales.

Estas fuerzas económicas, empresariales y armamentistas son en realidad poderes fácticos que desplazan cualquier sistema de gobierno, incluso socialistas o progresistas, desde el diseño de esquemas militarizados en todas sus modalidades porque en un territorio en caos el resultado siempre favorecerá a quien extrae.

Una economía basada en muerte y sufrimiento para obtener recursos naturales de regiones habitadas por indígenas es consecuencia de una política de facto ejecutada por el Estado, que ejerce su autoridad desde la fuerza y la violencia porque asume que tiene derecho a decidir sobre la vida de sus gobernados.

Esa alianza de control incluye al crimen organizado y sustituye en funciones al gobierno porque impone sus propios impuestos en el cobro de derechos de piso y extorsión, ejecución de secuestros y robo en torno a una actividad principal dedicada enteramente a la extracción. Esa actividad no es solamente una distracción, pero funciona incluso para culpar de la violencia, desplazamientos poblacionales y asesinatos al narcotráfico, a conflictos sociales y étnicos, a diferencias limítrofes, pero también desvirtúa a conveniencia cualquier forma de resistencia que se oponga a lo que el Estado denomine “progreso”.

“Esto les pasa”

Julio César: crónica de un suplicio

* Este es un extracto del libro La guerra que nos ocultan donde se narra la tortura a la que fue sometido el normalista de Ayotzinapa, Julio César Mondragón Fontes, nacido en Tenancingo, Edomex, antes de ser desollado en vida, la madrugada del 27 de septiembre del 2014, en la ciudad de Iguala, Guerrero.

 

Francisco Cruz/ Félix Santana/ Miguel Alvarado

Visto desde arriba, el cuerpo del estudiante normalista Julio César Mondragón Fontes parece ser el de una víctima más de la violencia narca que asola al país, una imagen sangrienta de esas que inundan todos los días las páginas de la prensa amarillista. Un cuerpo tirado sobre la tierra con las piernas semiflexionadas, cuya mano izquierda reposa sobre el vientre, mientras la derecha se estira hacia un costado, al igual que la cabeza, que parece mirar el puño que la muerte no pudo vencer. Sin embargo, se trata del fiel reflejo del suplicio y del terror visual.

Ya golpeado, pero aún vivo, los verdugos de Julio César le hicieron un corte debajo del pecho en forma de gota que arrancó la piel, dejando al descubierto músculos y huesos. Quienes lo hicieron partieron de ahí y con salvaje cuidado fueron cortando hacia arriba mientras diseccionaban, separaban la carne del cuello y llegaban a la mandíbula rota, las orejas machacadas y la nariz desintegrada.

Antes de eso, Julio César ya tenía costillas rotas, 12 puntos fracturados, mientras yacía en el piso. El cuerpo macerado había sido arrastrado después de que lo amarraran con cuerdas, quizá de persiana, porque en ese cuerpo joven quedaron algunos hilos y las marcas de las ataduras se revelaban claras en la piel. Se le veían marcas de patadas en los hombros, delatadas por moretones que le causaron quienes lo capturaron. Adictos a la violencia, quienes lo hicieron trataban de quebrar la dignidad del ser humano y sus valores.

Ya en ese afán opresivo siguieron cortando hasta llegar a las cuencas, vacías porque ya no había ojos, uno arrancado de tajo en algún momento con todo y nervio óptico, arrojado a medio metro de donde se realizaba la carnicería. El otro, por efecto de los golpes, salido de su órbita, atrapado en el cráneo. Quien manejaba el afilado cuchillo de desuello o el bisturí tenía manos expertas, sabía lo que hacía, estaba educado y entrenado para ello.

Con las imágenes simbólicas que no necesitaban ninguna interpretación, la técnica de la tortura, exacta y cuidadosa, era visible en brazos y torso. La mano izquierda, colocada sobre el propio cuerpo, exhibía uñas amoratadas, los dedos sucios por la tierra. Dos escoriaciones sobresalían en esa mano lacerada, como si hubiera golpeado con los nudillos algo punzante o unos dientes. La otra mano, estirada sobre el suelo, parecía reposar, excepto por el horror desprendido justo antes del nacimiento del cuello. A esa hora las heridas ya no sangraban porque ya no circulaba más sangre por el cuerpo, todo era escurrimiento.

No se sabe más porque la piel de la cara no ha aparecido, por lo menos no hasta ahora, y es parte de los misterios que rodean el asesinato, parte de un “trofeo” de la barbarie que alguien guarda en su casa o en algún lugar secreto. De otra manera, ¿cómo puede explicarse tanta beligerancia y empeño para desollar a un joven estudiante normalista?

Desollar es otra cosa. Los narcotraficantes, sus matones y sicarios ciertamente torturan en forma salvaje y así envían sus recados primitivos. Tienen rituales, códigos propios, y construyen escenarios: mutilan dedos —uno o más, depende del aviso, el mensajero y su posición en el grupo rival—; cortan de tajo pene y testículos para entregarlos en charolas de plata a las viudas; dan el tiro de gracia; embolsan; deshacen cuerpos en ácido; encobijan; encajuelan; cuelgan y decapitan; hasta llegan a matar con soplete.

En 2011 “carniceros” y taxidermistas al servicio del crimen organizado intentaron desollar a algunas de sus víctimas para regalar a sus jefes la cara de sus enemigos o el cuero cabelludo, como lo hacían los apaches o los aztecas para honrar al dios Xipe Tótec, los chinos en la dinastía Ming y los españoles, para que sus víctimas experimentaran el terror verdadero y entraran en un trance de visiones infernales; y estos todavía eran más bestiales: rociaban con sal los cuerpos desollados —de sus víctimas agonizantes— para que sufrieran el dolor máximo en carne viva, convertidos en siniestra imagen del tormento.

Los sicarios del narcotráfico intentaban el desuello hasta que corroboraban que sus víctimas estaban muertas. Resultó tan complicado el experimento que desistieron, se dedicaron a torturar, cortar cabezas, desmembrar o disolver carne con ácidos en tambos o toneles industriales.

El desollamiento de Julio César lo hicieron manos expertas. Y el mensaje mantuvo una línea feroz y categórica para construir miedos. El arma de tortura siguió destazando y al llegar a la frente, donde el pelo le nacía al estudiante, una puñalada que afectó casi 13 centímetros, con toda la fuerza, terminó el despellejamiento. Luego lo movieron, tirado en ese piso de tierra del Camino del Andariego en Iguala; era entre la una y las dos de la mañana del 27 de septiembre de 2014. No fue arrastrado ni siquiera un metro, pero su corazón había dejado de latir. En shock por el dolor desde el principio, Julio César Mondragón Fontes terminó de morirse.

Sin saberlo, este joven normalista de Ayotzinapa se había convertido en un peligro para alguien, y aunque no percibió la magnitud de lo que sucedía, hacer un repaso de sus últimas horas a partir de las comunicaciones privadas que registraron algunos de sus familiares, declaraciones de compañeros y hojas confidenciales de la empresa Telcel —que aparecen por vez primera en este libro— aclara la situación: muerte multifactorial relacionada con shock hipovolémico, asfixia y paro cardiaco por el intenso dolor y el sufrimiento mayúsculo del cuerpo macerado.

En definitiva, la muerte de Julio César prueba que en México se ha vuelto a los métodos básicos para acallar la disconformidad: la tortura y el suplicio, dos recursos afines a las dictaduras y las prácticas de la Santa Inquisición. Para sus verdugos era imperativo dejar un mensaje contundente basado en ese terror que perturba los sentidos de todo aquel que se atreva a mirar, lo intuya o escuche del tema. Un aleccionamiento visual con el que Julio César se ha insertado en la genealogía trágica guerrerense que puede documentarse hasta 1923 como parte de los procesos históricos del país.

En el normalista hubo resistencia y honorabilidad. Lo atraparon porque tuvo la osadía de regresar para apoyar o intentar rescatar a sus compañeros, que estaban siendo atacados. En sus verdugos hubo maldad extrema. Su ejecución es una enorme tragedia.

Homicidio calificado, dicen las autoridades, pero no lo resuelven; crimen de lesa humanidad, advierten la familia, Ayotzinapa, organizaciones no gubernamentales, periodistas independientes, el resto de México. Y las pruebas empiezan a salir, acusan. Las vejaciones a este joven de 22 años de edad, quien al día de su muerte pesaba 72 kilogramos y medía 1.76 metros, resumen el nivel de barbarie que vive el país.

El plano-secuencia es contundente: el rostro desollado y el cuerpo torturado circularon ampliamente por las redes sociales; quien haya tomado las fotografías y las haya subido a internet deseaba garantizar un consumo visual masivo que, en su momento, por la agitación estudiantil y la fecha simbólica próxima (conmemoración de la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968), respondiera a una intención deliberada de aleccionamiento o terror.

En esas lecciones visuales encajan las humillaciones, en 2006, a personajes como Ignacio del Valle Medina y Felipe Álvarez Hernández, líderes de la rebelión civil en San Salvador Atenco (más conocida como la de “los macheteros de Atenco”), así como a la comandanta Nestora Salgado García.

También las imágenes de la degradación y el sometimiento público del doctor michoacano José Manuel Mireles Valverde, así como de los profesores Rubén Núñez Ginés, Francisco Villalobos Ricárdez, Othón Nazariega Segura, Juan Carlos Orozco Matus, Roberto Abel Jiménez García y Efraín Picaso Pérez, dirigentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en el sur del país.

Pero esto no se queda sólo en lo visual: el símbolo son las víctimas y sus imágenes, mensaje concreto para seguidores y compañeros. Ya no se trata únicamente de contar con el mejor armamento, sino con los métodos más refinados de tortura que, luego, manos invisibles se encargan de difundir.

Y estas víctimas, todas, tienen un denominador común: son líderes sociales, vivieron un proceso de luchas comunitarias, desafiaron al Estado y, a su manera, cada uno exhibió las incapacidades de la Presidencia de la República —en especial de Peña Nieto, desde que era gobernador— para hacer frente a la delincuencia o a los abusos de la élite del poder político que intentan despojarlos de sus tierras ancestrales.

Las imágenes de cada uno —sometido y degradado— son utilizadas para infundir pánico en la sociedad. Los sociólogos lo describen como la construcción social del miedo o terrorismo mediático.

El caso de Julio César no mueve a la curiosidad ni es parte de una leyenda urbana. Va más allá y forma parte de un plan mayor en la guerra psicológica. La circulación masiva de sus fotografías representa un acto malvado, un trastorno. Las imágenes configuran el poder del Estado o de los grupos del crimen organizado, que en muchas ocasiones es la misma cara de la moneda. Si no se colabora con ellos, se termina por pasarla mal.

“La política visual del terror puede parecer primitiva, pero su práctica puede ser tan sofisticada cuan profundos sus efectos”, advirtió Richard K. Sherwin —profesor de Derecho y director del Proyecto sobre Persuasión Visual en la New York Law School—, en La política visual del terror, un amplio ensayo reproducido el 26 de septiembre de 2014 en las páginas del periódico español El País, el mismo día de Iguala.

Con Julio César fueron más atroces.

Lo primero que vieron sus compañeros de Ayotzinapa fue esa imagen. Y al otro día, lo primero que vio su esposa, Marisa Mendoza Cahuantzin, en la morgue del Servicio Médico Forense (Semefo) de Iguala fue a un hombre con el rostro cubierto y los brazos heridos, recostado en una mesa metálica, con quemaduras de cigarro ennegreciéndole la carne.

Ella, a quien los legistas habían advertido lo que vería, pidió que retiraran los vendajes, aunque ya sabía que se trataba de Julio César porque, en realidad, lo primero que vio fue el brazo izquierdo de aquel cuerpo y corroboró, desde la amargura que significa identificar un cadáver, las antiguas marcas que tenía.

Julio César: crónica de un suplicio

Exclusión indígena

 

* Las restricciones establecidas en el derecho positivo mexicano para los indígenas provocan momentos que permiten enarbolar el reclamo para el reconocimiento del derecho Consuetudinario Indígena. Sin embargo, imponen obstáculos porque las opiniones de muchos juristas consideran a las costumbres y el Derecho Consuetudinario Indígena como formas y estructuras del pasado, y las relegan a la historia o simplemente las ignoran porque conciben a la costumbre y el derecho indígena fuera de la ley.

 

Miguel Martínez Hernández

Toluca, México; 25 de agosto del 2016. En el periodo de la Conquista y en el primer siglo del régimen colonial se adoptaron la doble faz de una destrucción cataclísmica de fuerzas productivas y una revolución técnica; la Edad del Hierro, la rueda y la ganadería llegaron a México envuelta en sangre, fuego y pillaje. La destrucción de las etnias fue tan brutal que de 17 millones que existían en 1532, después de 70 años sólo quedaban aproximadamente 2 millones indígenas. Las principales causas del decrecimiento fueron las guerras, enfermedades y, sobre todo, la explotación inhumana en las minas y en los campos de cultivos.

En la época colonial hubo intentos de protección hacia los indígenas impulsados por algunos representantes de las órdenes religiosas. Sin embargo, sólo se dedicaron a evangelizar y castellanizarlos y a toda costa pretendieron destruir la organización social, costumbres, cosmogonía y religiones de las sociedades indias: con ello dio inicio el proceso de aculturación. Así, desde la Conquista hasta nuestros días los indígenas han sido víctimas de normas que no sólo han atentado contra su integridad, sino que hasta han pretendido desconocerles su existencia.

Actualmente existe un movimiento internacional que defiende el Derecho Consuetudinario Indígena. Este movimiento centra su demanda en la declaración universal de los derechos humanos indígenas. En México también hace eco este movimiento. Aquí rige un derecho estructurado “en torno al principio de igualdad jurídica, según el cual, todos somos mexicanos. Por lo tanto, existe un solo derecho nacional y no hay para otro tipo de derechos, los de los pueblos indígenas” (Efrén Capis, et al). Esta legislación es el tipo de derecho en México pero dista de la realidad de una sociedad pluriétnica y plurilingüe. Luego, el derecho positivo mexicano no se apega a la realidad social mexicana.

En el marco de las normas internacionales sobre derechos humanos establecidos por la ONU y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CNDH) y lo estipulado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el Derecho Consuetudinario Indígena aplica en sus territorios normas que tienen manejos “jurisdiccionales en territorios indígenas por quienes de conformidad con las normas del propio grupo deban realizarlas. Esto significa que dentro del territorio indígena se aplicarán sus costumbres tradicionales (régimen sancionador incluido), aunque con el límite añadido al incorporado por la Declaración: su compatibilidad con la constitución y las leyes estatales. De modo que la aplicación del derecho reconocido en la Declaración, depende de la superación de un doble test de compatibilidad, uno con el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, otro, por lo establecido en las normas internas. Lo que supondría la ubicación del Derecho Consuetudinario Indígena en un tercer nivel (al tener un rango infralegal), dado que ante un supuesto de incompatibilidad con las leyes no podrá observarse”. (S. Torrecuadrada, pp 541-542).

