La esquina de Juan N. Álvarez

* El 26 de septiembre del 2014, normalistas de Ayotzinapa eran cercados por policías municipales en varios puntos de Iguala. Esta es la reconstrucción de la participación de los policías de Cocula.

 

Miguel Alvarado 1

Toluca, México; 14 de mayo del 2016.  Cocula, como Iguala, es un país aparte. Tiene sus reglas y hay que seguirlas para sobrevivir. Después del 27 de septiembre todo cambió pero no esas reglas, que se estiraron invisibles para dar paso a policías federales y reporteros que llegaron en enjambre para visitar su basurero como parte de un necroturismo, más que una investigación, que registró centímetro a centímetro las distancias entre ríos, árboles, basura, caminos, tiendas y casas de narcotraficantes y halcones. Se llevaron todos los detalles -hasta los que no existían como restos óseos sacados de quién sabe dónde- los horarios en los que transcurría la vida de allá y sus dichos, los apodos de los pobladores, los tatuajes en sus cuerpos, instalados ya en la obsesión por lo pequeño. Lo registraron todo, o casi todo, menos los alrededores cercanos, mucho menos los más alejados como las minas o los pueblos ya silentes para ese entonces como Real de Limón o La Fundición, carcomidos hasta la entraña por una fiebre áurea en la que nadie vio el brillo sangriento que destella hace años. Allí no hubo centímetros explorados aunque las verdaderas masacres estaban ahí, a veces a unos cientos de metros de esos pueblos, mineros a la fuerza, y otras en su corazón, destrozados o reubicados para que nadie dijera nada o terminara de callarse de una vez por todas.

Las reglas que en Iguala y Cocula casi desaparecieron volvieron a imponerse porque el antiguo orden no fue erradicado ni combatido. Nadie se dio cuenta de que las respuestas para Guerrero y otros estados como Michoacán, Oaxaca y Chiapas estaban en Ayotzinapa, sí, pero no detrás de sus muros ni en las calles de la ciudad de las banderas donde hace muchos años se tributaban hachas de cobre para la Nueva Tenochtitlán. Nueva porque, cuenta una leyenda nacida en la punta del cerro de San Vicente, en Tlatlaya, Estado de México, que la original capital azteca se iba a construir en lo alto de aquel cerro, a las afueras de esa cabecera municipal, pues lo tenía todo además de agua abundante y una vista privilegiada para observar lo que se iba y lo que se venía. Pero algo pasó y si la leyenda tiene algo de cierto los aztecas que llegaron en avanzada al sur mexiquense fueron convocados adonde ya se sabe que llegaron. Tlatlaya no fue la capital azteca pero con el tiempo fue la capital de otras cosas.

Algunos, a pesar de todo, se dieron cuenta de aquel brillo emponzoñado o, mejor dicho, no tuvieron necesidad de darse cuenta porque ya sabían lo que verdaderamente pasa en lugares como Iguala, como Cocula, como Xochicuautla.

Entonces, dónde están las respuestas.

Al menos desde el 2013 el 27 Batallón de Infantería destacamentado en Iguala sabía que César Nava González, subdirector de la policía de Cocula y acusado de participar en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, había controlado con amenazas la comandancia de ese municipio, y que disponía a voluntad de hombres y armas. El ejército supo que en cuanto Nava se dio cuenta de que tenía poder contrató a sus amigos  y que hizo a un lado la autoridad del director, Salvador Bravo Bárcenas, a quien confinó en su oficina después de decirle que tenía ubicada a su familia y que lo que más le convenía era quedarse quieto, llenando formularios y nada más. La cárcel por partida doble en que se convirtieron las instalaciones de la avenida Independencia 1, en el centro de Cocula, no pudo contener, sin, embargo, la zozobra del amenazado director porque fue Bravo Bárcenas quien denunciaría a Nava González ante el 27 Batallón, que unos días después envió a sus soldados para investigar. Se llevaron a Nava y a su gente, después de separarlos cuidadosamente del resto, pero una hora después los regresaban a la comandancia, para que todo siguiera igual, con la comunicación rota para siempre entre los jefes. Ya detenidos, los policías de Cocula señalaron a Nava de repartir dinero y nexos con Gildardo López Astudillo, El Gil, jefe de plaza de Los Guerreros Unidos, con quien se reunió en Iguala después de levantar a los 43 normalistas de Ayotzinapa, el 26 de septiembre del 2014, cerca de las tres de la mañana y por espacio de cuatro horas para, entre otras cosas, determinar el cambio de los números económicos de las patrullas participantes esa noche. Cuando las investigaciones se centraron en Cocula, Nava escapó pero fue capturado y aunque quiso hacerse el héroe de aquella noche porque declaró haber ayudado a un normalista herido, fue involucrado directamente en los levantamientos.

Y Nava ni nadie han ayudado a esclarecer los hechos, que se empantanan en las brumas del tiempo, la desmemoria y los fragmentos que a trozos casi inexistentes arman un rompecabezas al que, de cualquier forma, siempre le faltarán piezas decisivas.

Era el año 2014 y Julio César Mateos Rosales laboraba como policía municipal de Cocula, con 28 años cumplidos. Católico, ocasional fumador y bebedor, había elegido ese oficio desde el 9 de agosto de ese año y ese trabajo pudo mantenerlo hasta la noche de Iguala, el 26 de septiembre, cuando el gusto se le rompió en algo que ni siquiera fueron pedazos. El gusto o lo contrario le venía de su padre, el policía municipal de Iguala, Silverio Mateos Campos. Pero Julio César Mateos, para esa madrugada, ni siquiera tenía licencia para portar armas porque estaba haciendo el curso de evaluación y confianza.2 Nadie sabe qué habría pasado si la tuviera.

Ni la Iguala de antes o la del 26 de septiembre y menos la de ahora aceptan excusas. Está ahí, ya se sabe y todo este año se ha practicado diligente, anónimamente, una limpieza cirujana de contras que ya nadie sabe dónde ubicar. No está claro si los muertos son de Los Rojos o La Familia Michoacana, o militares desertores que trabajaban como policías. O si los contras existen como falsos positivos o son Guerreros Unidos padeciendo lo mismo con otra camiseta, como la del cártel recién parido, La Empresa de Gadafi. O lo otro, son luchadores sociales desconocidos en la arena de lo público o simples civiles afectados, o quizás que iban pasando.

Iguala es igual o peor que Acapulco, que no tendrá incrustada en esas cercanías que nadie exploró a la minera Media Luna, propiedad de la superextractora canadiense Teck Cominco pero que a cambio ha desarrollado, dándose cuenta, sabiéndose culpable pero sin remordimientos, su propio infierno en el que niños y sicarios hicieron las paces a fuerzas para que los segundos prostituyan a los primeros pagándoles con dinero pero también con droga para que no se vayan, no se mueran por lo menos del asco. El negocio de la pederastia no es un asunto menor aunque lo es desde el punto de vista de los negocios porque lo que arroja no se puede comparar con el propio narcotráfico, por ejemplo. Y aunque los axiomas que dicta el gobierno señalen que no hay negocio mejor pagado en México que ese narcotráfico y esas ideas estén incrustadas en el razonamiento de casi todos, mienten. Porque hay uno que supera, que siempre lo ha superado pero, no se sabe cómo, su propia acromegalia lo ha borrado para que nadie ni siquiera lo intuya.

Entonces Acapulco.

Después de la caída del cártel de los Beltrán Leyva el poder de ese narcotráfico y sus derivaciones se fraccionó y el negocio de la droga quedó en manos, entre otras, del Cártel Independiente de Acapulco, sicariato vil y sanguinario nada más, que arregló las cosas como siempre lo habían hecho sus integrantes. Detrás de esas matanzas, que pronto convirtieron al puerto en la segunda ciudad más peligrosa del mundo, estaba, precisamente una salida o llegada desde la mar océana. En realidad, eso es lo importante de Acapulco: el embarque y lo contrario.

