Silbatos rosas

* ¿Cuántas más faltan para que este gobierno de aparador proteja y resguarde la vida de las mujeres? Cuántos crímenes de odio más necesitamos leer o en el peor de los casos, vivir de cerca, para ser conscientes que el feminicidio no comienza en la calle, sino en el hogar. Cuántas mujeres más tienen que ser asesinadas para entender que la violencia contra las mujeres se va propagando y, extendiéndose de la casa a los espacios de trabajo y estudio.

 

Sandra Rosas-Fabiunke

Toluca, México; 30 de septiembre del 2016. Una jovencita más fue encontrada muerta el 27 de septiembre del 2016 en Naucalpan, Estado de México, abandonada en un cuartucho y metida en una maleta. Del asesino no se sabe nada. No hay rastro, ni retrato hablado. Sin embargo, alguien le tuvo que rentar la habitación y algún otro tuvo que observar que aquel señor no se dedicaba precisamente al tejido de punto por las tardes.

No obstante, no hay ningún rastro.

Bajo esa indiferencia y adormecimiento de la sociedad civil e ineptitud de las autoridades, no resulta gratuito que algo tan absurdo y grotesco pueda ocurrir en el mismo edificio donde habitan más familias.

En este país cualquiera que llegue a un hotel de medio pelo puede rentar una habitación sin verse  obligado a, por lo menos, garabatear un nombre. No hablemos ya de la nula obligación que tiene un sujeto de identificarse al rentar una habitación. Yo misma, ayer, hubiera podido rentar un departamento sin tener que mostrar ninguna clase de identificación. No hace falta más que sacar un par de billetes rosas para callar a la recepcionista o al casero en cuestión. En el país del todo al revés, son los ciudadanos comunes y corrientes los que sí se tienen que identificar para hacer cosas tan absurdas como recoger libros en una editorial, de la cual, dicho sea de paso, se es autor del mes. Bajo esa lógica, el que es escudriñado no es el corrupto o el delincuente, sino el ciudadano de a pie. Por ejemplo, se duda de la identidad del que firma un cheque personal en un banco, si ese día la firma le quedó más larga. Pero si un hombre o dos llegan a las dos de la mañana a un hotel con dos muchachitas nadie les pedirá que se identifiquen, así como, tampoco, nadie se molestará en llamar a la policía. Para qué, a quién le importa. Mientras el señor pague, que meta a quien quiera a la habitación. “En los últimos 15 años, de 2000 a 2014, el número de las mujeres asesinadas en México asciende a 26 mil 267, que en promedio significan 5.1 por día. Del 2000 al 2014 la cantidad de los homicidios anuales se duplicó al pasar de mil 284 a dos mil 349, según el INEGI. 1

Lo que es curioso es que, mientras los feminicidios suben, los negocios crecen también. No sin razón, reconoció el diputado Cruz Roa Sánchez, que el gobierno de Eruviel Ávila ha colocado al Estado de México en la segunda entidad en el país donde es más fácil hacer negocios. Por si no nos había quedado claro, para este gobierno lo primero es servir al gremio empresarial y no atender los casos de mujeres desaparecidas.

¿Cuántas más faltan para que este gobierno de aparador proteja y resguarde la vida de las mujeres? Cuántos crímenes de odio más necesitamos leer o en el peor de los casos, vivir de cerca, para ser conscientes que el feminicidio no comienza en la calle, sino en el hogar. Cuántas mujeres más tienen que ser asesinadas para entender que la violencia contra las mujeres se va propagando y, extendiéndose de la casa a los espacios de trabajo y estudio. Cuántas más tienen que desaparecer para comprender que las mafias tratantes de mujeres no son el enemigo principal en esta oleada de violencia. Finalmente, y para terminar de coronar esta historia de horror y de responsabilidades concretas, está la Procuraduría de Justicia mexiquense, donde se realiza el trabajo más deshonroso que pueda uno imaginarse, pues no sólo no se da rapidez al caso y, por lo tanto, no se encuentra y se castiga a los asesinos y agresores. Además, los trabajadores de dichas oficinas no están ni medianamente preparados para atender a las víctimas. De ser de otra manera no se obligaría a las víctimas a las tortuosas interrogaciones y a las revisiones absurdas y ofensivas. En países tan machistas como México a las mujeres se les exige buen comportamiento desde que son niñas, mejor que  a sus hermanos. En el hogar se les educa para servir. Ahora mismo soy atendida por mi abuela, que termina hasta el final y con la comida siempre fría porque mi abuelo ve la televisión mientras come. Y, ella, la mujer de la casa, tiene que levantarse a calentar las tortillas. Finalmente, la televisión abierta hace mancuerna con esta moral rabona y proporciona una educación sentimental también polarizada y ambivalente.