La aseveración de infralegal del derecho consuetudinario indígena se usa para ubicarlo en un tercer nivel, porque sólo es aplicable en territorio indígena, para los indígenas según sus usos y costumbres. El logro de ello constituiría el principio de autodeterminación para los pueblos indígenas.

La persistencia en ello, pese a las reformas constitucionales en materia de asuntos indígenas, es atentatorio a los principios de los derechos fundamentales indígenas porque el Estado Mexicano ha firmado tratados internacionales en materia de derechos indígenas y por consiguiente está obligado a asegurar, en cooperación con la ONU, el respeto universal y efectivo los derechos y libertades fundamentales de las sociedades indígenas. Al incumplir con los derechos fundamentales de los indígenas se desconoce totalmente que las sociedades “indígenas tienen su propia organización social, sus autoridades, sus normas jurídicas” […], estos principios son soslayados por el derecho positivo mexicano que “se sustenta en una  unicidad cultural y, por ende, en la unicidad jurídica. Solo existe un derecho y este es el derecho nacional” (José Castillo Farreras).

El señalamiento de Castillo Farreras da pauta para comprender que el derecho nacional sólo es considerado como un mecanismo de control social. Las etnias, desde el punto de vista político y cultural, son gobernados y nunca gobernantes y en lo económico son explotados y nunca explotadores. Con todo lo anterior entramos al campo histórico-político porque es a partir de estas condiciones socio-políticas que los indígenas “empiezan a plantear la específica reivindicación del respeto a su cultura jurídica” (Farrera).

Las restricciones establecidas en el derecho positivo mexicano para los indígenas provocan momentos que permiten enarbolar el reclamo para el reconocimiento del derecho Consuetudinario Indígena. Sin embargo, imponen obstáculos porque las opiniones de muchos juristas consideran a las costumbres y el Derecho Consuetudinario Indígena como formas y estructuras del pasado, y las relegan a la historia o simplemente las ignoran porque conciben a la costumbre y el derecho indígena fuera de la ley.

Estos son criterios de exclusión, que conducen a la marginación y provocan la pérdida de la identidad, identidad como altépetl (pueblo), comunidad que pretende preservarse a sí misma con su cultura mutilada al paso del tiempo y que ha demostrado que no la pueden extinguir.

La exigencia de que el Derecho Consuetudinario Indígena sea constitucionalmente aceptado obedece a los cánones internacionales emitidos por la OIT y las Naciones Unidas, así como de  la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La consideración del Derecho Consuetudinario permitirá regular la interrelación entre sociedades indígenas y el Estado Mexicano para que, en una sociedad multicultural, goce de plena libertad y respeto a sus  usos, costumbres y libre determinación.

La legislación del Derecho Consuetudinario puede coexistir con el derecho positivo sin la existencia de conflictos entre sistemas legales o jurídicos, ya que la “ciencia jurídica acepta que la ‘costumbre’ es una fuente de derecho. Por otra parte, lo que caracteriza al Derecho Consuetudinario es, precisamente, que se trata de un conjunto de costumbres reconocidas y compartidas por una colectividad, (…) a diferencia de las leyes escritas que emanan de una autoridad, es decir, generalmente del Estado” (R. Stavenhagen). Esto quiere decir que el derecho positivo mexicano emana del Estado mismo en garantía de sí mismo, hecho para una sociedad homogénea y no heterogénea.

La demanda creciente  en México y América Latina para que se legisle el Derecho Consuetudinario Indígena es porque el carácter multicultural hace que el derecho positivo sea aplicable a un solo tipo de sociedad, haciendo a un lado los valores y principios de organización y justicia indígena conforme a sus usos y costumbres. La demanda exige, en primer término, el reconocimiento pluricultural y plurilingüe de la sociedad mexicana, pese a las reformas al tercero y cuarto constitucional que sólo fue por motivos políticos del momento y no para resolver las exigencias de las sociedades originarias. El Estado mexicano sustenta una concepción social unívoca, por lo que el derecho positivo se basa en un principio de igualdad para todos los mexicanos ante la ley, sin embargo, este criterio es abstracto y absurdo porque sólo perpetua la desigualdad social pese a las leyes en las que se sustenta el derecho positivo mexicano, que declaran iguales a los ciudadanos mexicanos, en tanto que las etnias quedan desprotegidas jurídicamente porque los principios jurídicos que rigen a la sociedad mexicana no son aplicables conforme a los usos y costumbres de los pueblos originarios, marginando y excluyendo a las culturas de los pueblos originarios, ahondando más las diferencias sociales.

La voluntad que requiere el Estado Mexicano para consolidar un país democrático, plural e igualitario debe, ante todo, reconocer el derecho consuetudinario de las sociedades étnicas del país. No hacerlo sólo ahondaría los problemas sociales, culturales, económicos y políticos, porque en un país como el nuestro con una gran riqueza cultural, requiere no solamente de normas jurídicas que regulen las acciones de los individuos, requiere amalgamar los principios de la identidad nacional sustentándose en una concepción pluricultural y plurilingüe que permita asegurar una igualdad de derechos y de oportunidades en los amplios sectores sociales del país.

La aceptación del Derecho Consuetudinario Indígena implica la construcción de una sociedad con equidad, justicia y democracia participativa para que las sociedades originarias tengan garantía jurídica en materia penal, agraria, y de recursos naturales especializada en materia indígena.

El reconocimiento Constitucional del Derecho Consuetudinario Indígena garantizaría “la igualdad de oportunidades en la defensa de los derechos, cuando éstos ya fueron violados, mediante un órgano federal que tenga función persecutoria, compensatoria, conciliadora y dictaminadora” (H. M. Ayala).

 

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Bibliografía

Efrén Capis, et al, México Indígena, Edit. INI.

José Castillo Farreras, Las costumbres y el derecho, Edit. SEP Setentas.

Rodolfo Stavenhagen, introducción al derecho indígena, artículo publicado en el periódico El Día.

Hugo Miguel Ayala, Etnicidad y juricidad, Edit. INI.

Soledad Torrecuadrada García-Solano, Identidad  Indígena, Universidad de Sevilla.

Documentos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Diversos documentos de la UNESCO en materia de políticas indígenas.

 

Exclusión indígena

La guerra que nos ocultan

 

* El libro La guerra que nos ocultan, de los reporteros Francisco Cruz y Miguel Ángel Alvarado; y del investigador Félix Santana Ángeles, es el relato de la vida y muerte del normalista Julio César Mondragón, estudiante de Ayotzinapa a quien torturaron, asesinaron y desollaron la madrugada del 27 de septiembre del 2014. También es la historia de su teléfono celular, robado ese mismo día y que conduce, vía las coordenadas que arrojaron las actividades de ese equipo, al Campo Militar 1A en la ciudad de México. Pero el libro no está hecho sólo de datos. La experiencia mortal de los familiares de Julio y la investigación de los reporteros consiguieron una obra viva, que no descansa.

 

Guadalupe Medina

Toluca, México; 24 de agosto del 2016. Se trata del tema del mayor dominio público. Es decir, del acontecer común y esto ya lo hace diferente. Son piedras a las que se les ha dado voz, son voces a las que se les da espacio y el silencio que emana de ellas es aún más funesto que el ruido de una ciudad. Esto se deja ver ya en el capítulo tercero, “Pedagogía del terror”, donde hablar, mirar, opinar, ser libre son derechos que en una sociedad cambiante como ésta se vuelven  aspiracionales. Es un libro fresco, con olor a sangre, de esa que cuando se percibe suena a muerte, pero también a traición y a dolor. Alfonso Reyes y su visión del Anáhuac quedan a la deriva; se han perdido la honradez y la libertad, quedando en orfandad la  virtud. Y lo poco que pudiera quedar de felicidad ha sido cortada por la peor de las fuerzas: el silencio; el ocultamiento de pruebas y de quienes son responsables directos de estos hechos: los hechos de Iguala.

La guerra que nos ocultan no es un libro sobre la felicidad, es un texto que refleja las profundas coincidencias entre mineras, narco, el ejército y el ejercicio del poder. Ninguna de estas coincidencias lleva a la felicidad en un país plagado de impunidad.

Es una desgarradora forma de literatura non-fiction que supera la expresión intrahistórica, personalizando datos, recuperando el pasado desconocido: cambiando los “datos oficiales” por “datos reales” se ha encriptado la verdad. Luego, los medios sólo administran pequeños trozos de “verdades políticamente correctas”. El libro no es un espejo de la realidad porque para quienes participan en su creación como colaboradores, autores y víctimas, es la realidad misma. Es cuando nos damos cuenta, como decía Fuentes, que “los tiempos nos demuestran que la ficción ha sido superada por la realidad”.

Es un libro que desvela porque duele. Es un libro en cuyas páginas se refleja también la unidad de la familia Mondragón Fontes. Por ejemplo, el Capítulo IV es muy descriptivo pero a la vez desgarrador, es un momento crucial que revela parte del vacío. Vacío de poder, vacío de información, vacío de aquellos quienes ya no pueden confiar. Es absorbente,  pues una vez que se inicia la lectura es difícil dejarla. Sin embargo, en su complejidad requiere de cierta información contextual que proporcionan las citas y los referentes que siempre es bueno consultar; es un libro que derribará las «verdades» que se han tomado como históricas… u oficiales.

La supuesta refundación de una sociedad mexicana se violentó con la impunidad, se limitó a ciertas “verdades” que en nada se acercan a lo que en realidad ocurrió. Pero ¿de qué puede hablar un libro en cuyas líneas se refleja el dolor no sólo de una familia sino también de una nación? Sostenido por documentos clasificados, bajo una severa investigación apoyada no sólo por archivos e imágenes, sino por aquellos que decidieron repetir sus historias hasta más allá del inmenso dolor que les causó la muerte de quien, como lo relata el Capítulo IV, era mucho más que apreciado por sus cercanos. Marisa Mendoza, la esposa de Julio César Mondragón Fontes, no perdió la comunicación con él sino hasta las 21:26 -página 99-, cuando una llamada sorda y muda se quedó en el aire. Este libro muestra que detrás de una estadística se habla de personas que respiran y que, como el Efecto Mariposa, impactan en otras. Murakami lo señala en “Después de la tormenta”: «Y una vez que la tormenta termine no recordarás cómo lo lograste, como sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro si la tormenta ha terminado realmente. Pero una cosa sí es segura. Cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata la tormenta».

En este libro se habla del universo de cada uno de los 43,  las tormentas de quienes buscan una respuesta. Nos podemos preguntar por qué el libro toma como modelo sólo a uno de ellos cuya voz no había sido escuchada, quiero decir, escuchada por quienes día con día repiten noticias segmentadas capaces de encapsular fenómenos que no sólo arrasan con los credos familiares o con los esquemas mundiales, sino con el pensamiento crítico. Esto vuelve a cimbrar los movimientos de una vida cotidiana, una vida de estudiante bajo el sol. Así pues, en capítulos como  “Naturalización de la barbarie” –el séptimo- o “Abran, los vamos a matar” -el noveno-, miramos estructuras que  manifiesta un estado de sitio que nos hemos acostumbrado a respirar, a solapar, donde organizaciones como la Comisión de Derechos Humanos ha sido cooptada por el grupo en el poder, o bien por aquellos sobre los que pesa una gran carga de culpabilidad que, sin el libro decirlo, se intuyen como culpables desde la Presidencia de la República, colapsando así la delgada línea entre la ficción y la realidad, bajo la sombra de “un torso desnudo, una costura que atraviesa por la mitad la caja torácica (… ) en lugar de cuello hay solamente un gran pedazo de piel negra, pues su cabeza tuvo que ser retirada…”, que se describe en la página 185.

De la creación de este documento recuerdo algunas cosas, como el primer acercamiento a este fenómeno en una cita que tuvieron los autores con el tío de Julio César Mondragón, quien tenía la angustiosa necesidad de hacer saber la verdad sobre su sobrino. Era el primer acercamiento luego de que él pensaba que cualquier agencia de noticias, reportero o sociedad civil podría “mal emplear los documentos que guardaba celosamente”. Dijo que contaba con elementos suficientes como para cambiar la historia de este evento. Dijo también que, a pesar de la situación, su familia se mantendría unida a toda costa. Lo que más llamó mi atención fue la descripción del cuerpo de Julio César –página 185-, un muchacho a quien después de alguien o algunos, haber destrozado su rostro, como lo describe el libro en Capítulo IX, era capaz de mirar las demandas de una sociedad convulsa, de una sociedad crítica, una sociedad joven desde una mirada a la que le arrancaron los ojos y que, como después narrarán los autores, lo condujeron hasta lo que muchos consideran un crimen de Estado.

Recuerdo también esas palabras que parecían encerrar más significados de los que se dejaban ver. Cuitláhuac Mondragón dijo haber sido notificado de la muerte de su sobrino por los medios, por las redes sociales. Dijo que fue a recoger el cuerpo sin reclamar nada, dándose cuenta de lo mucho que exponía a su familia el hecho de, en ese momento, hablar de la manera en que había muerto y siguiendo las sugerencias de alguien se limitó a reconocer el cuerpo, levantarlo y sepultarlo en el municipio de Tenancingo, en el Estado de México. Ese acto me representó la dignidad y asomó, desde mi juicio, amenazas y terror en la sociedad de México. Otro personaje que marcó el texto es la madre de Julio César, la señora Afrodita Mondragón. Una mujer sencilla quien en un principio y como toda madre a la que le han matado un hijo, parecía abstraída de la realidad, no comprendía del todo el evento. Sin embargo, estaba ahí. Ella, al igual que Cuitláhuac, había sabido de la muerte de Julio a través de los medios de comunicación. Afrodita, siempre protegida por sus hermanos, se ha dedicado calladamente a sintetizar y a concentrarse en el hecho de que era el destino de Julio. Ella aceptó su papel en la historia: el de la madre protectora, estoica frente a la situación. Una mujer bajita, siempre con una sonrisa silenciosa, que no necesitaba hablar o gritar para que todos los reunidos supieran de su presencia. Ninguna decisión tomada por la familia fue cuestionada por Afrodita, el proceso apagó una parte de ella pero el recuerdo de su hijo parecía darle vigor para lo que vendría luego. Afrodita ha sido constantemente invadida por sus recuerdos, acosada por los medios, la PGR, por algunos de sus más cercanos. A pesar de esto, ella siempre ha tenido una respuesta amable y positiva. El recorrido que la señora ha seguido es muy complicado e incierto y lo que es un hecho es que el dolor la consume todos los días. Haber convivido con los autores a lo largo de la creación del texto me significó también un descubrimiento en cuya verdad había un tremendo sentido de solidaridad. No debió haber sido fácil para los autores regresar a donde fue encontrado el cuerpo de Julio y seguir como si nada pasara. Mirar los detalles les hizo sentir dolor hasta el punto de perder el brillo de la mirada, literalmente. Este evento, creo, les llevó a la madurez espiritual.