Mientras los niños deambulan buscando o esperando al turismo pederasta que vomitan cruceros y camiones, los contras de Acapulco se divierten en los bares a pesar de amenazas y enojos de los dueños de la plaza, que hasta buenas gentes resultaron cuando el 22 de abril del 2016 avisaron a los acapulqueños que no se atravesaran porque esa noche iban a llenar de plomo todos los antros y cantinas, valiéndoles madre quiénes estuvieran o pasaran. Y es que los encargados de esa limpieza hasta departamento de Comunicación Social tienen porque despliegan eficaces en redes sociales los avisos sin membrete como si fueran los verdaderos ayuntamientos. No, no lo son, pero ni falta que les hace. Oficialmente sólo son matones, procuradores de placeres para viejos canadienses o jóvenes gringas que siempre han sabido lo que hacen. También reciben embarques de cocaína y procuran salida para los minerales preciosos que las supermineras se llevan desplazando y matando desde hace años en la Montaña guerrerense. El sicariato de Acapulco perdona todo, excepto la competencia, no les importa que otros sean mejores sino que cobren y gasten mirando la playa, tomándose las cervezas que a otros les toca.

Eso, y sus mensajes de entrañas rotas.

“A todos los habitantes […] se les hace la advertencia que este fin de semana será muy violento, no nos hacemos responsables de la gente inocente que se atraviese, vamos a terminar con la bola de lacrosos que circulan por las noches en bares y discotecas de Acapulco, ya los tenemos ubicados y los lugares que frecuentan, no han entendido que no salgan de noche, ya se les hizo el aviso y siguen llenos los bares donde se pasean los contrarios y este fin de semana será la limpieza, así que es la última advertencia que les vamos a dar, esto no es un juego, no queremos que mueran gente inocente, por este medio les informamos que no frecuentes estos lugares porque vamos a entrar a balacear sin importar quién esté en el lugar porque ya estuvo bueno que esa gente que extorsiona y mata gente ande paseándose en cualquier lugar, vamos a acabar con toda esa lacra [así que no salgan después de las 10 de la noche […] este es el último aviso”. 3

También describieron la ruta que seguirán esa noche y que hasta las 13:03 del 22 de abril sonaba a pura provocación, como las amenazas de los hermanos Casarrubias, máximos capos de Los Guerreros Unidos cuando años antes Johnny Hurtado Olascoaga, El Señor Pez les puso cara y los combatió por Iguala y Teloloapan con todo el éxito pero también con todas las pérdidas.

Del Acapulco que no se anda por las ramas están los registros del fotoperiodista Bernardino Hernández, quien ha dicho y, si no, lo ha dejado ver, que uno llega y mira a los muertos y ve a la gente tratando de revivir bultos y eso te quiebra, te rompe en pedacitos pero ahí está la foto… y sí, ahí está. Lo que sí dice textual es que “¿Sabes qué es lo peor? La gente ya mira normal tanto muerto, ya no se asustan”. 4

El 22 de abril del 2016 no pasó nada en Acapulco pero el 24 las cosas se salieron de control. Dos horas de balazos por la Costera que tiene el nombre perverso de Miguel Alemán puso contra el piso a turistas y brodies porque esa noche los narcos quisieron rescatar a un socio detenido. Luego se sabrían otras cosas pero, mientras, esas dos horas de metralla reafirmaron la verdadera fisonomía del Acapulco Tropical y dieron al traste en todo el mundo con la imagen que Luis Miguel y sus videos vendieron y asentaron hace años. Un muerto, una minucia para Acapulco que mide la tragedia en litros de sangre, dejó aquel encontronazo filmado por ciudadanos y minimizado por autoridades por pura inercia. Pero ese muerto, otra historia soterrada, no tardaría en hablar.

Ahí queda Acapulco, enterrado en su propia sangre y con su gobernador, el priista Héctor Astudillo visitando cada rincón de su entidad inútilmente. Porque qué puede hacer si primero no acepta la militarización de ese territorio y observa a Ayotzinapa desde donde sabe que debe observarlo. No lo hará, pues nadie en el gobierno lo ha hecho. O sí, pero nunca públicamente. Ahí queda el puerto, observando si pudiera los esfuerzos de los canadienses por quitar comunidades que les estorban para extraer.

Y es que para el 28 de abril del 2016 la Media Luna lograba la reubicación de dos pueblos enteros y en las narices de todos se convertía en una empresa responsable, derramadora de bondades y progreso. Detrás del gesto que significó para los canadienses correr de plano a los habitantes que desplazó, porque eso fue lo que hizo, desplazarlos a unidades habitacionales, estaba la secretaria federal de Desarrollo Territorial y Urbano, la defenestrada Rosario Robles, a quien invitaron para atestiguar el acto caminando las nuevas calles acompañada por el gobernador Astudillo, a quien no le importó testificar que, además, a esos que perdieron sus tierras originarias, los engancharán en trabajos de medio pelo para la Media Luna. Cocula no ha entendido los ejemplos de Carrizalillo, en Mezcala, o Chicomuselo en Chiapas, y no lo hará hasta que su tierra y la vida se expriman por completo.

Uno, como habitante, qué puede hacer sino irse, hacer lo que le dicen. Pero otros no piensan así.

Las 169 familias de los pueblos reubicados, Real de Limón y La Fundición, vieron irse al diablo años de resistencia y aceptaron, convencidos o a fuerzas, otro proyecto de explotación de tierras llamado El Limón-Guajes en la zona del río Balsas, Cocula, que no es sino la continuación de una masacre silenciosa que tiene como objetivo llevarse el oro en polvo que guarda las profundidades de Guerrero.

A Rosario Robles eso le alcanzó para inventarse algunas puntadas y dijo, como lo haría un sicario, que “no puede haber minas ricas y pueblos pobres” mientras andaba las calles del flamante fraccionamiento Nuevo Real del Limón, que costó 42 millones de dólares a la superextractora, unos 714 millones de pesos que de paso decía que había sacado 38 mil onzas de oro en lo que va del 2016, que equivalen a 877 millones 800 mil pesos en cuatro meses, que significaría una ganancia anual de 2 mil 631 millones de pesos. 5

Ya se dijo, pero otra vez. Cocula en esa mina guarda las respuestas que algunos buscan en Ayotzinapa o en la esquina del Periférico Norte y Juan N. Álvarez, y eso que guarda suena a pura muerte como los policías municipales hicieron ver Iguala cuando la abrasaron loca, rabiosamente.

Lo que son las cosas: el 26 de septiembre del 2014 los polis de Cocula se alistaban para cuidar un jolgorio en el pueblo de Apipilulco. Julio César Mateos, el policía que nunca tendrá permiso para portar armas, pertenecía al grupo del comandante Jesús Parra Arroyo y usaban la patrulla 503 de la General Motors -una Sierra, en realidad- y a la que después el jefe policiaco César Nava, enfermo de miedo por lo que ellos mismos dijeron que habían hecho con los 43 estudiantes de Ayotzinapa, cambió el número con la esperanza de que los federales no se dieran cuenta, como si su ansia de largarse a donde fuera se calmara con un poco de pintura y unas calcomanías

El policía Mateos se quedó incluso a dormir en la Comandancia el 25 de septiembre y al otro día se levantó a las seis de la mañana para barrer y trapear. Como Salvador Bravo Bárcenas, director municipal de esa policía estaba franco, como todos los fines de semana, Mateos se la llevó leve y hasta desayunó en el comedor del DIF. Luego patrulló las calles y entre las 20:00 y las 21:00, ni modo, se fue para Apipiluilco, donde apenas terminaban los festejos patrios. Allí estuvo quizás hasta las 22:35, porque no lo recuerda bien, aburriéndose en su patrulla, de la que no pudo bajarse para dejar de morirse de sed hasta que su cuñado, que andaba enfiestado por ahí, le llevó un chesco. Ni se lo había acabado cuando el comandante Alberto Aceves los regresó a todos a la Comandancia porque por el Cinco-Cinco había un Veintidós por la Cuatro, que quiere decir “fuga rápidamente”, por lo que se dirigieron al S-19, la comandancia de Cocula, donde Mateos cambió de patrulla y se subió a una RAM azul, agarrado fuerte porque iba atrás y desde ahí contó los pueblos por donde pasaban: Las Conchitas, Tijuanita, Tomás Gómez, Meztitlán y Metlapa antes de llegar a la Iguala sin nombre de aquella noche. Desde antes sabían que los enviaban a una balacera.