En los medios de comunicación y la publicidad el cuerpo femenino es hipersexualizado y la concepción femenina que se fomenta tiene que ver más con una raro espécimen de voz aniñada, carácter influenciable y pendiente del amor de un hombre (tampoco aquí se considera la posibilidad de que algunas mujeres prefieren tener del lado izquierdo de la cama a otra mujer). La otra gran mentira  que venden las empresas a través de su publicidad, y con la que la gran mayoría parece engolosinarse, es que las mujeres están más interesadas por la dieta de la manzana que por sus estudios o negocios que emprenden día a día y, en  muchos casos, solas. Aunque solas es un decir, porque si no se tiene a otra mujer que ayude con las labores o cuidado de los  hijos, no hay mujer que pueda trabajar jornada completa, ya que los horarios de las escuelas públicas tampoco ayudan mucho a la independencia.

La imagen de la mujer trabajadora no se ve ni tampoco importa. Eso no vende. Lo que es gracioso decir, para algunos en el ámbito familiar y de amigos, es que las mujeres son locas o envidiosas o resbalosas. Y claro, que están llenas de complejos y enamoradas de los cosméticos. La imagen de la mujer es también encumbrada cuando se trata de hablar de lo doméstico. Eso también se vende en la televisión, donde a las mujeres se les ve pendientes de su familia. Aquí no se vayan a confundir, no son todas las mujeres, sino las que no trabajan o lo hacen medio tiempo en el despacho de su papá. Ésas sí logran hacer felices a sus hijos y con ayuda de las recetas maravillosas que vienen al reverso de los productos Korn y Kraft pueden preparan deliciosos platillos para toda la familia. A nadie le irrita ni le incomoda que los productos del hogar, desde jabón, alimentos y pañales sean anunciados por mujeres. Es normal. Incluso cuando yo era niña pensaba que a mi abuela lo que más le gustaba era calentar tortillas y atender a mi abuelo. Así crecimos. Pero, ¿y ahora para dónde? Será que ya va siendo hora de cuestionarnos y cuestionar a nuestro vecino, pareja o amiga. ¿Y quizás, ya entrados en materia, entender que todos y todas somos parte de la espiral de violencia que el día de hoy se está viviendo en la república mexicana?

Desengañémonos, la trata de personas tiene que ver con lo económico. Sencillamente, porque es un negocio redondo dentro del cual están no sólo los tratantes, sino la policía que se lleva su tajada por quedarse callada. La industria hotelera que echa mano de la prostitución y la pornografía para hacer sus propios negocios. La desaparición de las mujeres no se podría dar en un contexto donde el Estado dejara claro que no hay crímenes pasionales, sino de odio. Entonces, ¿cómo debemos entender el caso de Karen, encontrada en una maleta y metida a la fuerza en ese cuarto de hotel en un municipio que, desde hace mucho, es foco rojo en los asesinatos a mujeres?

¿En qué cabeza cabe que al repartir cuatro millones de métodos anticonceptivos, como hace unos días hacía el gobernador Eruviel Ávila Villegas 2, va a solucionar el problema de los embarazos en las adolescentes? Si claramente la Secretaría de Gobierno está aceptando que esos embarazos son producto de abusos y que la edad de las niñas embarazadas oscila entre los 10 y 19, ¿qué se supone que deben hacer las niñas? ¿Llevar siempre consigo un condón y pedirle valientemente a su agresor que por favor se lo ponga antes de abusar de ellas? Por otra parte, tendríamos que preguntarle al señor Eruviel si las niñas abusadas necesitan información o necesitan protección. La violencia intrafamiliar no estaría tan aceptada si nosotros no le subiéramos a la televisión cuando escuchamos que nuestro vecino golpea a su mujer. La violencia a la que las mujeres se ven expuestas no llegaría a los niveles que ha llegado si entendiéramos que un piropo gritado en la calle es el primer cerco que un desconocido cruza en esta historia de feminicidios. Este halago, “ingenuo” y naturalizado, generalmente cargado de contenido sexual, tendría que desentrañarse y cuestionarse cuando los comentarios en las redes sociales al referirse a una muerta más, generalmente culpabilizan de todo el mal, a las “malditas mafias” que secuestran a las mujeres.  Pero, ¿y el respeto tan raquítico del que son merecedoras las mujeres no le hace juego?