En algunas ocasiones, acompañando a los autores iba el hermano de Julio. Un chico igual de impetuoso que su hermano, consciente de la realidad y el sufrimiento de quienes padecemos del neoliberalismo. En un inicio se negaba a acercarse a los hechos y debió ser difícil para él pasar a un segundo plano familiar, pero basta verle y escucharle para saber que los ideales de Julio fueron los aprendidos desde el hogar pues su hermano también los comparte. Lenin, como se llama, acompañó a los periodistas en alguno de sus viajes a Guerrero, buscando pistas sobre Julio, tal como lo narran en el capítulo “Están disparando, amor”, que revela los nombres y funciones de los compañeros de Julio César; estos datos fueron proporcionados por el hermano quien conocía a los amigos de Julio. Esto le permitió encontrarse con su hermano desde otro plano, el plano que separa la vida de la muerte.

Este libro vale por ser la historia de una familia en medio de una tragedia ocasionada por un gobierno que no tiene empacho alguno en hacer uso de la fuerza para imponer desde el miedo, una realidad que mata, discrimina, aniquila, desaparece.

 

 

La guerra que nos ocultan

“Bienvenidos a la Media Luna”

 

* Mineras, narcos, soldados y luchas sociales convergen en Guerrero con la normal rural de Ayotzinapa como símbolo central de una resistencia contra el despojo y el genocidio. Este texto, parte del libro La guerra que nos ocultan, narra esa historia.

 

Francisco Cruz/ Félix Santana/ Miguel Alvarado

El director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan, Abel Barrera Hernández, y el abogado de los padres de los 43 normalistas desaparecidos, Vidulfo Rosales Sierra, afrontan una investigación del Cisen porque en el primer círculo del gobierno federal los han calificado como radicales y se sospecha que tienen vínculos con grupos subversivos, aunque su biografía los muestre como lo que son: defensores de los derechos humanos en un estado que huele a muerte e impunidad: Guerrero.

Los dos se han convertido en blanco de campañas abiertas para desacreditar su trabajo y dividir al movimiento de Ayotzinapa, incluso a través de la filtración maliciosa de grabaciones que sólo habrían podido producir y luego difundir entes gubernamentales —o poderosos grupos de la iniciativa privada— con capacidad económico-financiera para intervenir sistemas de telecomunicaciones celulares y de telefonía fija.

A finales de noviembre de 2014, la persecución contra Barrera y Rosales levantó una ola de indignación entre organizaciones agrupadas en torno al seguimiento del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, pero también en periodistas influyentes de la Ciudad de México.

Barrera sostiene desde hace mucho que en Guerrero hay una ocupación sistemática del Ejército, como si se tratara de una fuerza invasora, un plan para desactivar la lucha social, cualquiera que sea, y que la siembra de amapola por parte de minifundistas se usa como “justificación de la militarización que desde la época de la Guerra Sucia se implantó en las escarpadas sierras y montañas de Guerrero, que sirvió para la posteridad como modelo de guerra contrainsurgente que nos ha desangrado y nos ha colocado como una de las entidades más violentas, donde la vida tiene un precio ínfimo”.

Sus palabras resuenan proféticas, en casos como el del homicidio de Julio César Mondragón Fontes: “Los rebeldes mueren muy temprano y de pie a manos del Ejército, la motorizada y los judiciales”.

Para entender las palabras de Barrera y en parte lo que ha pasado es Ayotzinapa es necesario ubicar a la industria minera, minas y concesiones situadas en una franja de 232 kilómetros y que también se extienden a parte de Puebla, Morelos y Oaxaca. Guerrero, comunicado por el corredor carretero interoceánico Acapulco-Veracruz, hasta el Golfo de México, garantiza el transporte de minerales y estupefacientes.

Barrera y el Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan también han sido claros: en Guerrero, “la minería ha significado la esclavitud y la muerte de los pueblos indígenas. […] existe una explotación desmedida de los minerales […]. De 2005 a 2010 cerca de 200,000 hectáreas del territorio indígena de la Región Costa Montaña han sido entregadas por el gobierno federal a empresas extranjeras, a través de concesiones de 50 años, para que realicen actividades de exploración y explotación minera, sin tomar en cuenta el derecho al territorio y a la consulta de los pueblos indígenas”.

La oposición de organizaciones como Rema alcanzó a proyectos hidroeléctricos necesarios para la obtención del oro. Eso derivó en detenciones de dirigentes, pero también en una violencia nunca antes vista, tan sangrienta que las policías comunitarias de Guerrero tuvieron que luchar contra las mineras, como lo hizo la CRAC, porque las comunidades eran obligadas a abandonar las tierras. No hubo éxito luchando solos y poco a poco la delincuencia los controló con terror.

A mediados de la década de 2000, los guerrerenses descubrieron con horror que los criminales operaban ya como grandes aliados de las mineras. La brutalidad se hizo común en las zonas en las que estas se asentaban desde principios de esa década, cuando el panista guanajuatense Vicente Fox Quesada llegó a la Presidencia de la República.

Atraídos por las actividades que se desarrollaban en torno a las mineras, los capos de los cárteles entendieron que la industria extractora redituaba mayores ganancias que las drogas. Y fueron ellos los responsables, bajo situaciones muy oscuras, de “limpiar” pueblos enteros donde excavarían las mineras. Los sicarios se encargaron de aplastar cualquier intento de rebelión. Y empezaron a controlar actividades adyacentes, mientras el Estado aportaba soldados para consolidar la seguridad pública en las regiones mineras.

Los sicarios acabaron con cualquier intento de lucha contra las mineras. Por omisión o complicidad del Ejército y las policías, el sicariato se consolidó como elemento de control y los cárteles, transformados en mafias, empezaron a controlar actividades clave como el transporte de desecho en camiones de volteo y asuntos sindicales, sin renunciar al secuestro, la extorsión ni la siembra, distribución y exportación de drogas.

Los sicarios del crimen organizado usaron cualquier mecanismo de control social que tuvieron a la mano, empezando por el asesinato, para consolidar las operaciones de la industria minera trasnacional. Y quienes quisieron refugiarse en el silencio de sus casas empobrecidas e intentaron despreocuparse del problema más pronto que tarde descubrieron que la minería a gran escala y los muertos formaban un binomio implacable e inhumano.

Algunas historias parecen salidas de un cuento de terror, pero así son y con los mismos resultados: los muertos de un solo lado. La violencia envolvió a Guerrero.

“Bienvenidos a minera Media Luna. Es una compañía canadiense dedicada a la exploración y desarrollo de recursos de metales preciosos con un enfoque en oro. Es propietaria del 100% del proyecto de oro Morelos, ubicado a 180 kilómetros al suroeste de Ciudad de México”, dice la extractora Torex Gold de sí misma, que tiene subcontratos por lo menos con 15 empresas y 600 trabajadores solamente en Guerrero. En una superficie de 29 mil hectáreas está, entre otras, la mina El Limón-Guajes, al norte del Balsas.

“Si no tienes red, te matan, mueres en tu lucha”, advierte Evelia Bahena, quien durante cuatro años, entre 2007 y 2011, detuvo los trabajos de la Media Luna.

Las luchas campesinas buscaban negociar convenios porque no estaban en contra de la explotación sino del abuso. En realidad, los afectados tuvieron que batallar hasta con entregas simuladas de dinero y falsas firmas de acuerdos organizados por el gobierno de Guerrero, que repartía a medios locales fotos y boletines oficiales en los que promocionaba arreglos “fantasma” propuestos por mineras, como sucedió el 12 de diciembre de 2007, cuando burócratas estatales montaron una entrega de efectivo a los ejidatarios de Real de Limón, Fundición y algunos de Nuevo Balsas.

El director general de Promoción Industrial, Agroindustrial y Minera del estado, Carlos Enrique Ortega Cárdenas, representando además a la Media Luna, entregaba ese dinero a un desconocido que no era ejidatario, que nadie en la comunidad identificó. La cantidad, por supuesto, nunca llegó a los afectados. Lo que en realidad había pasado ese día era un rompimiento de negociaciones, publicado en diarios nacionales. Los medios de Guerrero recibieron un boletín donde se daba cuenta del teatro gubernamental, un disfraz de concordia porque detrás se agazapaban las primeras amenazas de muerte, denuncias contra ejidatarios y omisiones de las autoridades. De nada valieron las quejas dirigidas a la Delegación Regional de Derechos Humanos, como el oficio CODDEHUM-CRZN/116/2007-II en el que documentaban el hostigamiento de policías municipales armados, enviados por el alcalde perredista de Cocula, Jorge Guadarrama Ocampo (que estuvo en el cargo de 2007 a 2009), aliado de Teck Cominco, para reventar las asambleas ejidales.

La oposición se fortaleció pese a la presión del alcalde Guadarrama, cuya campaña política había sido estructurada, precisamente, desde la lucha contra la Media Luna, aunque nada más ganar dejó de fingir y apoyó a los canadienses, cuyo plan de trabajo incluía el traslado de dos pueblos, completitos, a una zona donde no estorbaran, pero también el patrocinio político para el alcalde, quien todavía no tomaba posesión y ya se alistaba para competir por una diputación local.

Guadarrama era amigo de Evelio Bahena Nava, padre de Evelia Bahena, quien vivió mucho tiempo en Estados Unidos, involucrado en temas ambientales y la defensa de migrantes desde Houston. Cuando regresó a Cocula se encontró con antiguas amistades que lo recibieron de la mejor manera. Uno de ellos era Guadarrama, todavía candidato perredista a la alcaldía. El señor Bahena se involucró en los recorridos por comunidades como La Fundición y Real de Limón, asentadas al pie del cerro donde la Media Luna desarrollaba proyectos de exploración, en los cuales había invertido diez años. Ejidatarios contratados por los ingenieros se interesaron en Bahena porque hablaba inglés. Ellos necesitaban presentar quejas a sus patrones que, alegando no hablar español, se negaban a entablar diálogo.

La defensa contra los canadienses comenzó desde el reclamo más insignificante, pues los comuneros sólo querían extender el tiempo de sus comidas en media hora. El repatriado les dijo que tenían derechos, que de una vez los exigieran y así comenzó todo, por media hora más. La barrera del idioma se superó, ya con vocero, quien rápidamente involucró a activistas de Houston como Bryan Parras, uno de los ambientalistas más reconocidos y cofundador del Texas Environmental Justice Advocacy Services (TEJAS), dedicada a la defensa ecológica y la justicia social.

Así, la resistencia inicial tomó una forma organizada. A los ejidatarios les enviaron el perfil empresarial de la extractora que Evelia Bahena les explicaba en las reuniones. Eventualmente ella sustituyó al padre, quien murió por enfermedad, aunque antes el activista había acudido a todas las instancias legales e informado al gobierno canadiense, el 3 de diciembre de 2008, sobre la Media Luna. El Consulado de Canadá en Houston registró esas visitas pero su interés era poco o nulo y lo único que hizo fue enviar a los guerrerenses un correo electrónico donde le enviaba la dirección en internet de la Gold Corp.

Y nada más.

Y es que al gobierno canadiense lo que hagan las empresas mineras bajo su bandera en otros países no le importa. Le importa, claro, que las dejen trabajar y obtener la mayor cantidad de minerales. En 2015, el embajador de Canadá, Pierre Alarie, les dijo a todos en la XXXI Convención Internacional de Minería, en Acapulco, que “los que se oponen a las mineras son grupos muy particulares, muy organizados, pero muy pequeños”.

En 2008 los campesinos contratados por Teck Cominco realizaban trabajos de exploración en condiciones extremas. Sus horarios estaban estipulados por sus jefes como “de día” y “de noche”, con jornadas de 12 horas, de siete de la mañana a siete de la noche y de siete de la noche a siete de la mañana, en un segundo turno. No tenían prestaciones y su salario era inferior al mínimo. La empresa llevaba explorando diez años y ni siquiera había arreglado el camino de acceso a la mina, que desde Real de Limón, en camioneta, consumía 40 minutos. Tampoco había inscrito a nadie en la seguridad social. Lo que los campesinos pedían a la minera era un arreglo equitativo por el arriendo de predios, un plan ecológico para no afectar a pueblos y habitantes, el cumplimiento de los acuerdos que se celebraran y el pago justo a quienes habían trabajado para ellos. Después, los reclamos fueron otros.

Las averiguaciones previas HID/AM/02/1227/2007, HID/AM/02/ 1225/2007 y HID/AM/02/1226/2007 del 19 de septiembre de 2007; la HID/AM/02/1197/2007, del 13 de septiembre de 2007; la HID/AM/02/1201/2007, del 14 de septiembre y la HID/AM/02/1558/2007 del 17 de septiembre de 2007, presentadas por los campesinos para denunciar a la extractora, no sirvieron de nada, excepto para que la Media Luna los amenazara con detenciones judiciales derivadas de denuncias de los canadienses ante la Procuraduría estatal, que se ampliaron y extendieron hacia febrero de 2008.

A los comuneros la justicia les cerró las puertas y se echó a andar un esquema de bloqueo para favorecer a la empresa. La Procuraduría dejó de informar a los afectados sobre las denuncias, impidió la recepción de documentos y no promovió ningún diálogo con la minera, que se mantuvo en silencio. El oficio dirigido a Derechos Humanos de Guerrero también revela amenazas de la Procuraduría Agraria para forzar pactos con la Media Luna a cambio de no retirar ni cancelar títulos ejidales a los campesinos, como se registró el 23 de enero de 2008. La misma Procuraduría Agraria impidió que visitadores acudieran a las asambleas para testificar los dichos de los ejidatarios.

 

Las fórmulas perfectas

 

La Media Luna tiene su emplazamiento en lo alto del cerro de La Joya, entre los pueblos de Nuevo Balsas, La Fundición y Real de Limón, en el municipio de Cocula, Guerrero, y cobija a esas comunidades en sus faldas, que veían trabajar a la minera, literalmente, encima de ellas. La primera acción real contra la Media Luna ocurrió cuando Evelia Bahena y los suyos cerraron el paso a los trabajadores. En realidad, no habían tomado las máquinas, que estaban dentro del perímetro de la empresa, pero el único paso, La Ceiba, fue bloqueado. En esa primera acción, en 2007, el Ejército intervino para desalojarlos a petición de los gerentes mineros. Los inconformes evitaron la confrontación escapando a los cerros, donde no podían encontrarlos, pero cuando los soldados se retiraban, el plantón volvía a levantarse hasta que, en diciembre de ese año, la minera despidió injustificadamente a treinta trabajadores.