¿Basta que un policía gane 2 mil 800 pesos quincenales para animar a acercarse a los que allá se llaman los chicos malos o los amigos, en otros lados, como en Tlatlaya, y se deje tentar por lo poco, pero de todas maneras algo, que ofrece el narcotráfico, en realidad una extensión al servicio de alguien en el poder público? Porque César Yáñez Castro 6 eso ganaba como policía de Cocula cuando lo detuvieron para que respondiera por lo de Iguala y los estudiantes levantados. A Yáñez lo contrataron para cuidar la entrada de la Comandancia y por eso, nada más porque estaba parado ahí todo el día, pudo registrar los movimientos del 26 y 27 de septiembre de sus compañeros. No estaba solo en esos turnos fantasmagóricos de 48 horas corridas, porque se apoyaba en las fatigas o bitácoras de reportes de novedades que actualizaba todos los días la secretaria María Elena Hidalgo Segura, y a quien le achacaban una relación sentimental con el poderoso jefe César Nava.

Yáñez Castro recuerda todo desde el principio: que las unidades que fueron a Iguala fueron tres, la RAM azul 305 conducida por Nelson Román Rodríguez en compañía del comandante Ignacio Aceves Rosales y de los policías municipales Jesús Parra Arroyo, Arturo Reyes Barrera, Joaquín Lagunas Franco, Alberto Aceves Serrano; la RAM negra 306 conducida por el subcomandante Roberto Pedrote Nava –a quien los federales propinaron una golpiza cuando lo detuvieron y no respetaron ni porque les dijo que era ex soldado- acompañado de los policías municipales Juan de la Puente Medina –a quien lo federales le abrieron la cabeza cuando lo apresaron- José Antonio Flores Train y el propio Julio César Mateos Rosales. A ellos se les unió la Sierra 302, que manejaba Óscar Rodríguez Salgado en compañía del comandante Ignacio Aceves Rosales y los policías municipales Wilber Barrios Ureña, Alberto Aceves Serrano y Arturo Reyes Barrera.

“La injusticia está clavada en mi carne y mis huesos, yo no soy el mismo después del 26 y 27 de septiembre de 2014”, dijo el reportero norteamericano John Gibler el 21 de abril del 2016 al presentar su libro, Una historia oral de la infamia y que habla de esa noche por la que apenas se adentraban Mateos y sus compañeros. Si Gibler dice lo que dijo es porque ha recopilado testimonios de quienes estuvieron allí o tuvieron algo que ver o saben algo o de plano no saben nada pero en algo pueden ayudar. Y el policía Mateos quizás algo sepa, aunque tal vez no ayude que haya declarado que “circulamos sobre Periférico, hasta pasar como unas bodegas de Pemex, deteniéndose las tres camionetas en las que íbamos y que se formaron en línea, por lo que pude observar que a una distancia de veinticinco metros de donde nos detuvimos se encontraban dos patrullas de la policía municipal de Iguala con las torretas encendidas, dos ambulancias con las torretas encendidas y dos autobuses de la línea COSTA LINE con las luces apagadas, dándome cuenta que uno de estos autobuses tenía las llantas ponchadas y con el parabrisas roto, pero del otro autobús no pude ver si estaba dañado o no, porque estaba atrás del primer autobús y no se veía desde donde yo estaba”.

Y antes, no mucho, pero antes, los de Cocula habían recogido al subdirector César Nava en su propia casa de Iguala, en la colonia 23 de Marzo, y de ahí se fueron a la esquina de Juan N. Álvarez y Periférico Norte. Nava era poderoso, ya se sabe, no tanto, pero eso le alcanzaba para poner a trabajar a los gendarmes en su casa, como le sucedió a José Luis Morales Ramírez, quien pegaba azulejos en el baño de su jefe a las 19:30 de ese día cuando una llamada lo alertó sobre el Zócalo ametrallado. Quien llamaba era su hermano, pues quería saber si estaba bien porque se había enterado de balaceras frente a las instalaciones del 27 Batallón de Infantería y la Comercial Mexicana, y le habían dicho que había una camioneta Nissan llena de plomo en el centro de la ciudad. José Luis Morales estaba bien, y cómo no, no podía estar mejor metido en el baño de su jefe pegando lo que le habían ordenado, pero ahí metido y todo, vio algunas cosas. Dijo en su declaración que el subdirector Nava llegó a su casa entre las 20:00 y las 21:00 y casi de inmediato volvió a irse. Algo le pasaba, estaba enojado cuando abordó su auto, un Bora, y volvió a marcharse.

El policía-albañil le temía más a Nava que a las balas y ese día, después de marcharse el jefe, dejó de hacerle al constructor, abordó un taxi y se fue a su casa. A la mañana siguiente estaba puntual otra vez para terminar su trabajo. Le abrió la esposa del jefe y el policía se puso a pegar azulejo nuevamente, hasta el mediodía, cuando el subdirector llegó. Nada más ver a su gendarme lo convocó a su habitación.

– Juntas tus cosas, guardas tu herramienta y te vas a tu casa –le dijo.

– ¿Ya no voy a tener trabajo? –preguntó espantado el policía.

-¡Puta madre! ¡Te estoy diciendo que juntes tus cosas y te vayas a tu casa!- fue la respuesta del jefe Nava que, ahora sí, entendió bien y por eso Morales se fue a su casa y no regresó sino hasta el 6 de octubre a la comandancia, donde se encontró con sus compañeros. Ya detenido, el albañil siempre negaría trabajar como policía aunque el ayuntamiento le pagaba puntualmente sus 2 mil 800 pesos quincenales y había presentado exámenes que le darían licencia para portar armas. Así era aquella comandancia de Cocula, donde un alarife contestaba el teléfono, hacía guardias y patrullaba el centro provisto de un tolete.

Que le descubrieran a Nava que ponía a sus policías como macuarros era lo que menos le preocupaba ese 26 de septiembre del 2014. Nadie sabrá lo que el subdirector tenía atravesado en las entrañas aunque tampoco importa mucho porque él contará luego una versión de aquel día donde jura que rescataba a sus hijas de la llegada de los normalistas en el centro de la ciudad, en medio de refriegas y metralla. Ese día dispondrá de una guardia especial para su casa montada por el policía de Cocula, José Antonio Flores Train hasta las tres de la mañana. Y aunque ese día estaba franco, Nava se fue a la Juan N. Álvarez en la patrulla 302 y en esa esquina quiso pasar como héroe junto con el comandante Ignacio Aceves Rosales, porque según ellos y algunos de la tropa, ayudaron a un normalista herido.

Que acercaron la ambulancia.

Que lo llevaron cargando a la ambulancia cuando los normalistas refieren que lo único que hizo fue decirles que se entregaran para que todo se olvidara. Y como no quisieron, entonces les dijo lo primero que se le vino a la cabeza: que lo iban a lamentar.

Después vino la balacera.