Entonces, a las mujeres no se les respeta en los medios de comunicación y se les vitupera en la calle y los gobiernos dicen tener cosas más importantes en su agenda que los feminicidios, aunque cada vez es más la brutalidad con la que se mata a las mujeres. Hace tres años, 32 de cada 100 fueron ahorcadas, estranguladas, quemadas, lesionadas con objetos punzocortantes o golpeadas con objetos. De 2004 a 2013 aumentó el porcentaje de las asesinadas con arma de fuego al pasar del 28.8 por ciento al 43 por ciento. 3

Mientras tanto, Alejandro Fernández canta tranquilamente: “amigo, ¿qué te pasa? estás llorando, seguro es por desdenes de mujeres. No hay golpe más mortal para los hombres que el llanto y el desprecio de esos seres. Amigo, voy a darte un buen consejo, si quieres disfrutar de sus placeres consigue una pistola, si es que quieres, o cómprate una daga si prefieres y vuélvete asesino de mujeres. Mátalas con una sobredosis de ternura, asfíxialas con besos y dulzuras. Mátalas con flores, con canciones, no les falles, que no hay mujer que se resista a los detalles”. 

La canción se llama “Mátalas, la letra y música es de Manuel Eduardo Toscano y las disqueras la siguen vendiendo sin que se les mueva un pelo, también sin entender lo macabra que resulta la letra de esta canción conociendo el número tan alto de muertas que tiene en el país. Por eso mismo, no hay por qué desbaratarse ni llenar el muro del Facebook posteando ofensas contra los asesinos cuando se lee en los periódicos que amaneció una mujer tirada en otro basurero o que un policía mató a su esposa pero nunca fue procesado, si seguimos escuchando esas canciones sin decir nada ni pedir que sean retiradas de circulación. Pero, y sobre todo, entender de una vez por todas, que el feminicidio es “sólo” la expresión más sangrienta del odio a las mujeres, pero no el único espacio donde la violencia contra las mujeres es naturalizada y hasta cantada a pecho abierto. No son responsables únicamente los que las secuestran o los que venden las mujeres a las mafias sino nosotros mismos al educar a nuestros hijos de manera sexista al propiciar y resguardar una moral diferente para ellos y ellas.

¿De qué somos responsables cuando hablamos de feminicidios o crímenes de odio? Como sociedad somos parte de la perpetuación de la violencia y un escalón en los crímenes de odio al escuchar pacientemente un chiste, una historia, una película o una canción que degrade, ofenda o desvalorice la imagen de las mujeres, sin hacer nada.

¿Es sólo tarea del Estado preservar el bienestar y la integridad de las mujeres? ¿Qué necesitamos entender como sociedad civil para actuar conjuntamente en la protección de las niñas y mujeres de este país? ¿Una alerta de género? Ya existe la alerta de género en once municipios en el Estado de México. ¿De qué sirven las alertas si en los municipios de más desaparecidas muchas calles siguen sin alumbrado público. ¿O será que necesitamos los silbatos rosas para soplar cuando en la calle  algún señor de la construcción te grita “mamacita” y si a una se le ocurre contestar, como venganza tendrá una el comentario “ni que estuvieras tan buena, pinche vieja”? O más angustiante todavía, cuando se asiste a una cita para ver un departamento y te recibe un hombre viejo que de inmediato te habla de tú y te toca al menor descuido el hombro. ¿Ahí tendríamos que sacar el silbato?

Entonces, ¿silbatos rosas para todas o responsabilidad colectiva?

 

1  Animal Político, 29.09.16.

2 Sol de Toluca, 28.0916.

3 (Animal Político, http://www.animalpolitico.com/blogueros-lo-que-quiso-decir/2016/01/05/feminicidio-en-mexico/).

 

 

Silbatos rosas

La ciudad hablada

* ¿Qué hice, me pregunto? En este país no es necesario hacer “algo” sino estar del lado incorrecto. Julio Cesar Mondragón Fontes tampoco hizo nada y lo mataron. Vuelvo rápidamente a mi realidad, Toluca. La ciudad del chorizo y los Diablos Rojos. Toluca ha cambiado, te lo digo sin esperar respuesta.

 

Sandra Rosas-Fabiunke

Los niños se tapan la cara cuando les quieres hacer una foto. Es 15 de septiembre, el camión circula por Santos Degollado, me bajo cuando veo que se dirige al Mercado Dieciséis. Yo voy a la colonia Federal. El centro está lleno de policías, de esos de uniforme negro, bigotones. También está presente la policía militarizada, ésos son más grandes y el corte de cabello los distingue de los otros. Están siempre juntos y uno no sabe de qué hablan. Parecen ocupados con sus cosas pero la rigidez les aprieta el cuerpo. Los miro con ganas de interrogar sus intenciones. No hay nada que hacer, aunque sus caras y sus dientes delatan de dónde vienen, pero están del otro lado y son muchos.