La corrupción que una minera tan rica genera en una sociedad como esta alcanza todos los niveles. Con el edil Guadarrama pasó lo que siempre pasa. El perredista, nada más ganar los comicios, buscó llegar a acuerdos con la empresa y lo consiguió, aunque fue solamente uno: puso su precio y se lo pagaron. El municipio dio paso libre a los canadienses y el amigo de los ejidatarios se convirtió en uno de los activos más eficaces de la Media Luna, comprometida con él en un viaje político y que desde sus ganancias reales no daba más que migajas, limosna para un pedigüeño. Los ejidatarios se enteraron de que la minera hacía depósitos a las cuentas bancarias del alcalde y de quienes vendieron la lucha. Iban desde 100 mil pesos hasta un millón.

Que los políticos en Guerrero se alíen con las mineras es práctica obligada. Son ellas las que organizan elecciones y encabezan una tétrica mesa de acuerdos donde se sienta el narcotráfico. La fórmula La guerra que nos ocultan es sencilla: la mina dirige los comicios con los cárteles como su brazo armado. A cambio, un alcalde impuesto se compromete a no pedir nada a la empresa, ni para el municipio ni para beneficiar comunidades. No habrá caminos nuevos ni arreglarán los que ya están. Se olvidará de indemnizaciones y sólo se reubicarán pueblos, se harán obras cuando no haya alternativa.

La mutación de los cárteles, cuando sucedió, no tuvo marcha atrás. Al principio, cuando los opositores mineros se armaron de valor y se levantaron en 2007, no tenían miedo de los narcotraficantes, que incluso buscaban a líderes sociales para saber lo que estaba pasando. Al saber que la lucha era contra las mineras, los dejaban en paz. Eso, hasta que las propias extractoras comenzaron a afectarlos porque los terrenos para amapola y mariguana están también en la zona del oro.

“El narcotráfico ya no tenía dónde sembrar y sus ingresos se habían desplomado”, relata Evelia. Aunque sanguinarios, los cárteles no podían luchar contra una empresa supermillonaria, protegida por el gobierno y el aparato militar. No es que en Guerrero los cárteles hayan dejado de producir, sino que lo hacen en menor escala y trasladaron el negocio a Puebla, Estado de México, Morelos y otros estados.

La historia de Pablo Tomás Ortiz y Alma Nelly Martínez Román da forma a las palabras de la luchadora social. Conocido como El Chino o El Curita, había batallado siempre para ganarse la vida. De 35 años y originario de Mazatlán, nunca se quejó, sin embargo, y aprovechaba cualquier oportunidad para ganar dinero. Pero la mala suerte y apenas el bachillerato trunco que presentaba en solicitudes de empleo no le ayudaban mucho. Desempeñó cualquier cantidad de oficios, pero ninguno le pagaba lo que él quería.

Desde los siete años vivió en Manzanillo, Colima, porque su padre era cabo de Infantería de Marina y hasta allá lo trasladaron, con todo y familia. En 1995, cuando iba en tercer semestre del CETIS 84, Pablo Tomás tuvo que ponerse a trabajar. Tuvo empleos mal pagados y se convenció de que sólo un milagro lo sacaría de pobre.

Ese milagro ocurrió cuando se drogaba con cristal en Manzanillo, en la colonia San Pedrito, en compañía de su amigo Jesús N., El Chicho, en agosto de 2013. El Chicho lo miró y le dijo que se fuera a trabajar con él a Atzacala, Guerrero, donde tenía “un jale” en una minera llamada Media Luna, aunque eso significaba trabajar para un grupo llamado Guerreros Unidos.

—¿Y cuánto pagan? —le preguntó Pablo Tomás.

—Pues 15 mil pesos al mes.

Pablo se quedó boquiabierto y respondió que sí hasta cuando El Chicho le dijo que el trabajo consistía en matar, controlar drogas y levantones. Y cobrar la plaza, que incluía cuotas de los trabajadores. Así que se fueron a Atzcala en septiembre de 2013. Pablo conoció los pormenores del oficio. Fue presentado con sus compañeros, entre ellos uno apodado Cepillo o Terco. Previa capacitación, comenzó a ejercer. Llegó como jefe porque era amigo de El Chicho.

Su grupo cuidaba que los “contras” —Los Rojos— no entraran al pueblo y se apoderaran de la plaza. Le entregaron un cuerno de chivo, una pistola nueve milímetros y un Blackberry para que se comunicara con El 9 —que se llamaba Pedro Celso Montiel y andaba en una Lobo negra— y con El Chuky, un hombre pequeño pero sanguinario. Así comenzó. Controló las drogas. Alineó pueblos. Mató “contras”. Él dice que esto último lo hacían en un lugar específico.

—En la zona alta de una montaña que se le conocía como Cielo de Iguala, a espaldas de Pueblo Viejo.

A los de las minas les daban protección para que nadie secuestrara, matara o robara el transporte de minerales, “y como me gané la confianza de ellos me encargaron para que yo me hiciera cargo de los poblados de Balsas, La Fundición, colonia Valerio Trujano, además de Atzcala”.

Todo iba bien para Pablo Tomás Ortiz. Incluso se enamoró de una chica, Alma Nelly Martínez Román, quien había regresado de Chicago para radicar en su tierra natal. Se fueron a vivir juntos. Ella pronto se dio cuenta de lo que hacía su pareja y le pidió que la dejara ayudarlo. Con permiso de los jefes, la joven se integraría al equipo de cobranza que visitaba las mineras y a los comisarios de los pueblos cercanos. El colmo de la buena estrella llegó cuando le entregaron una camioneta Silverado 2013, blanca de nueva, pero con el inconveniente de que era robada. Tomás dijo a todo que sí, con tal de tenerla. Que tuviera cuidado, sí. Que allí no habría problemas porque con el gobierno de Guerrero estaba todo arreglado, sí. Que su licencia sería falsa, sí. Que tendría una credencial electoral chueca, sí. Que su nombre sería otro, Eduardo Villanueva Viviano, sí.

“Además de que traía sirenas de una empresa minera”, sí.

Alma Nelly también manejaba el vehículo. En ella realizaba las rutas de cobro mientras Pablo Tomás, ahora Eduardo Villanueva, organizaba al grupo, que iba creciendo. El Pollis, El Pechugas, El Banderas, El Niño, El Mimoso, El Jocky, El Moslo, El Greñas, El Morado, El Balazo y El Tripa lo habían fortalecido. Todo estuvo tranquilo, pues, hasta el 27 de septiembre de 2014, porque “la bronca más pesada que hemos tenido es el levantón de unos estudiantes”.

Esa fecha, a la una de la mañana, Pablo Tomás recibió una llamada de El 9, para que se fuera a la entrada de Mezcala, sobre la autopista Chilpancingo-Iguala, para que echara aguas porque iban a atorar a unos vehículos, al parecer de los “contras”. Pablo Tomás obedeció y se llevó una Expedition, dos armas y también a su chica. Llegaron al lugar y estuvieron un rato hasta que vieron pasar un tráiler seguido por dos autos. Segundos después, un poco más adelante, se desató una balacera comenzada por El 9, ideada como un distractor. Y es que kilómetros adelante otra célula de los Guerreros Unidos reportaba el levantón de estudiantes a quienes, le dijeron sus compañeros a Tomás, los llevaron a Cielo de Iguala, a espaldas de Pueblo Viejo. Nelly recuerda que El 9 también le pidió a Tomás que “cuidara el puente que está en Atzcala porque iba a sacar a su gente por el río”.

Esta versión la confirma el GIEI en su segundo informe, cuando asegura que la operación para detener a los estudiantes se extendió a un territorio de por lo menos 80 kilómetros, controlando la movilidad sobre la carretera Iguala-Chilpancingo desde la media noche hasta las 06:00 am, implementando bloqueos con tráileres: uno en la comunidad de Sabana Grande, Tepecuacuilco, a tres kilómetros del ataque contra Los Avispones, y otro a la altura de Mezcala, donde se reportaron dos heridos, lo que muestra un modus operandi coordinado para evitar la huida de los autobuses.

“Yo ya no supe nada”, dijo Pablo Tomás Ortiz a la Procuraduría estatal de Colima en la declaración fechada el 23 de octubre de 2014, pedida por la PGR con el oficio 4583/2014, el 28 de octubre de ese año. Sólo añadió que días después El 9 se comunicaba con él para decirle que se fuera de Atzcala.

Así lo hizo, pero antes pasó a cobrar cuotas, dejó a buen recaudo el armamento del grupo y se lanzó para Colima, junto con Nelly. La Media Luna denunció extorsiones del crimen organizado hasta por un millón de pesos al mes, pero El Curita sólo cobraba 50 mil pesos, los mismos que se llevó en la huida junto con la Silverado robada y una Beretta negra.

Pensaron también comprar droga para no quedarse sin dinero. Eso fue lo primero que hicieron al llegar a Colima. Se metieron a la colonia Tívoli y nada más estacionarse los encontró una patrulla. Les revisaron todo. Allí salieron los papeles falsos, la pistola, dos cargadores, una computadora que pertenecía a un funcionario de la Procuraduría de Guerrero. Y como los agentes no aceptaron un soborno de diez mil pesos, se los llevaron detenidos.

La estrella de El Curita terminó de apagarse.

El cobro de cuotas a mineras, dice Evelia Bahena, es en realidad parte del “contrato” que firman extractoras y cárteles para evitar, por ejemplo, alzamientos sociales que afecten a las empresas, “limpiar” tierras y pueblos y obtener protección.

El 3 de diciembre de 2007 Bahena y su grupo retuvieron tres máquinas y un tractor que operaban para el proyecto de exploración Los Guajes, la primera mina de Torex, a pesar de que no había ningún convenio firmado con la coalición de ejidos El Limón, que agrupaba a las comunidades de Campo Arroz, Balsas Norte —Nuevo Balsas—, Puente Sur-Balsas, Atzcala, el ejido de San Miguel, Fundición y Real de Limón, pertenecientes a Cocula. Para 2011 la inversión alcanzaba 500 millones de dólares y el arriendo de 507 hectáreas por 23 mil pesos anuales por cada una de ellas, en el ejido Nuevo Balsas por 30 años, dice el estudio de la Procuraduría Agraria de Guerrero, “Tierra que Brilla”, de 2012.

Antes de que Pablo Tomás llegara a Atzala, los ejidatarios de Bahena representaban en 2008 la mayoría en La Fundidora y Real de Limón, donde la minera no podía organizar asambleas ejidales a modo y tenían que suspenderlas. Sin ese convenio, la Media Luna no podía trabajar legalmente y eso la orillaba a corromper. A los ejidatarios les decía que rentaría las parcelas y que las pagaría como si estuviera sembrando, no extrayendo oro.

Los representados por Evelia exigieron primero el cumplimiento de promesas de la Media Luna sobre renta y permisos de trabajo, pero luego tuvieron que pelear por su tierra y para conservar la vida. La Media Luna ofreció 35 mil pesos anuales para 110 ejidatarios pero las pérdidas ecológicas fueron incuantificables. Esa oferta sonaba ridícula cuando los campesinos se enteraron de las ganancias de la empresa. Lograron que se les pagara algo más, 250 mil pesos y 300 mil a los de Nuevo Balsas, pero no hubo arreglo para lo ecológico. Los pobladores exigieron

“3 millones 140 mil pesos, de los cuales un millón sería para Real del Limón, 2 millones para Nuevo Balsas, 50 mil pesos para Atzcala y 90 mil para Puente Sur Balsas.

”Asimismo, la pavimentación de la carretera Balsas-La Fundición, monitoreos permanentes a sus manantiales, acondicionamiento de brechas, servicio médico con personal capacitado, computadoras para telesecundarias de La Fundición y Real del Limón, una cancha de basquetbol, 300 sueros antialacrán, muebles escolares, tinacos Rotoplas, láminas de asbesto y galvanizadas, así como la reubicación de La Fundición y Real del Limón”, escribía la reportera Amalia Román, del Diario 21.

La empresa ofreció 200 mil pesos para dos ejidos y 800 mil para el resto, pero a cambio de controlar el recurso. Los de Bahena no aceptaron y el acceso al cerro de La Joya se clausuró definitivamente. La minera, poco a poco, dejó de trabajar. Evelia ejecutaba exitosamente una estrategia de frentes comunes y pronto la lucha contra la Media Luna era apoyada por Amnistía Internacional. Sin embargo, para la mayoría de los mexicanos esta lucha pasó inadvertida y hasta ahora está silenciada.

Al mismo tiempo, la organización de Bety Cariño, Rema, promovía la resistencia y divulgaba triunfos contra corporaciones en todo el país. Desde allí estudiaron los delitos que las empresas fabrican a ejidatarios y terminaron conociéndolos mejor que nadie. Ese conocimiento de la voracidad también generó estrategias para protegerse de las amenazas de muerte que los opositores recibían habitualmente. El esfuerzo de los ejidatarios se construyó desde la unión, aunque siempre fueron los más débiles ante la ley.

La Media Luna terminó cerrando en Cocula y el 16 de diciembre de 2008 lo anunciaba oficialmente. Pero una cosa es que cerraran y otra que se fueran, porque una de las estratagemas consiste en hacer creer que abandonan para volver con otro nombre. Media Luna fue comprada por Torex —son los mismos, aunque cambien de nombre, dice Evelia— consciente del enorme beneficio de la inversión y animada porque sabía de más emplazamientos, como el hallado en 2012 al sur de Balsas, que representaba una segunda mina en 630 hectáreas y explotada a partir de 2013. Allí se encontró un depósito de 5.8 millones de onzas de oro, 115 mil 884 millones de pesos.

A pesar de las exorbitantes cantidades, las mineras en el país apenas entregan mil 87 millones de pesos para desarrollo comunitario y mil 171 millones para preservación del medio ambiente, según informa dice congratulándose la Camimex, como si se tratara de un logro formidable, aunque desde la perspectiva canadiense lo es porque sirve a las extractoras para ponerse la máscara de benefactores sociales y recibir reconocimientos públicos, como los distintivos que las acreditan como Empresas Socialmente Responsables, otorgados por el Centro Mexicano para la Filantropía, fundación que recaba donativos deducibles de impuestos.

La triada narco-minas-gobierno construyó un engranaje que funcionaba con el terror como combustible. La lista de luchadores sociales asesinados, como Bety Cariño, quien se convirtió en un emblema para quienes se enfrentaron a las extractoras, fue también un mensaje para el resto de los opositores. La estrategia de matarlos relacionándolos con actos delictivos desacreditaba a los líderes ante la opinión pública, poco informada y capaz de creer cualquier cosa.

En la lista de condenados a muerte seguía Evelia Bahena, quien enfrentó órdenes de aprehensión por secuestro, daños a propiedad privada y a las vías de comunicación. Y es que su movimiento es el único que ha logrado detener a una empresa de esa magnitud, pero a un costo muy elevado.

En los años en que frenó a la Media Luna sufrió cuatro atentados, pero sobrevivió a todo, incluso a un intento de linchamiento enfrente de los secretarios de Desarrollo Económico de Guerrero, Jorge Peña Soberanis y de Salud de Guerrero, Rubén Padilla Fierro, en 2009, cuando era gobernador Zeferino Torreblanca. Los funcionarios estaban en la comunidad de Balsas, en una gira organizada por los gerentes de la Media Luna para convencer a Evelia de hacer un trato. Allí estaban ella y sus ejidatarios, mezclados en la multitud que también se componía por acarreados de la mina.