 

II

Al policía Flores Train que cuidaba la casa de Nava el comandante le entregaba dinero extra, más o menos regularmente y con esa generosidad de los dictadores le dejaba 3 mil pesos, a veces hasta 8 mil.

-Ten, para que te tomes un refresco –le decía estirando la mano.

A casi todo les tocaba algo de más, salido de quién sabe dónde, aunque todos sabían que eran pagos enviados por Los Guerreros Unidos. Pero hasta en eso había inconformes, no porque los pagos fueran ilegales o los obligaran a recibirlos, sino porque a unos les tocaba más que a otros. El policía Jorge Luis Manjarrez Miranda ha declarado, con cierta rabia, que a algunos se les entregaba hasta 15 mil pesos extras, como a Ignacio Aceves Rosales, Antonio Morales González, Ysmael Palma Mena y Roberto Pedrote Nava porque eran los consentidos. La clase media estaba compuesta por Ignacio Hidalgo Segura, José Antonio Flores Train, Arturo Reyes Barrera, Wilber Barrios Ureña, José Luis Morales Ramírez y Pedro Flores Ocampo, quienes recibían 8 mil pesos. El siguiente escaño estaba integrado por Marco Antonio Segura Figueroa, César Yáñez Castro, Jesús Parra Arroyo, Marco Jairo Tapia Adán, Julio César Mateos Rosales, Ángel Antúnez Guzmán, Juan de la Puente Medina, Nelson Román Rodríguez, Alberto Aceves Serrano, Óscar Veleros Segura, Joaquín Lagunas Franco y Alfredo Alonso Dorantes.

Los de abajo, los del fondo, los que siempre estuvieron al final y seguirán estando, expresaban el descontento de los marginados porque nunca los convocaban para los operativos aunque por eso, por no hacer nada, de todas maneras les tocaban 2 mil pesos, como al policía Jorge Luis Manjarrez Miranda, Anubis, amargado “porque siempre me hacían a un lado, hasta el punto que cada vez que salían a las comunidades, de entre las cuales estaba Nuevo Balsas, Tlanipatlán, Acamantlila, Azcala, a mí siempre me dejaban en el parapeto, es decir, siempre me dejaban para resguardar la comandancia junto con mi compañero César Yáñez Castro, tal y como aconteció el viernes veintiséis de septiembre del dos mil catorce”. La suerte del policía no era tanta porque de todas maneras lo detuvieron pero lo que no pudieron quitarle los federales fue el sentido del humor, que para entonces parecía una enramada por retorcido, aunque el policía Manjarrez así era y lo dejó claro cuando le pusieron frente a él su propio retrato y dijo, pero también lo escribió: “este hermozo soy yo”. Todavía el gracejo le alcanzó para declarar que conocía al alcalde de Iguala, José Luis Abarca, porque “ahora está prófugo el infeliz” y al reconocer a dos de sus compañeros señaló que “es el de las 20 cremas y, es más, huele bonito (Jesús Parra Arroyo)”. De otro, fue más sincero y apuntó que “es el más tierno de todos mis compañeros, se llama Alberto Aceves Serrano”. Ya sin risas, dijo al final que tenía lesiones en los costados ocasionados por los policías federales que lo detuvieron.

Esa fue la venganza tristísima del relegado Anubis, pero de la risa simplona a la ira sólo hay un paso. La noche del 26 de septiembre del 2014 al policía Mateos lo pusieron frente a los camiones que dice haber visto, que en realidad no eran dos, sino tres y estaban en esa esquina de Juan. N Álvarez y Periférico Norte. Los Costa Line que refiere tenían los números 2012, 2510 y estaban acompañados por un Estrella Roja 1568, también destrozado.

-¡Cúbranse!- le gritaron a Mateos, quien salió de su ensoñación para encararse con aquel boquete donde otra vez matanza y represión convergieron obligando al uniformado a protegerse detrás de una de las puertas de su camioneta. Ni siquiera él supo de qué se estaba cuidando pero lo hizo porque era policía apoyando un operativo de Los Bélicos, brazo armado del alcalde José Luis Abarca y de Los Guerreros Unidos, patrimonio y herencia de la señora María de los Ángeles Pineda Villa, quien esa noche bailaba como nadie la canción de El Cangrejito Playero mientras Mateos se moría de sed, de esa que no apagan las chispas de la vida.

Pero ahora estaba en la oscuridad –porque las patrullas de Cocula arribaron con las luces apagadas- de esa esquina de Periférico Norte y Juan N. Álvarez que le permitió ver, a pesar de tanta noche, el cuerpo de alguien tirado en el pavimento y a tres metros una patrulla de los iguatlecas cerrando el paso. El cuerpo aquel atrajo la atención de Mateos, quien observó cómo, después de unos minutos una patrulla se acercaba para recogerlo y llevárselo a quién sabe dónde. Eso creyó de pronto el policía, porque al final alcanzó a ver que el destino inmediato era una ambulancia. No supo, ni siquiera después, que se trataba de un normalista herido de Ayotzinapa.

Hipnotizado, el policía alcanzó a escuchar otro grito que lo sacó de la penumbra para envolverlo en otra aunque la orden que le gritaran fuera para él un filo que lo atravesó. Ahora tendrá que subirse otra vez a su patrulla porque así como llegaron ya se van, dirigiéndose a la comandancia municipal de Iguala.

Pero también había otros gritos, provenientes del camión puntero, el Costa Line 2012.

– ¡No disparen, no tenemos armas! –gritaban desde el interior los estudiantes mientras alguien, sacando el brazo por la ventana, agitaba un trapo blanco. Más adelante los estudiante se refugiarán entre ese Costa Line 2012 y el Costa Line 2015, detenido muy cerca de una Bodega Aurrerá pequeñita, en cuya acera ya hay normalistas sometidos.

Mateos es policía y la credibilidad de la policía en México está más sucia que el fango. A finales del 2015, el 13.49 por ciento de los 337 mil 209 policías estatales que hay en el país reprobó sus controles de confianza, pero eso no es nada comparado con lo que los mexicanos piensan de los uniformados porque apenas 5.3 por ciento confía en ellos, decía la encuestadora Mitofsky en el 2015. Todavía debajo de los policías estaban los partidos políticos, y más allá no había nadie. De pasada, y quién sabe por qué, el ejército era evaluado con un altísimo 7 de calificación que lo ubicaba entre las instituciones de más confianza ciudadana. Pero esta es la Nación de Peña Nieto, quien todavía no lo sabe pero después de Iguala, él, como John Gibler, tampoco volverá a ser el mismo porque también en su carne y en sus huesos estará clavada para siempre la injusticia, sólo que esa injusticia será él mismo caminando y pisando los restos quemados de la falsa Cocula.

El 26 de septiembre del 2014 a Mateos la encuestadora Mitosfky le importa un bledo cuando se dirige a la comandancia de Iguala, donde llegarán las tres patrullas de Cocula. Allí verá entrar al comandante César Nava, prófugo del 27 Batallón de Infantería hace años pero déspota en la policía con cargo de subdirector municipal. Allí los de Cocula saldrán cuatro minutos después, al menos los de la patrulla Sierra, pero con diez estudiantes arriba, quizás ocho, aunque otro policía, Jesús Parra Arroyo, asegura que allí transcurrió una hora en lo que Francisco Valladares Salgado, jefe de la policía de Iguala y el propio Nava se ponían de acuerdo. El mismo Parra vio llegar a tres patrullas de Iguala cargadas con normalistas, unos 30, dice él en su declaración ministerial el 14 de octubre del 2014.

En fin.

En fin.

En fin.