 

…………

Quisiera que estuvieras aquí, viendo sus ojos. Quizás así me atrevería a caminar con más coraje y hasta les haría una foto. Tú estás en casa y siento un hueco en el estómago. Busco algo en mi mochila y sigo caminando. Tomo la calle de Juárez y se me ocurre pasar a la joyería donde está mi anillo. Está cerrado, es día festivo. Las tiendas que están abiertas son la Óptima y las zapaterías. El McDonalds’s está atascado de niñitos que ponen cara feliz cuando reciben sus hamburguesas. Es día familiar aunque eso sólo para los que no trabajan. Yo llego a los portales, tengo hambre. Me tienta la idea de meterme al Biarritz para almorzar. Pero ya te quiero ver, me decido por Morelos y subo hasta Villada. Espero el camión que me lleve a casa, ¿pero cuál tomo? Me doy cuenta que no sé qué camión me lleva a la Eulalia Peñaloza. Siento angustia y me subo a un taxi. Le digo donde voy y me siento a salvo.

 

……………………….

Son las cuatro de la tarde. Estoy en el mismo lugar de hace dos horas, el centro de Toluca. Los policías siguen ahí, pero ahora vamos juntos. Quiero hacer fotos, llevarme las caras que me hablan sin saberlo. Tú caminas despacio, lejos de mí. Pero cuando siento miedo, porque fotografié la cara de un policía que me miró enojado, volteo y estás ahí. No dices nada, todo está bien. Comienzo con las fotos en la González Arratia, desde ahí el despliegue de seguridad. Los policías se ponen a las vivas por si alguien se pasa de listo. Para ellos yo me paso de lista porque les hago fotos. Tú dices que no hay que pedir permiso ni hay que verlos a la cara. “Sólo dispara, dispara sin ver sus ojos, pero siente cada disparo. No corras, no mires, no te involucres”. El corazón debe estar puesto en la lente. Es cierto. ¿Pero cómo se le hace?

Después de una hora me siento cansada, temo que me sigan. ¿Qué hice, me pregunto? En este país no es necesario hacer “algo” sino estar del lado incorrecto. Julio Cesar Mondragón Fontes tampoco hizo nada y lo mataron. Vuelvo rápidamente a mi realidad, Toluca. La ciudad del chorizo y los Diablos Rojos. Toluca ha cambiado, te lo digo sin esperar respuesta. Sigo por Juárez, ahí me doblan las caras de los niños y las señoras vendiendo banderitas. Los vendedores ambulantes ofrecen quesadillas, pan de canasta, gafas de sol. Entre ellos muchos indígenas ofrecen banderas, trompetas de plástico, pintura para las mejillas, collares y rehiletes. Una niña sobre la banqueta juega con una botella de Bonafont, el agua ligera. Yo la veo y no lo dudo, disparo. Ahí está la foto, dirías tú. Tus contactos del facebook escriben: “México, te quiero porque te veo morir y me haces vivir”. Yo lo leo de reojo y pienso en los familiares de los 43 normalistas o las desaparecidas en Ecatepec y Toluca. “México lindo y querido, como tú no hay dos”. ¡Qué bueno que no hay dos!  Y pienso en Ayotzinapa, Tlatlaya y mi tío desaparecido. “Soy mexicano y estoy orgulloso”, escribe otro muchacho apodado El Trini. ¿De qué estará orgulloso? Es el mes de la patria. La bandera tiene que relucir y ondearse bien fuerte. A mí septiembre me aburre y me desespera. Las calles al otro día amanecen borrachas, de colores despintados y cortinas cerradas. Pero hoy todavía la gente está contenta, los policías atentos y yo nerviosa porque meto la nariz donde no debiera. En el 2014 las calles eran otras y las intenciones también. Las bocinas anunciaban a “los artistas” que se presentaban en el teatro Morelos, por lo general un actor de telenovela o una obra de teatro sólo para mujeres. Ahora se anuncian cursos de idiomas, discos, las playeras de la Óptima. Los López han tapizado Nicolás Bravo con sus tiendas de artículos religiosos, las telas de La Parisina todavía siguen en Juárez esquina con Hidalgo pero ahora tienen sucursales donde las empleadas hacen turno para lavar los baños de sus patrones. Me preguntas con los ojos si ya fue suficiente cuando la gente se arremolina en Juárez. Camino esquivando cuerpos. Te doy la cámara y me siento agotada. No he fracasado. Fue mi primer día. Nos metemos a una cafetería. Es un lugar agradable, lleno de gente, también. Pero hay libros y tú me sonríes. Me separa sólo una puerta de cristal de esa rumba de policías y niños pobres que miran una cámara y rápidamente se tapan el rostro con sus mercancías, como si una muñequita o una bolsa tejida los protegiera de la trata de personas y todos los peligros que los acechan.