El plan para matarla era audaz por increíble. Se echó a andar cuando, como por casualidad, a Bahena la separaron de su grupo. Uno de sus compañeros, Eligio Rebolledo, se dio cuenta de que la iban encapsulando y que, poco a poco, la sacaban del mitin. Ellos reaccionaron sacando sus armas y la rescataron rompiendo la ventanilla de un auto para resguardarla ahí. Los secretarios habían fingido estar distraídos y miraban a otro lado cínicamente. Aunque siempre negaron tener responsabilidad en ese intento, después se descubrió que la minera había pagado 50 mil pesos a un hombre para que azuzara a la multitud, reclamara a la luchadora social que por su culpa el pueblo no tenía trabajo y la colgaran enfrente de la policía. Evelia salvó la vida gracias a que sus compañeros apuntaron a los policías y a los funcionarios, amenazándolos. Los oficiales también sacaron sus armas y apuntaron a los campesinos. En medio de todo quedaron los señores secretarios.

—Si ella se muere, se mueren ustedes aquí también. ¿Quieren vivir? ¡Que viva ella! —les gritaron.

Sólo así se salvó. Peña Soberanis y Padilla Fierro, temblando de miedo, tuvieron que calmar la gresca, pero sólo porque ellos estaban La guerra que nos ocultan en peligro. Evelia escapó por un cerro y las pistolas fueron guardadas. El mismo Soberanis había reclamado un año antes, sin nombrar a Evelia, que “dos personas han hecho hasta lo imposible porque la minera se vaya con el cuento de la contaminación, con el cuento de que no están bien los contratos, con el cuento de que no le cumplieron con eso ni con lo otro, yo creo que no es posible eso, es cuestión de que entre la cordura un poco y que estas personas se retiren de ahí y que dejen que se den las negociaciones”. Decía que el origen de todo el problema era que los ejidatarios querían dinero en efectivo por sus tierras y rechazaban los proyectos productivos que se les había ofrecido. El secretario de Desarrollo Económico siempre fue un férreo defensor de la Media Luna.

La estrategia que más les funciona a las mineras es la alianza con la delincuencia, porque sus pérdidas son mínimas. Prefieren dar a los funcionarios 10 millones de pesos para que aplaquen las cosas en vez de destinarlos a los ejidatarios, porque a estos últimos no los pueden controlar. Un buen convenio con ellos es una pérdida para las empresas porque otras comunidades les exigirán lo mismo.

La defensa de la tierra obligó a Evelia Bahena a montar a caballo, quedarse a dormir en los cerros, comer lo que encontrara. Algunas cabalgatas eran nocturnas, por caminos donde no se veía nada. Así, confiados en el instinto del animal, viajaban por brechas propicias para emboscadas, como sucedió en los alrededores de La Fundición, cuando pistoleros los esperaron y les dispararon a quemarropa.

Otra vez Rebolledo le salvaría la vida. Había escuchado ruidos y sabía que había alguien emboscándolos. Todos amartillaron y desde la negrura se oyeron gritos.

—¡Entréganos a Evelia y no les pasará nada! —exigían los pistoleros.

La mujer logró escabullirse con la ayuda de sus compañeros, pero la emboscada le ratificó que la Media Luna no se detendría ante nada. Si quería seguir luchando, tendría que hacer cambios radicales para sobrevivir.

Al principio los cárteles se vieron afectados porque las tierras de amapola y mariguana también eran arrasadas, pero las mineras pactaron con ellos. A cambio de las tierras, les pidieron desalojar comunidades, secuestrar, asesinar e infundir miedo. Esa fue la estrategia usada en Carrizalillo, en la mina de Los Filos, donde la protesta ejidal iba ganando hasta que los cárteles mataron y secuestraron a los campesinos involucrados. Luego, los demás campesinos, al negociar, aceptaron incluso salir de sus tierras por voluntad propia, sin necesidad de pagos.

—Quien diga que el crimen organizado controla, miente —acusa Evelia— son las mineras para las cuales trabajan. Encontraron un método maravilloso para que los delincuentes hagan el trabajo sucio y el gobierno se lave las manos, porque ya no tienen necesidad de violar la ley, los derechos humanos.

En Cocula, a principios del marzo de 2008, el alcalde Guadarrama ni siquiera se ruborizaba cuando abordaba en público los desplazamientos y la venta de tierras. Sentado en su oficina, anunciaba las operaciones de la Media Luna y adelantaba la reubicación de los pueblos.

El gobierno tomó partido y se encargó de criminalizar a quienes rechazaron los tratos propuestos por la minera. “Llegar a la firma del convenio de arrendamiento entre Media Luna y los ejidatarios fue un largo y tortuoso camino”, decía el delegado de la Procuraduría Agraria en Guerrero, Fernando Jaimes Ferrel, en 2011.

El gobierno de Guerrero declaraba, en 2012, cuando se había alcanzado un acuerdo con el ejido Nuevo Balsas, que la oposición a la mina estaba formada por “gente mal informada, mal asesorada”.

La lucha de Evelia Bahena es repudiada y descalificada por todas las compañías mineras y sus aliados en los distintos gobiernos que hacen ver la necesidad de explotar yacimientos minerales para beneficio del país y las comunidades, y no pierden ocasión de victimizarse y ubicar al narcotráfico como el origen de todos los males. “Están equivocados”, es la frase recurrente de las multinacionales a pesar de que se ha documentado por todo el mundo una carnicería imparable por la obtención de territorio para extraer. Pero hay otros que comprueban las vivencias de Bahena y enumeran una larga lista de atropellos, despojos y homicidios en el país.

Activistas de la organización Otros Mundos afirman: “Las Fuerzas Armadas militarizan caminos, ciudades y regiones indígenas para controlar el descontento social y garantizar las inversiones de las empresas mineras, con violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Las autoridades locales y federales criminalizan la resistencia a abandonar las tierras y viviendas, las movilizaciones en las calles, las protestas públicas, los bloqueos, la toma de campamentos, la retención de equipo, las declaraciones de prensa y hasta las demandas legales. Las acusaciones son de terrorismo, delincuencia organizada, asociación delictuosa, atentados contra la paz, bloqueo al libre tránsito o a las vías de comunicación”.

Lo que pasa en Guerrero se refleja en todos los estados colindantes, aunque hay uno en particular que une a Tlatlaya la trama que involucra a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Ese reflejo de sangre es el sur mexiquense, la Tierra Narca que Enrique Peña heredó a Eruviel Ávila.

 

 

Vámonos para Tlatlaya, la tierra del uranio

 

Al sur de Toluca, a dos horas y media de la capital del Estado de México, está el Triángulo de la Brecha, la Tierra Caliente parida desde la vileza del crimen y los gobiernos federal y estatales que han mantenido a la región sumida en pobreza inexplicable, a pesar de ser una de las más ricas del país porque se puede sembrar casi cualquier cosa y su generosa dotación de agua garantiza agriculturas y ganaderías. Además, el subsuelo está repleto de plata, cobre, zinc, titanio, barita y metales radiactivos que se van al puerto michoacano de Lázaro Cárdenas o hasta Colima, escondidos en cargamentos de oro rumbo a China.

Ese territorio agrupa a cuatro municipios del Estado de México, 11 de Guerrero y tres de Michoacán, y se extiende por 50 mil kilómetros cuadrados patrullados siempre por soldados, narcotraficantes y paramilitares que ejercen las armas con saña contra campesinos que no sobrevivirían de no ser por las remesas que sus parientes, migrantes de ese edén, envían desde Estados Unidos.

No todos viven en pobreza. Algunos ganaderos y comerciantes han logrado considerables fortunas y por un tiempo pudieron defenderse o negociar treguas porque de otra forma no podrían permanecer allá. Al menos lo hicieron hasta que las mineras llegaron y comenzaron a extraer en gran escala. En el Estado de México el 9.8% del territorio está concesionado a mineras.

Nadie va al sur mexiquense si puede evitarlo. No es un aliciente la producción de oro por 4,848 toneladas extraídas desde 2009 sólo de seis municipios ni los tres mil 874 millones 614 mil 362 pesos que vale. Pero nadie va sin motivos importantes, ni siquiera el argentino Carlos Ahumada Kurtz, a quien dos capos de distintos cárteles han acusado de extraer uranio y mantener una tersa relación de negocios con los hermanos Olascoaga, líderes de La Familia Michoacana.

No, El Señor de los Sobornos, como le dicen al empresario, no va a Campo Morado en Arcelia aunque tenga razones de peso atómico para vigilar la producción de una de sus dos minas, El Colega, y cuya actividad se ha entretejido en Argentina con un escándalo de proporciones radiactivas que involucra a la ex presidenta de ese país, Cristina Fernández de Kirchner, en negociaciones con la superminera Barrick Gold, lista para operar megaproyectos por 10 mil millones de dólares en la comarca de San Luis, donde ahora vive Ahumada.

No es el crimen organizado lo que impide el desarrollo de las comunidades calentanas, donde el silencio de la sierra de Nanchititla, de Tejupilco y Luvianos en el Estado de México, hasta Arcelia y Totolapan permite trabajar sin detenerse a mineras como Farallón, Grupo México, Peñoles, Nyrstar y Blackfire Exploration, que no se inmutaron cuando más de 600 familias abandonaron casas y tierras porque no tenían nada para comer y porque paramilitares degollaban a los “contras” en las calles de sus pueblos, a la vista de todos.

Las extractoras ni siquiera cambiaron sus horarios cuando se enteraron de las tres matanzas imposibles de Caja de Agua en el cercano Luvianos —más de 100 muertos en un solo enfrentamiento nunca reportado en 2011, y cuyos cuerpos sacaron militares y policías en camiones de volteo, llevándolos quién sabe a dónde— y los sobrevuelos de un helicóptero Blackhawk que en abril de 2014 masacró a 30 personas entre San Martín Otzoloapan y Zacazonapan, también en el Estado de México, en el paraje que oriundos y fuereños llaman La Virgencita por una estatua que hay ahí. En ese lugar acampaban narcotraficantes que habían llegado para tomar el control de la zona, cerca de una mina de oro, plata, zinc y cobre —Tizapa— que pertenece a Peñoles.

Esos sicarios que no quisieron vivir en ningún pueblo eligieron el campo como casa, y para marzo de ese año ya había dejado pasar, sin intervenir, tres enfrentamientos. Uno, en el paraje de La Estancia en Luvianos, entre La Familia Michoacana y Los Caballeros Templarios, dejaría 32 muertos. Otros dos, en Caja de Agua, con al menos 50 asesinados cada uno.

Pero el 25 de abril de 2014 nadie avisó al campamento de 30 narcotraficantes que una máquina de alta tecnología se dirigía a ellos, desde su base en Luvianos. Y cuando ubicó el objetivo abrió fuego, detenido en el aire. Casi al mismo tiempo cayeron esas 30 personas, aunque la ráfaga siguió al menos por tres minutos, dice un poblador del lugar que vio lo que pasaba. El Blackhawk dejó un tiradero de cadáveres que después otros levantaron y desaparecieron.

Esos vuelos son tan mortales como el imperio forjado por el Señor Pez, Johnny Hurtado Olascoaga, máximo líder de La Familia Michoacana y gran corruptor del 102 Batallón de Infantería, basamentado en San Miguel Ixtapan, Tejupilco, el mismo al que pertenecían los soldados que ejecutaron a 22 jóvenes en una bodega de la pequeña comunidad de San Pedro Limón, Tlatlaya, y que después etiquetaron de narcotraficantes. En esa bodega la señal de ataque que alguien había acordado con los soldados era una ráfaga a la hora convenida, una serie de tiros desde la oscuridad que a nadie mató porque iban al cielo, para tener un pretexto y atacar.

Por la cerrazón del Ejército, la alteración de la escena del crimen, la sinrazón para mantener el caso bajo reserva o congelado, la negativa de la PGR para investigar la cadena de mando del Ejército, la orden de abatir que dio a los soldados, y la tortura a tres sobrevivientes, las 22 muertes son incomprensibles si se desconoce la situación de Tierra Caliente, el desarrollo acelerado de la minería, la inconformidad que afecta a las empresas extractoras y, por lo mismo, el ocultamiento de que en Tlatlaya y Arcelia —municipio guerrerense con el que hace frontera— se gestaba un movimiento contra las mineras y los cárteles de la droga que se encargaban (encargan) de los negocios alternos a la minería.

Controlados hace años por los altos mandos de La Familia Michoacana, Arcelia y Tlatlaya también se han convertido en una de las zonas de mayor comercio o tráfico de armas ilegales, a pesar de los patrullajes del Ejército, la Marina y la Policía Federal. La presencia de las mineras representa para los cárteles un futuro promisorio.

Caminar por los cerros del Triángulo de la Brecha significa encontrase los cadáveres, ni siquiera enterrados, de quienes fueron abandonados en la nada para morir luego de ser levantados o castigados por los michoacanos —de los que el gobierno federal presume su extinción— o de vez en cuando por Los Rojos o los Guerreros Unidos, que esporádicamente pelean alguna plaza. Pero eso sucede cada vez menos porque, como en Guerrero, en el sur mexiquense el narcotráfico ya no es el único negocio de capos y sicarios, que han sabido pactar sentados en la misma mesa de negociaciones organizada por mineras, gobiernos locales, estatales y federales, Fuerzas Armadas, y los propios “contras”. Ahí tiene su origen el nuevo orden de la tierra narca mexiquense.

Recorrer los cerros de Nanchititla es lo mismo que ir a la zona de La Montaña en Guerrero o, mejor, a la comunidad de El Naranjo, en el municipio de Leonardo Bravo, donde en diciembre de 2015 se encontraron 19 cuerpos tirados, descompuestos, que al otro día, por dejarlos unas horas más ahí, amanecieron calcinados misteriosamente. La diferencia es que en las cañadas de Nanchititla no hay necesidad de incinerarlos. Allí los cuerpos se pudren al sol, comidos por zopilotes y otras faunas, abandonados con vida, sin brazos ni piernas, como castigo por enemigos, una falta o ejemplo cuando los rescates de un secuestro no son pagados.

Los que allá viven ya saben que si alguien es llevado al cerro morirá sin remedio. Nadie ha salido ni tampoco hay una contabilidad sobre aquel panteón al aire libre.

En Tlatlaya reconocen al Señor Pez como jefe indiscutible. Se han acostumbrado a la presencia de Olascoaga y su gente, que sientan su feudo en Arcelia, Guerrero, y por miedo o conveniencia han aprendido a respetarlo. Es visto como un protector, “un padre” —dice uno de los habitantes de San Pedro Limón—, porque resuelve los problemas de la comunidad, desde infidelidades hasta quebrantos económicos. Es él quien mete en cintura a esposos desobligados y con el viejo castigo de la tabla satisface peticiones de necesitados, cobra las deudas por otros.