-No voltees –le dirá a Mateos un agente encapuchado de Iguala cuando quiso ver más. Él dice que así fue y obedeció esa orden, consejo de supervivencia para situaciones de crisis o declaraciones ministeriales apresuradas. Mateos confirma lo mismo: subieron a ocho o diez personas a la patrulla, todas acostadas bocabajo –Mateos volteó después y pudo contarlos, pero el policía Parra dice que Mateos manejaba y que llevaban a cinco muchachos- y enfilaron rumbo al panteón de Cristo Rey, por la salida a Metlapa, por donde se fueron a Loma de los Coyotes para encontrarse con patrullas de Iguala. Ahí estaba ya el comandante Nava, quien ha ordenado bajar a los detenidos y entregarlos a los de Iguala, quien a su vez los pasa a un hombre apodado El Pato, quien trae una camioneta blanca de tres toneladas, dice el subcomandante Ignacio Aceves Rosales, quien además refiere que “tengo conocimiento que se lo llevaron a la comunidad de Tianquizolco, Guerrero”, municipio de Cuetzala, a una hora de Iguala y muy cerca de Teloloapan, rumbo a la carretera que conduce a Arcelia, también en Guerrero. Ese lugar también es vecino de Chilacachapa, un pueblo con sus habitantes muertos de miedo que la noche del 26 de septiembre fueron obligados a acompañar a los sicarios a Iguala para apoyar a los policías municipales. “Un entrevistado –informó el 16 de diciembre del 2014 el diario El Universal- manifestó que dichos pobladores conocen el paradero de los estudiantes: ‘Mis paisanos de aquí saben dónde están, pero si abres el pico… ese es el temor’. Cuando Iguala fue tomada por los federales Los Guerreros Unidos se fueron a refugiar a Tianquiazolco, un pueblo de no más de 900 habitantes, donde el 12 de agosto del 2013 un comando levantó a cinco personas y eso provocó una avalancha de huidas por miedo, que dejó una comunidad fantasma. El 26 de abril de ese año otro comando se había llevado a 10 policías municipales, de los cuales dos fueron hallados en Iguala, ejecutados, y del resto hasta la fecha nada se sabe. En marzo del 2014 cincunta hombres dispararon a diestra y siniestra en Tianquizolco en represalia porque la comunidad se había unido a la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG). Disputado por La Familia  Michoacana y Los Guerreros Unidos, sirvió de refugio temporal  a Patricio Reyes Landa, El Pato, y los suyos, hasta que los atraparon, después de que la versión de Murillo Karam los ubicara quemando estudiantes en el basurero de Cocula.

A Chilacachapa llegaron primero Los Pelones, en el 2008; después estuvo La Familia Michoacana y por último Los Guerreros Unidos de los hermanos Casarrubias y la familia Pineda. Más de 100 asesinatos en tres años, desde el 2010 hasta el 2011 y 40 secuestros atestiguan que en ese territorio hay algo más que la ansiedad por sembrar estupefacientes. En realidad Tianquizolco y Chilachapa tienen la mala fortuna de ser vecinos de Arcelia y Teloloapan, una zona que guarda, como si fuera un secreto, una de las mayores explotaciones de oro pero también de minerales radiactivos, negocios en manos de Johnny Hurtado Olascoaga, El Señor Pez, líder de La Familia Michoacana.

Entonces la comandancia de Iguala.

-No voltees –le dijo a Mateos un agente encapuchado de Iguala cuando quiso ver más. Él dice que obedeció esa orden y luego se fue a entregar su carga humana, junto con los otros policías. Hecho eso regresaron a Cocula, a su propio cuartel, a las dos y media de la mañana. Ahí, como siguanabas, los policías lavaron frenéticos las patrullas como si el agua les borrara lo inconfesable. César Nava, amigo además de Gildardo López Astudillo, El Gil, jefe de plaza de Los Guerreros Unidos, contestaba llamadas sin parar. Mateos todavía tuvo que regresar por donde había venido porque César Nava lo requirió como voluntario, junto con Arturo Reyes Barrera, Óscar Veleros Segura e Ignacio Aceves Rosales, quienes vestidos de civil pero armados se fueron con su jefe en la Explorer del comandante Ignacio Aceves para cuidarle las espaldas mientras hablaba con alguien que sólo él supo quién era, en la colonia Granjeles de Pueblo Viejo, una casa donde había caballerizas y jaulas para gallos de pelea. Pero el subcomandante Ismael Aceves pudo enterarse quién era el personaje de las llamadas que tenía gallos de pelea y una casa con combis del transporte público de Pueblo Viejo. Gildardo López Astudillo, El Gil, frecuentaba a Nava y tenía fama de mañoso y ahora estaba preocupado por los estudiantes levantados. No por ellos, sino la suerte que les esperaba a los que participaron.

En esa reunión a alguien se le ocurrió lo de cambiar el número de las patrullas porque estaban presentando un video –no se sabe quién- en el que salía la patrulla 302. Los policías regresaron a Cocula cuando ya eran las siete de la mañana nada más para que, media hora después, Nava los formará a todos para aclararles lo seria que era la situación.

-Acerca de lo que pasó anoche, ustedes no saben nada, no vieron nada. Ya no somos unos chamacos para rajarse. A rajarse a su pueblo, no se anden con mamadas porque ya se la saben- fue la arenga que les endilgó el subdirector Nava cuando él mismo preveía el desastre.

Alguien, el policía Pedro Flores Ocampo vio a tres de sus compañeros, Roberto Pedrote Nava, Antonio Morales e Ignacio Hidalgo llevarse las unidades. Una hora después, regresaban presumiendo la nueva numeración. Otra versión dice que fue el subcomandante Aceves quien compró las nuevas calcomanías, que fueron colocadas por el policía Ismael Palma Mena.

El policía Ignacio Hidalgo Segura, un desertor del 27 Batallón de Infantería, declaró a la PGR el 15 de octubre del 2014, que César Nava recibía llamadas sospechosas de alguien a quien identificaban como El Patrón, el mismo apodo que mencionaran los policías de Huitzuco cuando se llevaron a los normalistas levantados en el puente del Chipote, enfrente del Palacio de Justicia, en Iguala.

El mismo policía Hidalgo Segura afirmó que el subcomandante Ignacio Aceves les pedía, cuando andaban en patrullajes, ubicaciones de los guachos y marinos. Y además hay, por lo menos, dijo el hermano de la operadora del 066, María Helena Segura, cinco elementos que no pasaron los controles de confianza pero Nava no los dio de baja. Al contrario, los ocupó para patrullar por las noches. También reveló que los policías Óscar Rodríguez Salgado, Pedro Flores Ocampo, César Yáñez Castro, Ignacio Aceves Rosales y Arturo Reyes Barrera pertenecían a Los Guerreros Unidos o al menos los ayudaban en actividades ilícitas.

-Que diga el indiciado si su superior jerárquico inmediato de nombre César Nava, pertenece a alguna organización criminal –preguntaba la Federación al policía Mateos, quien decía que sí, “a la organización Guerreros Unidos, ya que entre compañeros se rumoraba que desde que había llegado el comandante Nava, a esa población de Cocula, ya no había secuestros, ni robos, ya que se salió la banda que estaba antes de que llegara el comandante César Nava; y como acabo de ingresar a la policía municipal de Cocula, en una ocasión me di cuenta que el comandante César Nava, el día siete de septiembre del año en curso, aproximadamente como a las ocho o nueve de la noche, nos hizo pasar al dormitorio de la comandancia, a uno por uno de los compañeros de la policía municipal, entonces cuando a mí me toco pasar me entregó en la mano la cantidad de tres mil pesos, y me dijo que era un dinero extra, pero que si yo hablaba al respecto de eso, corría riesgo la vida de mi hijas, mi esposa, ya que me tenía bien checado y que ese dinero lo mandaba El Viejo, desconociendo quién sea esta persona y que solo en esta ocasión recibí dinero de este comandante César Nava; por eso continúo con miedo de que mi familia pierda la vida, por eso hago responsable a César Nava, de lo que le pase a mi familia”.