Pido un café como pasaporte a la libertad.

Estoy fuera. Lo sé.

 

…………………

Xoxocotla, Morelos

El otro día en una comida con integrantes del partido político que se vende como la única y mejor opción, un señor contaba animosamente que las mujeres también son golpeadoras. La historia sonaba a telenovela pero la contaba con tanto beneplácito que no pude más que preguntarle por los detalles.

– Bueno -dijo quien fuera en sus tiempos integrante de un sindicato- yo salía de la fábrica y un conocido me pidió que nos fuéramos a echar unos tragos. Le dije que sí porque un trago no se le niega a nadie. En la mesa estábamos tres mujeres y tres hombres, contando al que relataba la historia. Los hombres asentían con risotadas y comentarios como: “claro, una cervecita a quién le hace mal”.

Yo seguía con atención la historia de lugares comunes. Entonces, prosiguió el hombre de sindicato, “cuando me quise ir, él comenzó a pedirme que lo acompañara a su casa, para que su mujer no le pegara. Yo pensé que exageraba -dijo, mirándonos a los ojos y esperando nuestra aprobación-. Y aunque la señora sí nos abrió la puerta y hasta me invitó a pasar, a mi conocido le propinó dos codazos y lo miraba bien feo. La verdad, yo mejor me despedí y no volví a saber de él”, concluyó.

Lo que vino después es de imaginarse. Las mujeres se rieron apenadas, pensando, quizás, que  algunas mujeres sí se pasaban. Yo pregunté si él creía realmente que el hombre no había hecho más que tomar esas humildes cervecitas. Cuando terminó su historia le dije que sonaba a chiste. Pero uno de sus congéneres me miró enojado y comenzó a acusarme de subjetiva y a recordarme que las mujeres teníamos los mismos derechos y que no entendía de qué nos quejábamos. Yo les recordé a todos juntos que los feminicidios hablaban por sí solos y que las historias que se escuchaban en los hospitales y los mismos chistes y anécdotas masculinas demostraban que estábamos muy lejos de la prostituida igualdad de género que sólo era mencionada cuando las mujeres levantábamos la voz o cuando ellos andaban de campaña. Durante todo el rato las mujeres permanecieron en silencio y ni mi novio abrió la boca. Por lo menos, no para apoyarme. Ya al final, cuando nos despedíamos, las dos mujeres que me habían escuchado, al parecer, atentamente. Me sonrieron y felicitaron. Me habría gustado que no me dejaran sola cuando cuestionaba la historia de la mujer golpeadora y el hombre de la cervecita.

 

Jilotzingo

 

La tía Ana cuenta que le duele la cintura, que se cayó el otro día, que por eso cuando va a la Central de Abastos sufre con las bolsas. Me cuenta que un comerciante le ofreció ayuda y que ella pensó que “ay, qué tal que llega tu tío y me pone mis cachetadas por dejarme ayudar”. Lo dice riéndose pero a mí me punza el estómago. En este país de feminicidios las mujeres hasta en las bromas dan por hecho que pueden ser golpeadas. No le digo nada. ¿Qué decir? Ya en el pueblo escucho que mi tío no le da dinero a mi tía desde que ella se enfermó, con el pretexto de que él es único que sale al centro y puede comprar la comida. A mí me suena a control, lo sé y se lo digo con la certeza de que llegará a casa y seguirá con su rol, preparándole la cena y planchándole la ropa, aunque lo que quisiera hacer es plancharse el alma para quitarse unas arruguitas. A penas llevo tres semanas aquí, en Toluca, y ya me he peleado con más de dos, pienso eso, mientras le doy los medicamentos a mi madre. Luego abrazo a la minina, que también es mal vista, porque está en celo. Miro por la ventana y veo que ya oscureció. Y recuerdo que mi tío dice que después de las 8 de la noche no debo salir sola.

Pero yo pienso que soy libre y que quiero salir sola.

 

 

La ciudad hablada