También interviene en asuntos más delicados, si los pobladores se lo piden, como sucedió el 15 de enero de 2016 cuando familiares de 27 levantados, 16 originarios de El Salitre, cinco de Ajuchitlán, colocaron una manta y le suplicaron auxilio: “Sr. Pez, tus paisanos necesitamos de su apoyo ya que las fuerzas militares, estatal, y federales no han hecho nada por nuestras personas desaparecidas. Ahora más que nunca necesitamos de usted como siempre ha visto por su gente. Esperamos que esta ves no se la esepcion. Atentamente el pueblo de Arcelia”.

Los secuestrados fueron encontrados caminando por una brecha cercana al pueblo de La Gavia, aunque el gobierno atribuyó la liberación a la presión del Ejército. Los de Ajuchitlán eran maestros, pero allá se sabe que la mayoría de los secuestrados estaban involucrados en luchas sociales. Uno murió durante el cautiverio, José Eutimio Tinoco, un empresario local a quien llamaban El Rey de la Tortilla. No fue el único muerto, pues también falleció el director de la secundaria técnica de Santana del Águila, en Ajuchitlán, Joaquín Real Toledo, y aparecieron otros dos ejecutados en las inmediaciones.

Casualidad o no, al menos en ese caso el nombre de El Pez pareció resolver lo que policías y militares no pudieron o no quisieron. Algunas familias no denunciaron el plagio de sus parientes, pero acudieron a Hurtado Olascoaga porque lo consideraron más efectivo contra quienes habían perpetrado el plagio. Los Tequileros, renegados de La Familia Michoacana, difundieron luego un video donde asumían la responsabilidad y culpaban, con las víctimas frente a ellos, a Hurtado Olascoaga de la cancelación de 120 empleos en la refresquera Coca-Cola y del cierre de la mina Campo Morado, para entonces propiedad de la belga Nyrstar y que en noviembre de 2015 había detenido temporalmente las actividades mineras por un adeudo con transportistas locales por 14 millones de pesos, aunque luego se sabría quién y cómo se controla ese negocio en la Tierra Caliente. Los Tequileros son liderados por Raybel Jacobo de Almonte, asesino de políticos regionales como los regidores panistas María Félix Jaimes y Roberto García de Totoloapan y del dirigente del PRI Carlos Salanueva de la Cruz.

A cambio de ayuda El Pez pide muy poco a Arcelia, aunque en realidad es todo lo contrario: que lo escondan en las casas de los pueblos que domina cuando hay operativos o huye de grupos rivales; que no lo delaten y cumplan las reglas que ha impuesto en ese sur olvidado. Que guarden silencio para que todos sigan con vida haciendo negocios como allá se hacen. Sometimiento, pues.

Tlatlaya está a 176.5 kilómetros de Iguala, unas dos horas por carretera. Entre ellas se interpone la 35 Zona Militar, que despliega en esa última ciudad al 27 y al 41 batallones de Infantería. En una maraña de ríos y presas, a Tlatlaya le toca, por el lado mexiquense, el 102 Batallón de Infantería emplazado en San Miguel Ixtapa, Tejupilco, adscrito a la 22 Zona Militar. El 102 ha sido calificado como uno de los más corruptos del país porque algunos de sus soldados fueron aliados de El Señor Pez, quien pagó por una protección que en poco tiempo lo ha hecho tan intocable como los propios militares.

Tlatlaya y Arcelia están rodeados por los ríos San Felipe y Bejucos, al norte; el Cutzamala, Balsas y Palos Altos al suroeste y el río Sultepec al sureste, entre los más importantes. Cumplen también con otra de las condiciones para la extracción minera, la de las presas, con los embalses de El Gallo, Ixtapilla, Palos Altos, la presa Vicente Guerrero y pronto construirán El Pescado, cerca de Arcelia.

En Tlatlaya hay dos minas funcionando oficialmente, La Sierrita y Real de Belem, de oro, plata y plomo, pero sus habitantes viven el día a día sin saber o sin querer saber, que casi todas esas tierras ya están concesionadas desde los 35 permisos o más a mineras que esperan el mejor momento para iniciar operaciones.

El titanio se extrae recientemente en Luvianos de minas ubicadas entre los parajes de El Manguito, caserío de 54 personas, y Piedra Grande, con poco menos de 200 habitantes. Rancho Viejo es otra comunidad emblemática, vigilada obsesivamente por grupos armados, como si en sus cuevas o cerros hubiera algo más que las 400 personas o menos que allí viven. La mayoría de las minas son clandestinas y, aunque algunas están en poder de ejidatarios, casi todas han sido arrebatadas por paramilitares y sicarios, que las resguardan esperando a los nuevos dueños.

Luvianos es también uno de los centros más discretos de venta y distribución de armas, que también algunos ejidatarios, organizados no sólo para sembrar, compran a quien se las quiere vender, como sucedió a mediados de 2015 cuando tres tráileres se estacionaron en el pueblo y no se fueron sino hasta que terminaron de descargar el arsenal que transportaban.

En Arcelia, la canadiense Farallón Mining, con sede en Vancouver terminó por vender su negocio, pero antes le extrajo lo más que pudo porque obtuvo 38 mil 59 toneladas de zinc en 2009, “procedentes de su mina de oro, plata, plomo, cobre y zinc llamada Campo Morado, una de las once concesiones mineras a su nombre que comprenden aproximadamente una superficie de 57,411 hectáreas en este municipio”, escribió la reportera Lilián González para La Jornada Morelos.

Sidronio Casarrubias Salgado, El Chino y capo de los Guerreros Unidos, conoce muy bien a Johnny Hurtado Olascoaga y a su hermano, José Alfredo Hurtado, El Fresas, porque son los jefes máximos de La Familia Michoacana acantonada para septiembre de 2014 en la sierra de Nanchititla y con extensiones criminales en Taxco, el estado de Morelos y una parte de Michoacán. Ellos convirtieron el pueblo mágico de Valle de Bravo, donde los más ricos de México tienen sus casas de descanso, en una pesadilla cuando un mes antes de Ayotzinapa desataban el terror con levantones y secuestros, pero también con ejecuciones como parte de una limpieza sicaria que sólo sucede cuando se conquistan las plazas.

Casarrubias conocía demasiando bien al escurridizo Pez porque los Guerreros Unidos habían ganado la guerra por Iguala a La Familia y la habían expulsado con todo y el cadáver calcinado de su jefe local. Y también porque los dos cárteles tenían los mismos negocios y junto a las mineras generaban sus más grandes entradas económicas. El Pez amarró oscuros tratos con extractoras de la región para negociar la garantía que esas compañías necesitan contra ejidatarios insurrectos.

Johnny Hurtado es un hombre de cara ancha y sus 1.84 metros apenas equilibran su delgadez natural, sus cejas semipobladas. Con dermatitis, pero valiente o por lo menos con suerte, cortejó a la hija del director de Tránsito de Arcelia hasta que aceptó casarse con él, antes de que el 102 Batallón de Infantería matara al suegro, Mario Uriostegui Pérez, La Mona, durante un enfrentamiento en diciembre de 2013 donde quedaron muertos otros tres, también funcionarios de aquel municipio, acusados de narcotráfico.

Un encontronazo contra marinos en abril de 2014 y el asesinato del teniente de corbeta Arturo Uriel Acosta Martínez en el pueblo de Liberaltepec definirían el rumbo del Señor Pez, quien para entonces ya se había dado el lujo de comprar informantes dentro del Ejército.

El 102 se encargaría de ponerle más sangre a su historial en 2014, en una bodega de San Pedro Limón, en Tlatlaya, cuando El Pez ya era el jefe máximo de La Familia, luego de la captura de José María Chávez Magaña, El Pony. Las ejecuciones ahí sólo reafirmarían el poder del narcotraficante, intocable por alguna razón y que lo habían convertido, incluso antes de ser el número uno, en el más desafiante ante los soldados, cómo él mismo dejó ver en diciembre de 2013, cuando “el Mojarro y su grupo se hacían presentes a través de pancartas, dejadas sobre el cuerpo de dos hombres descuartizados en Teloloapan: ‘Secretario de la defensa y marina ahí les dejo su cena de navidad para que vean quien es la verga de Guerrero, mientras me divierto viendo sus pendejos elementos que me mandan en sus operativos. A mí me la pelan y les doy 24 horas para que se retiren si no los voy a empezar a matar en emboscadas pinches corporaciones de mierda, con su padre nunca van a poder. Atte. El pez y el M16. Viva la FM’ ”.

El Pez diseñó una estructura que le ayudaría a gobernar el sur mexiquense apoyado en su lugarteniente principal, El Fresas, heredero por derecho de sangre de la organización.

Otro personaje de importancia es Eduardo Hernández Vera, Lalo Mantecas, encargado de Luvianos y que en los últimos meses ha tomado el control, junto con su jefe, de casi todos los negocios de la región y se ha adueñado de los sindicatos mineros registrados ante la Confederaciones de Trabajadores de México, que ha aceptado la jetatura sicaria.

Maneja el transporte de mineral porque contrata camiones de carga con las extractoras, incluido el uranio de Campo Morado, y le ayuda a El Pez a imponer orden desde las listas de trabajadores que alguien les proporcionó. Tiene en su poder la distribución de materiales de construcción en la zona, que ya nadie puede utilizar si no se los compran a ellos. El nuevo emprendimiento tiene hasta una razón social y para no confundir le llamaron “El Sindicato”.

El Carly, otro de los brazos fuertes, asegura el sometimiento de los territorios del sur apoyado en un kaibil, El Salvador, encargado de operativos y cacerías humanas. Hasta La Familia Michoacana reconoce que en el Estado de México uno de los capos más importante era El Faraón o El Gallero, abatido en Querétaro en agosto de 2015. Jaime Vences Jaimes, en lo público un sanguinario Guerrero Unido, había logrado ubicarse por encima de las decisiones de los Casarrubias porque en realidad era un infiltrado de Los Rojos, enviado para fisurar lo que pudiera, y aunque lo hayan ultimado los marinos en San Juan del Río, en su tierra todos dicen que está vivo y ahora es un testigo protegido.

 

Carlos Ahumada, el uranio

 

El Chino Casarrubias y su grupo habían aprendido el oficio de limpiar pueblos, deshabitarlos, pero Ayotzinapa los había reventado. En realidad, ellos se reventaron solos y solos se pusieron al descubierto. Antes de Ayotzinapa, los Casarrubias habían llegado a la ciudad donde reside el gobernador mexiquense Eruviel Ávila y les gustó para quedarse.

Eligieron para vivir el municipio conurbado de Metepec y establecieron en el valle de Toluca su base de operaciones, al menos hasta mediados de octubre de 2014, según un reporte de la Marina entregado a la PGR el 15 de octubre de ese año, integrado escuetamente en un parte de presentación sobre las investigaciones por el levantamiento de los 43.

Allá tenían uno de sus hogares José Ángel El Mochomo y Mario Casarrubias Salgado, El Sapo Guapo, hermanos de Sidronio, quien ya preso dijo a la PGR que al menos Ángel y él vivían en el número 8 de La Joya de Metepec, un fraccionamiento que desde 2004 fue usado por narcos y familiares de capos recluidos en el penal federal del Altiplano. Desde allí dictaban las órdenes que en Iguala cumplían al pie de la letra los sicarios al mando de El Gil.

La llegada de los capos a Toluca no era fortuita. Habían buscado un camino para salir de Guerrero porque estaban copados por rojos y michoacanos. No tenían opciones, pues por Arcelia y el vecino municipio de Acapetlahuaya jamás pasarían, tampoco por Morelos, la tierra de Santiago Mazari, Carrete. El único corredor disponible era Ixtapan de la Sal, porque la policía municipal era aliada suya, tanto que hasta las armas les debían.

El Chino Casarrubias conocía demasiado bien a El Señor Pez y sabía que había comprado una gasolinera en Arcelia, donde “como seña existe mucha maquinaria pesada, desde góndolas, manos de chango, tráileres, carros de volteos, maquinaria que es utilizada en las minas, maquinaria que también es propiedad de Santana Ríos Baena, alias el Melonero, de las cuales el Pescado es socio de una, además, el Pescado es socio junto con Carlos Ahumada, el argentino que estuvo preso, y que es dueño de dos minas en el estado de Guerrero, de donde sacan uranio, una de las minas está en Campo Morado, Tierra Caliente, Guerrero, el cargamento es transportado en góndolas, pero como Ahumada trafica el uranio, lo esconde entre metales diversos y lo llevan a Lázaro Cárdenas, pero la mayoría va a el puerto [de] Colima, donde se entrega directamente a los barcos chinos […] esta mina también es explotada por una empresa canadiense, [y] agrego que cuando el Pescado está en peligro de ser detenido por alguna autoridad del gobierno, Carlos Ahumada auxilia con un helicóptero de su propiedad, el mismo helicóptero es también usado por El Fresas […], Ahumada, aparte de sacar el Uranio, le paga veinte mil pesos por góndola al Pescado…”, decía en una ampliación de declaración a la SEIDO el 18 de octubre de 2014. Cómo resultan las cosas que la declaración de Casarrubias la corroboraría con años de anticipo el propio Caros Ahumada Kurtz cuando publicó un libro, Derecho de Réplica, para defenderse de los videoescándalos en los que se involucró cuando se autograbó, en marzo de 2004, entregando dinero al líder perredista René Bejarano y que de fondo le asestaban un golpe político a Andrés Manuel López Obrador, en ese entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal.

La historia que Ahumada plasmó, deshonesta biografía exculpatoria repleta de mentiras a medias; sin embargo, decía la verdad cuando habló, como al acaso, de sus inversiones mineras en Arcelia, Guerrero: “Poco después hubo una depresión de la industria minera, lo que me obligó a cerrar la planta. Los precios del oro y la plata estaban por los suelos. Además, por disposición del gobierno federal, la Comisión de Fomento Minero […] había tomado la determinación de cerrar todas sus plantas de beneficio de minerales, que eran las que recibían el producto de los pequeños y medianos mineros; concretamente decidieron cerrar la planta de Pinzán Morado, en el municipio de Coyuca de Catalán en Guerrero”, dice Ahumada, aunque omite que uno de los contactos que permitieron que él se estableciera fue el del extinto gobernador guerrerense José Francisco Ruiz Massieu, uno de los impulsores más entusiastas de los megaproyectos mineros en Arcelia y quien inauguró el emprendimiento del argentino cuando este era un joven de 25 años.

La planta donde Ahumada dijo que le compraban su oro, Pinzán Morado, nunca cerró, aunque en 2015 estuvo en huelga. Hasta la fecha lleva más de 30 años trabajando de manera ininterrumpida a pesar de estar en el corazón de una zona con una larga historia de violencia, de guerrilleros del EPR y el ERPI contra militares y paramilitares desde 1996.