Lo mismo dijeron de Nava otros, como el policía Jesús Parra Arroyo.

Desde el principio casi todos los detenidos confesaron y lo hicieron bien aportando para la construcción de la verdad histórica del procurador Jesús Murillo Karam, en el 2014. Después la reportera Anabel Hernández reconstruiría cómo la PGR forzó voluntades con tortura y lo publicó en la revista Proceso en abril del 2014. Ella pudo hacerlo porque la tortura y la declaración obligada donde se relatan los golpes y las acciones violentas contra los declarantes están registradas en los expedientes de la A.P. PGR/SEIDO/UEIDMS/816/2014 relativo a la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Hernández lo hizo y lo hizo bien.

Ese expediente de la PGR asentó que el policía municipal Julio César Mateos Rosales, quien declaró a la una de la tarde del 14 de octubre del 2014 dijo, porque se lo preguntaron, que “sí tengo lesiones en el estómago, mismas que me las ocasionaron los Policías Federales Ministeriales, que me detuvieron y que me pusieron a disposición de esta autoridad”, pero que se reserva presentar queja o querella.

Otro policía, Nelson Román Rodríguez, tenía al momento de declarar un moretón en el párpado derecho, pero dijo que se lo había hecho “en el traslado, como venían muy rápido me golpeé en el asiento ya que veníamos agachados” y ahí quedó todo. 7

Los policías de Cocula no fueron los únicos golpeados ni los federales los únicos golpeadores. Narcotraficantes como el contador de Los Guerreros Unidos es uno de esos ejemplos. A Raúl Núñez Salgado, El Camperra, lo atrapó la Marina el 14 de octubre del 2014 cuando estaba en la calle muy tranquilo, recargado en su Nissan Advance 2012, platicando con alguien más que estaba a bordo de ese auto, en la calle de Hiram esquina con calle Cuatro en la colonia Icacos del puerto de Acapulco. Los marinos patrullaban en labores de rutina cuando El Camperra los vio, pero nada más verlos se echó a correr aunque fue atrapado por uno de los militares, quienes también recogieron una bolsa que Núñez Salgado había arrojado y que contenía 200 dosis de cocaína. El Camperra era un hombre discreto que podía pasar desapercibido en cualquier lugar si no abría la boca porque un detalle la adornaba. En uno de sus dientes se hizo grabar, caprichoso, la primera letra de su nombre y desde entonces, cuando sonreía, esa R emergía como una señal, al menos eso contaron los sicarios y halcones que trabaron relación con él, porque un examen médico, ya detenido, sólo describió tatuajes y equimosis en nalgas y región genital. En otras palabras, con diente grabado o no, alguien lo tundió en ese alboroto.

El Camperra no sabe ni le interesa la tipografía pero sí cuánto cobraba el subdirector de la policía municipal de Iguala a su organización, Francisco Salgado Valladares, a quien le daban 600 mil pesos mensuales para que los desparramara como quisiera, siempre y cuando los dejara trabajar.

A El Camperra le dio pena que lo atraparan así y dijo en declaración que sí, que lo habían asegurado mientras caminaba por el estacionamiento de un casino. Ambas quedaron asentadas pero de verdades no se podrá hablar cuando todo el expediente de la PGR se trata de una operación de encubrimiento que exculpa, entre otras, a las supermineras extranjeras cualquier de responsabilidad en todas las noches de Iguala, no sólo la última del 2014, que han sucedido en el país.

Y esto es por partes.

El día de su detención El Camperra, un jovenazo de 38 años, 1.72 metros y 76 kilogramos, estaba en Acapulco porque las cosas estaban calientes –los narcos en Iguala usan esa frase cuando algo los acongoja- y se había ido unos días al puerto a jugar en los casinos mientras todo se enfriaba. Pero llevaba droga, esas 200 dosis y también una buena cantidad de valor o desesperación, al final daba lo mismo, porque intentó desarmar a uno de los marinos en una lucha cuerpo a cuerpo que el contador terminó perdiendo porque se le echaron dos encima cuando ya casi tenía una de las armas en su poder.

Los marinos declararon adecuadamente 8 cuando lo presentaron ante la PGR en la ciudad de México, y sostuvieron que el pagador de las nóminas de Los Guerreros Unidos se rompió toda la cara cuando echó a correr porque tropezó y por eso presentaba los golpes que presentaba. También dijeron que cuando lo subieron a la unidad militar, El Camperra se arrojó, él solo –y es que iba a acusar a los marinos ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos- contra los barrotes y las protecciones. Eso mismo hizo todo el camino hasta la Ciudad de México, aunque también los marinos lo disculparon -un poco, solamente- diciendo consecuentes que el tráfico estaba muy pesado. Después, también recordaron que los trató de sobornar.

– Dénme la viada –les pidió suplicante, cuando se supo perdido.

– Negativo- respondieron bien formales los marinos cuando terminaron de escuchar que les daría 600 mil pesos mensuales, tanto dinero como al director de la policía de Iguala, pero nomás para ellos solos si se alineaban con él. El Caperra, que en el momento de la detención traía 970 pesos y siete dólares, jugó sus cartas y los marinos se limitaron a encerrarse en su “negativo” y a observar cómo, El Camperra solito, se rompía la madre contra barras y metales. No lo detuvieron y tampoco lo impidieron, pues ellos por qué, con tanto trabajo que les dio esa unidad 01 en la que patrullaban que hasta tirados los dejó en la carretera cuando se les ponchó una llanta y tuvieron que hacer malabares para cambiarla sin que el salvaje contador se les escapara o suicidara en una de ésas. Que El Camperra se lastimara solo es algo que nadie ha probado.

 

III

Quienes volvieron al trabajo el lunes 29 de septiembre del 2014 por la mañana, a la comandancia de Cocula, se percataron de que las patrullas habían cambiado de número. La RAM negra 306 tenía ahora el 502; a la RAM azul 305 le habían colocado el 501 y a la Sierra 302 le habían puesto el 500. Otra patrulla más, la unidad 303 quedó con el 503. Y con esto, dijo César Nava, quiso despistar a quienes lo investigaron luego.

Mientras oficiosos columnistas destrozaban las conclusiones del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) el 24 de abril del 2016, y se enzarzaban en discusiones sobre el costo de sus servicios -30 millones de pesos- o en las bélicas intenciones de esos expertos extranjeros para culpar sin piedad a la administración de Peña Nieto y su ejército por todo y porque sí, Iguala siguió cobrando su dosis diaria de sangre. El GIEI, más apto que la PGR y sus detractores, terminó su trabajo linchado por un sector de casi intelectuales orgánicos, cuya rabia no tendrá explicación sino hasta que se conozca algo más sobre ellos, aunque por ahora eso resulte innecesario. Para la mayor parte del país los investigadores cumplieron poniendo detalles donde no los había y si algo les faltó otro tendrá que hacerlo o quizás nunca se sepa. Por ahora no importa que el mapa de Guerrero apenas se perfile y en realidad sea una mancha negra o blanca, terra incognita sin coordenadas ni rosas de los vientos.