En febrero de 2015 los mineros de Pinzán Morado vivieron la violencia en carne propia cuando tres de ellos fueron levantados mientras se desarrollaba la huelga, que para ese entonces llevaba un mes.

Propiedad de Minera Camargo, una subsidiaria de la canadiense Cigma Metals Corporation, está en un territorio donde se ha documentado la presencia de grupos guerrilleros como el EPR desde 1996 y el ERPI dos años después.

Carlos Ahumada, después de huir a Cuba, donde lo aprehendieron y lo entregaron a su país adoptivo, estuvo en la cárcel durante tres años, acusado de fraude y lavado de dinero. Salió libre en 2007 y regresó a Argentina, donde lo primero que hizo fue reconstruir lo que había perdido en México. Y él, que extrañaba a sus equipos de futbol León y Santos Laguna, se instaló en la provincia de San Luis, “vinculada potencialmente a la extracción de uranio”, dice el diario Edición Abierta, el 13 de marzo de 2016 y que implica un beneficio de más de 10 mil millones de dólares en el que políticos argentinos de las más altas esferas están involucrados, favoreciendo a las subsidiarias de la minera Barrick. Ese uranio incalculable es, según la prensa argentina, el verdadero negocio de la ex presidenta Cristina Fernández.

El Mexicano o El Señor de los Sobornos volvió a transitar brechas empantanadas. Repitió tan bien su pasado que hoy es el directivo principal del equipo de futbol profesional de la Tercera División, el sorprendente Club Sportivo Estudiantes de San Luis, que ha escalado cuatro divisiones en tres años. Todos saben que fue amigo del todopoderoso, y ya fallecido Julio Grondona, ex presidente de la Asociación Argentina de Futbol, pero que eso no fue suficiente para evitar una sentencia de muerte financiera y deportiva contra el popular Talleres de Córdoba, del cual fue dirigente Ahumada, a quien acusaron de maniobras fraudulentas que derivaron en una detención por la Interpol, el 29 de junio de 2008, cuando escapaba oculto en el maletero del auto del ex futbolista Martín Vilallonga, un delantero de Racing que terminó como chofer del empresario.

Ahumada ha encabezado la gerencia de cinco clubes argentinos, pero cuatro de ellos han terminado fundidos en quebrantos absolutos. A él, en contraste, se le atribuye una fortuna de 500 millones de dólares y constantes viajes a Buenos Aires, México y China, según sus amistades. Todos se preguntan de dónde obtiene tanto dinero para sus proyectos.

Pero los aquelarres pamboleros de Ahumada eran sólo un hobbie, una distracción cara y mucho, que, sin embargo, no podía compararse con lo que venía. Y lo que venía era la superminera canadiense Barrick Gold, la mayor del mundo. Tres estados argentinos estaban involucrados en un proyecto en el que recibirían dos represas a cambio del uranio de la región, casi nada cuando sus aguas quedarían contaminadas para siempre por los residuos de cianuro que dejarían los procesos extractivos. Allí estaba negociando por lo menos un amigo de El Mexicano, el gobernador de la provincia de San Luis, Claudio Poggi, porque la Barrick había conseguido la autorización para operar siete megaproyectos de plata, oro y, por supuesto, uranio.

Dados los primeros pasos sucedió lo que siempre pasa. Ambientalistas de la región defendieron sus tierras y han detenido a la Barrick —cuyo valor en los mercados es de 50 mil millones de dólares y presume asesorías de George Bush padre—, beneficiada por otro lado por dos decretos secretos que la ex presidenta Fernández de Kirchner le otorgó “para que lleve a cabo la explotación en la zona Pascua Lama, extendida entre San Juan y la Tercera Región de Chile”.7 Ella se dejaba ver con el dueño de la Barrick, Peter Munk, a quien en una visita le confirió honores de un jefe de Estado.

Mientras Fernández presumía que su país era líder productor de uranio pero esquivaba sin éxito señalamientos de hacer negocios en Irán y China con ese mineral, se entretejía una trama de narcotráfico que involucraba, cómo no, a mexicanos y sus cárteles globalizados en un negocio más que redondo de efedrina que ya había cobrado la vida de tres empresarios farmacéuticos en Quilmes, al sur de Buenos Aires, el 13 de agosto de 2008, en realidad una venganza por arrebatar el mercado local a uno de los proveedores más importantes para los narcos mexicanos, Esteban Ibar Pérez Corradi.

A principios de 2016, Martín Lanatta, autor material de los asesinatos, acusó al ministro Aníbal Fernández de ser el autor intelectual de los homicidios, conocidos como el “Triple Crimen de General Rodríguez”. La Morsa —así le decían al político—, un ex jefe de Gabinete de Cristina Fernández, aspirante a gobernar Buenos Aires en 2015 e investigado ahora por un asunto de licitaciones irregulares, habría recibido del Señor de los Sobornos 5.2 millones de dólares por ese tráfico de efedrina que en 2008 habían disputado y controlado efímeramente los empresarios Sebastián Forza, Daniel Ferrón y Leopoldo Bina.

Como un siniestro personaje de série noire, Carlos Ahumada se ubicó otra vez en los reflectores de un caso que se ampliaba sangrientamente hasta llegar al gabinete de la ex mandataria Fernández. Sus contactos, algunos del más alto nivel, se volvieron contra él y por lo menos le reafirmaron la fama de “mafioso” que ya arrastraba.

De la mano de amistades políticas y repitiendo el patrón que lo colocó como uno de los empresarios favoritos de la actual secretaria federal de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, la mexicana Rosario Robles Berlanga, el Señor de los Sobornos realizó en Argentina inversiones en constructoras, equipos de futbol y transferencias de jugadores, así como casinos y proyectos de energía pero con dinero cuyo origen puede ser la delincuencia, afirmó el legislador argentino Gustavo Vera cuando pidió investigar las inversiones de Ahumada, quien ha reconocido por lo menos una reunión con el ministro Aníbal Fernández.

Por si algo faltara, la PGR envió una petición a la justicia argentina para indagarlo y aunque allá pensaron que se derivaba de la declaración de Casarrubias, después supieron que era por una extorsión contra Rosario Robles y que involucra un pagaré, ahora desaparecido, por 25 millones de dólares y con fecha del primero de agosto de 2003 con la firma de la funcionaria mexicana. El empresario había querido ejecutar ese documento, que además implica una demanda por 400 millones de pesos mexicanos contra el PRD.

El año de 2016 se ha reducido para Ahumada a uranio, futbol, efedrina y procesos con la justicia desde San Luis, Argentina; y a uranio, el Señor Pez, los Guerreros Unidos y una indagatoria de la PGR desde México. Las autoridades ya decían, desde 2004, que la fortuna del argentino podría estar ligada al narcotráfico porque su mina en Arcelia estaba en territorio de cárteles, pero sobre todo porque no había un origen claro del dinero que poseía.

Fue El Pony quien dio los primeros datos a la PGR sobre las actividades radiactivas de Carlos Ahumada en Campo Morado, y en las que involucró a un par de canadienses, aparentemente secuestrados por El Pez en 2004, socios de la empresa Maza Diamond Drilling de Mazatlán, México, y que luego fue contratada como proveedora de Farallón. La mina de Ahumada que produce uranio se llama El Colega o El Ciego y es El Pez quien se encarga de transportar el material a los puertos de Lázaro Cárdenas y Colima, donde se embarca rumbo a China.

Inmiscuido también en el secuestro de la madre de La dama de Iguala, el 28 de mayo de 2013, El Pony dirá cualquier cosa que pueda destruir el imperio de los Abarca y los Casarrubias. En ese plagio se identificó como hijo de El Chapo Guzmán cuando negociaba el rescate de Leonor Villa Ortuño, en Plaza Sendero de Toluca, una ciudad que a los narcotraficantes les sienta bien para ponerse de acuerdo. El Pony pedía bien poco: 10 millones de dólares, que “le pusieran” a un comandante de la policía llamado Mario Carvajal y la plaza de Iguala, completita. Según él, un pacto entre La Familia y El Chapo estaba en marcha para apoderarse de Guerrero e Iguala era uno de los botines principales. El Pony tenía motivos suficientes para odiar a los Casarrubias y a sus sicarios, en especial a El Chuky, porque encabezó un comando asesino para despedazar a los michoacanos en Zirándaro, Guerrero, como venganza por otras muertes, envuelta en una trama de narcopolítica que alcanzaba a Iguala y a la Tierra Caliente mexiquense. No está claro si El Chuky y sus comandos conseguirían sus objetivos, pero lo que sí está comprobado es la detención de ese sicario por parte de elementos del Ejército, el 25 de abril de 2009. Para variar, en septiembre de 2014 El Chuky estaba de vuelta en Iguala por si algo se ofrecía, libre quién sabe por qué.

La incursión guerrerense de Ahumada tuvo su antecedente en Oaxaca, cuando compró minas de antimonio en Los Tecojotes, asociado con su abogado, Efrén Cadena Hernández, entre 1985 y 1990. Esos esfuerzos lo dirigieron a la búsqueda de oro y así llegó a Arcelia dispuesto a encontrarlo. Lo hizo, y a Grupo México le compró La Suriana en el pueblo de Achotla, que también producía plata, y financiado por su hermano Roberto con 3 millones de dólares creó el Consorcio Minero Nacional la Suriana, que llegó a contabilizar 48 demandas en contra y que usaba el proceso de cianuración para obtener oro. Ese dinero provenía de la empresa de Roberto, Grupo Director de Empresas Mexicanas, una especie de caja pública donde 2 mil 500 personas depositaban ahorros.

La extracción minera envolvió a Arcelia y a Tlatlaya en miedo. Y cómo no, cuando comandos vestidos de militares entraron a pueblos para degollar sin razón aparente, como sucedió en la comunidad de El Guayabo, ni siquiera de 800 habitantes, la madrugada del 8 de febrero de 2016.

Hombres armados sacaron de sus casas a los hermanos Ciro y Arnulfo Verástegui Araujo para torturarlos en plena calle, dispararles a bocajarro y después cortarles el cuello ante la mirada de los todos los habitantes. Después fueron por uno más, Ubaldo Arellano, y repitieron la operación.

El Guayabo ha sido lugar de enfrentamientos y ejecuciones. Lo mismo les pasa a otras dos comunidades vecinas, El Cubo y El Remanse, asediadas desde el terror y el asesinato y que junto a otras de San Miguel Totolapan registraron mil 300 desplazados hasta julio de 2013.

Esos pueblos habían bloqueado la carretera Arcelia-Altamirano en protesta contra detenciones de la Marina. Después tomaron tiendas y robaron alimentos porque no tenían para comer. Entonces llegaron grupos armados y amenazaron a la gente, que prefirió dejar sus casas. Las autoridades siempre culparon a narcotraficantes y sus siembras de amapola en la región. El 21 de marzo de 2016, otro Verástigui de El Guayabo era asesinado en Totolapan. Ernesto estaba en una fiesta cuando lo ejecutaron. Después se sabría que los Verástigui fueron muertos para poner ejemplo para todos los que apoyan a los “contras”.

Esas muertes, enfrentamientos y desplazados adquieren otra connotación cuando se sabe que debajo de Arcelia —con todo y las minas de Campo Morado y La Suriana— y desde Tlatlaya y hasta Iguala hay una reserva de oro, plata, plomo, zinc y cobre por 30 millones de toneladas, más otras 70 que hace más de 20 años se sabe que están y que ahora son más codiciadas por la extracción de uranio.

“Para ilustrar el poder que ha alcanzado en México el crimen organizado, basta decir que Los Caballeros Templarios controlan la exportación de mineral de hierro a China, y La Familia Michoacana estaría involucrada en el contrabando al mismo país de uranio, elemento imprescindible para la perspectiva y utilidad geoestratégica, proveniente de una mina en Guerrero, en el municipio de Arcelia”, escribió el periodista Sergio González Rodríguez.

En 2013, Manuel Olivares, secretario técnico de la Red Guerrerense de Derechos Humanos (Redgro), relacionó la violencia en Coyuca de Catalán y San Miguel Totoloapan con las concesiones mineras que esperan ser explotadas. “Hay uranio, entonces se sospecha que la intención de fondo es despoblar la sierra para que las empresas mineras puedan ejercer sus concesiones”.

Esa extracción, con uranio o sin él, ha causado ya muertes por enfermedad, documentadas por los activistas de Otros Mundos cuando dicen que “se registraron ocho muertos en 2007, y 120 en 2012 por cáncer en Arcelia, Guerrero, originados por la minera de Campo Morado (Nyrstar)”.

Todo el sur conoce la colusión entre el jefe de La Familia Michoacana y las mineras. Pero el secretario general local de la Sección XVII del Sindicato Nacional de Mineros, Roberto Hernández Mojica, y cuya huelga ha detenido por ocho años las operaciones del Grupo México en Taxco, Guerrero, sabe además que el narcotráfico controla la sección de la Confederación de Trabajadores de México que se encarga de los mineros en la Tierra Caliente mexiquense.

“Hace cinco años nosotros, junto con la viuda de Lucio Cabañas y otros compañeros, tumbamos la estatua de Lucio Cabañas que está en el patio de Ayotzinapa a marrazos —dice Roberto Hernández cuando se acuerda de los normalistas y su tragedia— porque ese busto lo habían esculpido portando corbata. Pero ese detalle significaba un acto de burla de un cacique de la región, Héctor Vicario Castrejón, diputado local, a quien alguien había invitado como padrino de generación de los muchachos cuando en realidad era enemigo de la escuela. Porque cómo es posible que aparezca un maestro rural, todos conocen a Cabañas, con corbata”.

Los mineros en huelga de Taxco han mantenido contacto con los comités de Ayotzinapa desde hace algunos años e intercambian experiencias, formas de apoyo mutuo. Los estudiantes acompañan a los de Taxco en sus marchas y lo mismo pasa cuando los normalistas los necesitan. Mineros y muchachos han marchado en Tixtla e Iguala y conmemoran juntos algunos aniversarios, como el de Vicente Guerrero o el de los estudiantes asesinados. Sucedía igual con simpatizantes de Nestora Salgado, una lideresa comunitaria de Olinalá, Guerrero, encarcelada por acusaciones de secuestro —liberada en marzo de 2016—, que acudían a las asambleas informativas de los padres de los desaparecidos para pedir ayuda a la normal y apoyo a las organizaciones involucradas.

“Unimos fuerzas porque nos identificamos bien con ellos, aunque la alta sociedad diga que son bandoleros, pero sin saber realmente”, dice Roberto Hernández, quien define a Ayotzinapa como un lugar hermoso a pesar del deterioro y reconoce que los pueblos indígenas, sobre todo de la Costa Chica y La Montaña (desde Acatlán, precisa), han entablado una lucha contra las mineras para defender sus tierras y asentamientos.