El superpolicía Tomás Zerón de Lucio, director general de la Agencia de Investigación Criminal dio la cara el 27 de abril del 2016 para explicar un video rescatado por el GIEI donde aparecen él y agentes de la PGR en compañía del sicario detenido, Agustín García El Chereje, a las orillas del río San Juan sin que en el expediente de las investigaciones conste el hecho. La cosa es, le dijeron los del GIEI a la PGR, que el hallazgo de restos humanos se realizó el 29 de octubre, un día después de su presencia en el río. ¿Qué hacía El Chereje un día antes, a la orilla del río? Eso no se sabrá porque Zerón de Lucio sólo aseguró, con su cara inalterable de inspector, que su actuación era legal y apegada a derecho. Y que había estado ese día porque investigaba, aunque violara lo elemental, como apuntó Salvador García Soto, columnista de El Universal, el 30 de abril del 2016: “Dos artículos de la Constitución, el 21 y el 20 en su apartado B, además de los artículos 2 y 3 del Código Federal de Procedimientos Penales y diversas disposiciones de la Ley Orgánica de la Procuraduría General de la República, fueron violados flagrantemente por el director de la Agencia de Investigación Criminal, Tomás Zerón de Lucio, al haber practicado una diligencia extraoficial en el caso Ayotzinapa, el 28 de octubre de 2014. Además de que no tenía facultades para practicar esa diligencia, Zerón trasladó sin autorización del Ministerio Público a un detenido que nunca tuvo asistencia legal, además de que tampoco tenía autoridad para dar órdenes a peritos que son auxiliares también del Ministerio Público”.

Amigo del ex procurador Jesús Murillo Karam pero más amigo de Genaro García Luna, ex secretario de Seguridad del ex presidente panista Felipe Calderón, el señor Zerón fue cesado en el 2007 del cargo de coordinador de Control Policial de la Policía Federal Preventiva cuando un comando de 50 hombres armados recorrió 400 kilómetros, en una incursión de película que terminó entre muertos y horror en Cananea. El señor Zerón y sus hombres nunca se dieron cuenta y García Luna lo despidió, aunque el cese le vino bien porque se cayó para arriba cuando logró “un acuerdo” por 3 millones de pesos como remuneración por ese despido. Este caso, el de Ayotzinapa ha cuestionado la capacidad del señor Zerón, considerado experto en Inteligencia, aunque en México se traduzca como vulgar espionaje, en lo que Zerón, ahí sí, es un experto.

La gran virtud de Tomás Zerón es ser primo 9 del ex procurador del Estado de México, Alfredo Castillo, con quien reforzó relaciones desde que trabajaron juntos en el esclarecimiento de la muerte de la niña Paulette Gebara, en Huixquilucan, Estado de México, en el 2010. Castillo, cada vez menos candidato a la gubernatura del Edomex después de aplacar Michoacán y meter a José Mireles a la cárcel, y ahora funcionario de escándalos en la Confederación Nacional Deportiva, conoce como nadie a las autodefensas y sabe cómo combatirlas. Ayotzinapa, igual que para Murillo Karam, ha construido para Tomás Zerón un monumento a su incapacidad.

Guerrero arde sin necesidad de combustible. Su fuego se alimenta por años de represión y ahora se pueden identificar dos bloques en pugna: un narcogobierno que agrupa a fuerzas de seguridad pública, incluyendo las militares y los intereses universales de las supermineras de capital privado, contra ejidatarios y campesinos dueños de tierras donde hay algo para extraer. Pero la confusión es enorme. El primer megabloque, cuya misión es la aniquilación de pueblos, también infiltra luchas sociales para socavarlas desde adentro. La confusión es tal que los líderes sociales terminan inculpados y, en el mejor de los casos, encarcelados antes que muertos, que al final es la solución por la que se opta comúnmente. En Chilpancingo se palpa eso como se vio el 29 de abril del 2016, cuando un enfrentamiento entre policías y el Consejo de Autotransporte de la Zona Centro y la Unión de Pueblos de la Sierra de Guerrero, que demandaban seguridad y condiciones para trabajar, dejó un muerto –un atropellado, innecesariamente- y 100 desaparecidos un día después de que los manifestantes fueran desalojados de la autopista del Sol, que bloquearon por ocho horas incomunicando el puerto de Acapulco. El gobierno de Guerrero dijo, luego de la refriega, que los manifestantes estaban infiltrados por grupos criminales y los acusó de disparar contra los granaderos, que hicieron por su parte 64 detenidos a cambio de cuatro heridos, uno de ellos grave un día después. Luego aparecieron todos, quién sabe por qué.

Los municipales de Cocula no fueron tan feroces en ese misterio de Iguala como decían que eran en sus currículas y que apuntaron entre ellos a 11 ex militares incrustados en la corporación. Desde el cautiverio que se ganaron en la PGR fingieron. Nadie conocía a El Chino, jefe de halcones de Los Guerreros Unidos, ni a El Chucky, el jefe de jefes del departamento de sicarios en Iguala, Mezcala y Cocula. Tampoco, jamás, oyeron de los hermanos Casarrubias, de El Gil o El Tigre, o de un tal comandante Valladares y menos de El Camperra, todos personajes, héroes inversos de una trama narcominera que socava Guerrero.

Feroces o no los policías de Cocula se llevaron a los estudiantes, los entregaron sin preguntar nada y fingieron enterarse hasta después, por las noticias en la tele y los diarios. Los que se quedaron en la comandancia se lavaron las manos. Los que no tenían permiso para portar armas se lavaron las manos. Los que no estuvieron se lavaron las manos, advertidos de todas maneras para no decir nada, para que también ellos no anduvieran preguntando. Y, sin criterio, todos dijeron actuar bajo órdenes de sus superiores.

Por eso en las bitácoras de Cocula del 26 y 27 de septiembre del 2014 se escribió “sin novedad” y por supuesto nunca dirían que para el 6 de octubre los policías estaban muertos de miedo porque ya había un montón de detenidos y la sensación general era de desaliento, que ya todo valía verga.

Tuvieron razón, porque enseguida cayeron ellos.

César Nava, el supuesto héroe de la esquina de Juan N. Álvarez y Periférico Norte era cualquier cosa menos eso. Llegó en el 2013 a trabajar a la policía de Cocula y el director de la policía, Salvador Bravo Bárcenas, lo contrató así nomás, dice él mismo, aunque luego se supo que los dos eran ex militares y tenían un pasado común. Nava terminó llenando la comandancia con su gente y consolidó un poder invisible desde el miedo y el reparto de dinero. Era poderoso y su poder le alcanzaba para tener alarifes como gendarmes pero también para sacar todas las armas, todas las municiones y pasarse por el arco del triunfo las órdenes de su superior junto con los permisos del 27 Batallón de Infantería para sesiones de tiro, por ejemplo. Nava se llevaba a todos los oficiales, armados hasta los dientes, para practicar donde él quería. Así, pronto se convirtió en jefe de jefes y al director Bravo Bárcenas, con todo y su salario de 8 mil pesos mensuales, le encontró un nuevo trabajo como figura decorativa.

– Mira, Bárcenas, a partir de este momento yo voy a tomar las decisiones de la policía –le dijo Nava al fin a su jefe, una mañana en la que se encerraron en el cuarto de armas para, justamente, disparar sus arsenales.

– ¿Por qué? ¡Si yo soy el director!- dijo Bárcenas.

– Esto es lo que más te conviene, ya tengo ubicada a tu familia- respondió Nava mientras sacaba su celular para mostrarle al denostado jefe fotos de sus hijos, de su casa, en fin, del miedo encarnado.

Bravo Bárcenas quedó petrificado y desde entonces se limitó a sentarse en su oficina porque César Nava tenía el control y había conseguido que la tropa se reportara con él. Sin embargo, el humillado director todavía hizo un intento, según él, para devolver el orden y acudió al 27 Batallón de Infantería, donde habló con un comandante, “el cual no recuerdo su nombre”. 10

– Tú no te preocupes –le dijo el militar- yo me hago cargo, a ver qué pasa.

Ese comandante cumplió su palabra y un buen día, una semana después, los soldados se presentaron en la estación de policía. Ahí separaron a Nava y su gente, Ysmael Palma, Pedro Flores, Ignacio Aceves y Jesús Parra y se los llevaron en las patrullas. Una hora después Nava y su camarilla estaban de vuelta. Nadie les había tocado un pelo. Lo que le dijeron los militares no se sabe aún qué fue, pero no cambión en nada la organización de aquella policía, que siguió en poder de Nava.