De los muertos, ni hablar cuando ellos mismos tienen 65 en las minas de Pasta de Conchos, el 19 de febrero de 2006 en Coahuila y otros casos en Nacozari, Sonora, y Fresnillo, Zacatecas. En realidad, hay cerca de 2 mil mineros muertos en supuestos accidentes de los que nadie se responsabiliza.

Disfrazados de cetemistas, los narcotraficantes están realizando los trabajos alternos en las minas de la Tierra Caliente de Arcelia y Tlatlaya, dice Roberto Hernández, por ejemplo en Campo Morado, donde los narcos tienen más de 100 góndolas. Se había llegado a un acuerdo en el que ellos acarreaban y las mineras extraían hasta que los cárteles exigieron todo, mineros incluidos. Ni siquiera un paro temporal pudo arreglar nada. El transporte ya se le había cedido al narco y el resto era cuestión de tiempo. Sin saber, los mineros de Taxco fueron a Villa Hidalgo, Arcelia, a ver a los supuestos sindicalizados para intercambiar experiencias de trabajo. Allá vieron al segundo de a bordo.

“¿Y saben lo que nos propuso? —dice Hernández—. Nos dijeron que ellos no sabían nada de sindicalismo y que mejor los de Taxco nos uniéramos a ellos”.

Y es que el contacto con el que los mineros se habían reunido, creyendo que era sindicalista, resultó ser El Fresas, José Alfredo Hurtado Olascoaga, hermano de El Señor Pez.

—Si se vienen ahorita con nosotros y se afilian a la CTM —les dijeron a los de Guerrero—, para mañana tienen arreglado su problema sindical.

El Pez, la ley torcida del sur mexiquense, ha capitalizado en dos años, y con los restos de un cártel que el gobierno insiste en declarar acabado, el trabajo de José María Chávez Magaña, El Pony, el supuesto hijo de El Chapo Guzmán, y de todos los grupos narcotraficantes que han pasado por esa región. Su influencia llega hasta Toluca, pero lo mismo se adentra en Iguala que toca las puertas de Morelos, Puebla y la Ciudad de México. El poder de Hurtado fue consolidado, a fuerza o convencidos, por la estructura política de la región, y los habitantes de allá involucran en torno a él a los ex alcaldes de Amatepec, Alfredo Vences Jaimes; a su sucesor, el actual edil José Félix Gallegos Hernández; a Eulogio Giles Gutiérrez, alcalde de Tlatlaya; a Lino García Gama, alcalde de Tejupilco, y a los guerrerenses Francisco Prudencio Hernández Basave, ex edil de Ixcapuzalco y a Eleuterio Aranda Salgado, ex presidente de Canuto A. Neri. Arcelia, su bastión, le ha dado todo y también los alcaldes de ahí lo han protegido, como el ex presidente Taurino Vázquez Vázquez y su sucesor Adolfo Torales Catalá.

En marzo de 2016, El Pez escapó por enésima vez a una embocada y desmintió los rumores de abatimiento, como siempre lo hace. Preparó una revancha el 20 de marzo, en la feria de Totolapan, Guerrero, donde uno de sus comandos acribilló a mansalva a los asistentes, matando a cuatro e hiriendo a siete.

Ese es el Taxco minero alcanzado por el cártel de La Familia Michoacana, que ha insistido en entrar a Guerrero por la puerta de Iguala.

Turística como pocas, la ciudad y la rica iglesia de Santa Prisca, tapizada de oro y plata, es apenas un adorno para tarjeta postal que la obliga a cumplir con su denominación de “pueblo mágico”, una invención del gobierno federal para sacar partido a los lugares más bonitos pero que esconden muy bien sus propias ejecuciones, como sucedió con el asesinato de 15 presuntos sicarios que viajaban en un auto gris sin placas el 15 de junio de 2010, y que según los militares se resistieron a un cateo desatando una balacera por 40 minutos en la que todos ellos terminaron muertos. Los vecinos de la casa 32 en la calle de Moisés Carvajal, en el barrio del Panteón, aseguran que eran jóvenes que habían llegado a Taxco y trabajaban en diversos oficios, pero las 13 armas largas, los dos artefactos explosivos y las cinco pistolas decomisadas parecieron en su momento pruebas suficientes de sus malos pasos, a pesar que testigos afirman haberlos visto correr por las calles, perseguidos por soldados, tratando de esconderse. No hubo cateo previo, aseguran, pero sí una cacería en la que incluso participaron tanquetas, dos Hummer y 30 militares.

Reportes periodísticos afirmaron que los ejecutados pertenecían a un grupo de Édgar Valdez Villareal, La Barbie, y que los soldados sólo reaccionaron tras la ejecución de uno de los suyos, en mayo de ese año, y del hallazgo de 55 cadáveres en el respiradero de una mina abandonada.

Aunque al principio se supo que dos soldados habían muerto, sólo se aceptó un herido. No lo calificaron de “moderado”, como hicieron con el estudiante de Ayotzinapa en el Hospital Cristina. Lo que sí hicieron fue decir que realizaban un “reconocimiento terrestre” y que fueron agredidos.

La reportera Paloma Montes, de la organización Somos el Medio, encontró que la misma Sedena acepta 2 mil 745 agresiones en el sexenio de Felipe Calderón y 112 hasta 2013, con Peña Nieto. Hasta ese año, dice ella, había 23 casos de agresiones contra el Ejército que terminaban con más de diez muertos en el bando rival y cuyas identidades eran protegidas como si fueran secreto de Estado, reservadas por cinco años por la propia Sedena. Nadie sabe, por ejemplo, cómo se llamaban los ejecutados de Taxco. Por otro lado, el Ejército utiliza el término “enfrentamiento” cuando las batallas se desarrollan entre grupos delictivos. Ellos, los militares, sólo sufren “agresiones”.

Como siempre hacen cuando hay muertos y están presentes, los militares esperaron a las autoridades civiles para atestiguar el levantamiento de cuerpos, en esa casa que, según ellos, era de seguridad. Luego partieron a su base, en la cercana Iguala, donde los efectivos del 27 Batallón de Infantería descansaron tan pronto terminaron de despachar el papeleo y los informes de rigor.

 

La tecnología no miente

 

La desaparición de 43 estudiantes normalistas en Iguala, así como el asesinato de otros de sus compañeros, y el fusilamiento de 22 jóvenes en el municipio mexiquense de Tlatlaya tienen necesariamente una respuesta que comienza en el pasado y cuyo resultado es siempre el mismo, la impunidad; de ninguna manera representan casos aislados, por más que el gobierno destine a la gran prensa recursos millonarios para desviar la atención.

Y a esos casos del pasado y la impunidad deben sumarse las masacres de Chilpancingo, el 30 de diciembre de 1960; de Iguala, el 30 de diciembre de 1962; de Atoyac de Álvarez, el 18 de mayo de 1967; de Acapulco, el 20 de agosto de 1967; de Yolotla, el 9 de febrero de 1993; de Aguas Blancas, el 28 de junio de 1995, y de El Charco, el 7 de junio de 1998.

La impunidad aparece como una denominación de origen. Casi cada uno de esos crímenes ha conmocionado a los mexicanos y ha desafiado el sentido común, mientras la violencia alcanza su máxima expresión con el secuestro y desaparición de los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa y el asesinato brutal de tres de sus compañeros.

El 25 de abril de 2016, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, el GIEI presentó su segundo y último informe. En él describía que desde marzo de 2015 solicitaron un análisis de las llamadas, lugares, antenas, comunicaciones entre los estudiantes e inculpados como elementos centrales para las actividades de búsqueda, como lo constata la investigación 001-2015, que cuenta con vasta información de telefonía en sábanas y mapas de relaciones, pero hasta el momento no han sido analizadas de manera integral.

La información de redes técnicas y mapas georreferenciados sobre la que durante nueve meses trabajó el GIEI fue contrastada con la de la Dirección General de Cuerpo Técnico de Control (DGCTC) de la SEIDO y la Dirección General de Análisis Táctico (DGAT) de la Coordinación de investigación de Gabinete (CIG) de la División de Investigación (DI) de la Policía Federal dependiente de la Comisión Nacional de Seguridad de la SEGOB.

Los expertos independientes analizaron 42 líneas telefónicas de funcionarios, policías de Iguala y Cocula, personas acusadas de pertenecer al cártel de Guerreros Unidos, 19 números telefónicos de los normalistas desaparecidos, entre ellos las líneas telefónicas de Jorge Antonio Tizapa Legideño, Carlos Iván Ramírez Villareal, José Eduardo Bartolo Tlatempa, Julio César López Patolzin, Jorge Luis González Parral, Magdaleno Rubén Lauro Villegas y Jorge Aníbal Cruz Mendoza, que registraron actividad después de las 23:00, momento en que fueron detenidos.

En 40 de las 608 páginas que conforman el II informe del GIEI se describen la comunicación, horarios y ubicación geográfica de cada una de las líneas telefónicas. Y es así como se corrobora lo expresado en el primer informe y se llega a nuevas conclusiones, como, por ejemplo, que durante la noche del 26 de septiembre —como se relató antes— seis policías de Iguala tuvieron comunicación con un número identificado como “Caminante”, quien habría coordinado las operaciones, auxiliado por las 25 antenas o radiobases verificadas en campo y autenticadas con la información de Radiomóvil DIPSA S.A. de C.V. y Pegaso Telecomunicaciones (Movistar). Pero también trazaron las rutas por la cual se desplazaron la policía de Cocula, Guerreros Unidos, el alcalde José Luis Abarca, su secretario particular y los estudiantes desaparecidos.

De las siete líneas telefónicas de los normalistas, en cuatro casos cambiaron el IMEI, que es el código pregrabado en los teléfonos móviles; este número identifica al aparato de forma exclusiva a nivel mundial y es transmitido al comunicarse; si bien algunos no registraron coordenadas al emitir contacto, en todos los casos se generó actividad después del supuesto instante en que los jóvenes fueron aprehendidos, y quienes sí registraron localización geográfica fueron ubicados en las cercanías del Palacio de Justicia, Loma de Coyotes, Cocula, cerca de la comandancia de la policía en Iguala.

Se tiene registrada actividad unos minutos después, a la 23:56 y 23:57 del 26 de septiembre, 00:33, 01:00 y 01:16 o la madrugada del 27 de septiembre, e incluso días como el 30 de septiembre, 4 de octubre, 28 de noviembre. Y el celular de Jorge Aníbal Cruz Mendoza continúa con el flujo de comunicación los meses de diciembre de 2014, enero, febrero, marzo y abril de 2015; incluso el 9 de febrero hay un enlace con un familiar de este estudiante desaparecido.

Pero el desdén de las autoridades federales ha obstaculizado las investigaciones. La situación lo refleja: ni con la tecnología a su alcance, la inteligencia institucional y la enorme cantidad de recursos destinados para la investigación policiaca se ha delineado una línea de trabajo sólida para esclarecer qué pasó con los estudiantes desaparecidos ni hay pistas claras sobre los verdugos de Julio César Mondragón Fontes.

El 15 de octubre de 2014, la PGR recibió una extraña advertencia, después de que Eliana García Laguna, directora general de Prevención de Delito y Servicios a la Comunidad Encargada de la Subprocuraduría de Derechos Humanos Prevención del Delito y Servicios a la Comunidad, le dijera por teléfono a Éricka Ramírez Ortiz, agente del Ministerio Público de la Federación y Fiscal Especial “A”, adscrita a la Unidad Especializada en Investigación de Delito en materia de Secuestro, de la SEIDO, que uno de los lesionados el 26 de septiembre de 2014 se recuperaba lentamente en un hospital de Puebla.

Eso era lo de menos porque era lo que se esperaba, que la mayoría de los lesionados sanara por lo menos físicamente. Lo que no se esperaba era que uno de los teléfonos celulares de uno de los normalistas desaparecidos registrara actividad casi 20 días después de los levantamientos.

Ese número era el 7475459992, el cual había contactado al 7451172337. Esos dos números se perdieron para siempre en la maraña de datos que los teléfonos celulares salpicaron para todos lados y que hasta la fecha no han sido ordenados ni explorados por ninguna de las instancias investigadoras o coadyuvantes. Quienes más se acercaron fueron los del GIEI, que pudieron trazar, inteligentemente, un mapa general de los teléfonos de los 43 normalistas desaparecidos.

Los dos números reportados casi al acaso por la PGR estaban relacionados con otra sábana de llamadas, la que corresponde al número 7471493586, registrada por Telcel a nombre de Jorge Luis González Parral, Charra, desaparecido el 26 de septiembre de 2014.

Pero nadie supo que ese número celular ya no lo usaba Charra porque ese equipo telefónico era, desde pocos días antes, propiedad de Julio César Mondragón Fontes, quien se lo había comprado, y las actividades que registraron los expertos del GIEI de esa dirección telefónica no eran de Charra, sino de Julio César, quien a través de ese LG L9 narraría a su esposa, Marisa Mendoza, en tiempo real, lo más oscuro de aquella noche igualteca. Incluso el teléfono de ella, el 5539093717, aparece grabado ya, el 25 de septiembre de 2014 a las 19:45:11.

Los expertos del GIEI, acribillados por el Estado mexicano y con todo en contra para obtener información, tuvieron en su poder esa sábana de llamadas con el número 7471493586, primero propiedad de Charra y después de Julio César, y supieron que la actividad telefónica de ese número continuó después de la muerte de este último.

El GIEI sólo pudo confirmar que esa actividad duró hasta el 30 de septiembre de 2014, pero ese mismo número siguió registrando acciones y coordenadas hasta el 4 de abril de 2015. El GIEI, sin saber que Charra ya no portaba ese aparato, concluyó que “Su última activación de antenas la realiza el día 26 de septiembre de 2014 a las 21:23:49 mediante el uso de datos, desde Antena Álvaro Obregón (Centro de Iguala), con el IMEI 353649051469880. Se detectó actividad el día 30 de septiembre de 2014 a las 18:58:23 mediante el uso de datos, desde Antena Calvario, haciendo uso de un IMEI distinto, 35490904501880, cuya numeración es inválida y que no permite rastrear el equipo utilizado. Esta es la última actividad para el número de Jorge Luis.

”La información del día 30 también fue descrita por PF. En la investigación no se registran actividades que hubieran llevado a determinar quién utilizaba el teléfono. El cambio de IMEI muestra que el chip del teléfono fue cambiado a otro aparato, probablemente por alguno de los perpetradores”.

Sí, en la investigación del GIEI todo está bien excepto que el dueño del teléfono 7471493586 era Julio César Mondragón Fontes y que la actividad celular se registró hasta los primeros cuatro meses de 2015. Con esto, Julio César se convertirá en una de las claves para explicar esa noche, porque las coordenadas que generaron las actividades después del 30 de septiembre de 2014, y que el GIEI no obtuvo, condujeron a un viaje sin desvíos hacia las entrañas de uno de los campos militares más importantes del país, en la Ciudad de México.

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