Bravo Bárcenas no estuvo en la comandancia desde el 26 de septiembre y se reincorporó a su acotada oficina el 29 de septiembre. Ahí, la operadora de la línea 066, María Helena Hidalgo Segura, le dijo que alguien del C4 había llamado preguntando si los policías de Cocula habían apoyado en el operativo. Ella les dijo que sí, pero les dijo que sí porque pensó que le preguntaban sobre los festejos de Apipilulco.

Metidas hasta el fondo las cuatro patas, los del C4 preguntaron también por los números de las patrullas porque reportes en la prensa ya hablaban de ellas y era inevitable seguir la pista. El subdirector César Nava había declarado que tenía una incapacidad médica la noche de los levantamientos, y efectivamente la tenía pero por otras razones. Ese documento se lo había conseguido Magaly Ortega Jiménez, la asesora jurídica de la Dirección de Seguridad Pública de Cocula, a quien encarcelaron el 24 de  enero del 2015, acusada de cambiar las fatigas, los roles de guardia, el parte de novedades y los números de las patrullas municipales. César Nava, en una llamada telefónica el 8 de octubre del 2014, le ordenaba lo anterior porque sabía que su nombre aparecía en todos esos documentos y quería borrar el rastro lo mejor que se pudiera. Magaly Ortega, obediente porque tenía miedo, dijo ella misma, lo hizo pero también hizo otras cosas.

– La doctora que elaboró la incapacidad es la coordinadora del Centro de Salud, de nombre Sugey, yo le conseguí tres incapacidades a César Nava por conducto de mi hermana Vanesa y la última incapacidad vence el 10 de noviembre del 2014, pero esas incapacidades son falsas y las conseguí por órdenes de César Nava para que lo quitara de las fatigas y del parte de novedades, ya que en esas incapacidades refieren que presenta una lesión en el pie pero eso es falso- dijo Magaly Ortega en su declaración. Según ella, quien estaba operando el servicio 066 el 26 de septiembre era María Elena Hidalgo, pero su nombre fue borrado por órdenes de Nava y en su lugar pusieron el de Xóchitl Guerrero, otra operadora. Esa declaración revelaba también un lío sentimental en aquel departamento porque la versión de Magaly Ortega involucró al jefe César Nava como amante de las dos operadoras.

– […] quiero agregar que la computadora donde se almacenaba toda la información de las cámaras, la semana pasada al parecer el día siete, se lo llevó el subcomandante Ignacio Aceves Rosales- terminó diciendo Magaly.

Los policías de Cocula vivieron el futuro en carne propia y se adelantaron año y medio a la mexiquense Ley Eruviel cuando decidieron que los normalistas de Ayotzinapa eran criminales que merecían ser levantados y desaparecidos, y cooperaron con sicarios de Los Guerreros Unidos y el equipo de policías de Los Bélicos de Iguala. Después dijeron sin criterio que sólo habían obedecido órdenes. Hasta la fecha ningún policía ha sido sentenciado y esperan que en poco tiempo puedan ser liberados porque no hay una prueba contundente que los ligue a los hechos, a pesar de las evidencias recabadas.

El periodista Carlos Fazio señala diciendo Estado de México pero refiriéndose a Guerrero, que estamos presenciando un “larvado proceso de fascistización del Estado” 11 cuando una propuesta como la Ley Eruviel ha podido ser aprobada por el Congreso mexiquense y ahora el espionaje, la tortura y las ejecuciones que realicen las fuerzas de seguridad serán legales. Porque ya se hacen pero esta vez tendrán su propio marco. De todas formas, las normales rurales son uno de los blancos principales de esta ley que, dijo el gobernador mexiquense Eruviel Ávila, era de exportación y debía ser implementada en el resto de los estados del país.

El 15 de octubre del 2014 los policías Antonio Morales González, Marco Antonio Segura Figueroa, Marco Jairo Tapia Adán, Ángel Antúnez Guzmán, Ismael Palma Mena, José Luis Morales Ramírez, Pedro Flores Ocampo, Ignacio Hidalgo Segura, Salvador Bravo Bárcenas y Alfredo Alonso Dorantes fueron notificados de “su inmediata libertad con las reservas de la ley”. 12

Cocula está ahí, haciéndole sombra a la minera Media Luna, que por su parte nunca dejó de extraer y hasta más, halló otro emprendimiento que le asegurará la explotación de la zona hasta que se termine lo que haya que llevarse. Y, entonces sí, quienes la han protegido tendrán que abrir los ojos, aunque siempre será demasiado tarde y verán que no todo lo que brilla es oro.

No, no todo, porque a veces ese brillo será radiactivo.

 

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1 Este texto se realizó gracias a la participación directa de Francisco Cruz Jiménez y Félix Santana Ángeles. El crédito del reportaje es, por partes iguales, también para ellos.

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2 Comparecencia del probable responsable Julio César Mateos Rosales, 14 de octubre del 2014, A.P. PGR/SEIDO/UEIDMS/816/2014, Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada de la Procuraduría General de la República.

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3 http://eldictamendeguerrero.blogspot.mx/2016/04/segundo-aviso-urgente-toda-la.html

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4 “Bernardino Hernández, el fotógrafo del Acapulco ‘bloody”. http://noticieroaca.blogspot.mx/2013/05/bernardino-hernandez-el-fotografo-del.html. Noticiero Aca.

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5 “Inauguran Media Luna y Rosario Robles nueva mina en Cocula”, nota sin firma de la Agencia Periodística de Investigación de Guerrero, API, consultada el 28 de abril del 2016.

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6 Declaración del inculpado César Yáñez Castro, del 14 de octubre del 2014. A.P. PGR/SEIDO/UEIDMS/816/2014, Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada de la Procuraduría General de la República.

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7 Parte de este reportaje está armado con las declaraciones de los policías de Cocula, Jesús Parra Arroyo, José Antonio Flores Train, Juan de la Puente Medina, César Nava, Roberto Pedrote Nava, Alberto Aceves Serrano, Joaquín Lagunas Franco, Jorge Luis Manjarrez Miranda, Óscar Veleros Segura, Ignacio Aceves Rosales, Antonio Morales González, Marco Jairo Tapia Adán, Marco Antonio Segura Figueroa, Wilber Barrios Ureña, Pedro Flores Ocampo, Ángel Antúnez Guzmán, Ysmael Palma Mena, Ignacio Hidalgo Segura, José Luis Morales Ramírez, Salvador Bravo Bárcenas, Arturo Reyes Barrera, Alfredo Alonso Dorantes, Nelson Román Rodríguez

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8 Acuerdo de recepción de puesta a disposición de Raúl Núñez Salgado ante la Unidad Especializada en Investigación de Delitos en Materia de Secuestro, Expediente  A.P.: PGR/SEIDO/UEIDMS/816/2014.

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9 Columna Se dice Que… del diario electrónico Alfa de Toluca, Estado de México, del 29 de abril del 2016. http://www.alfadiario.com.mx/articulo/2016-04-29/64967/se-dice-que

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10 Declaración ministerial de Salvador Bravo Bárcenas el 15 de octubre del 2014 ante Juan Eustorgio Sánchez Conde, agente del Ministerio Público de la Federación adscrito a la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada, de la Unidad Especializada en Investigación de Delitos en Materia de Secuestro de la Procuraduría General de la República, anexada al Expediente A.P.: PGR/SEIDO/UEIDMS/816/2014.

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11 Conferencia en Casa Lamm de la ciudad de México el 2 de mayo del 2016.

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12 Notificación de libertad con las reservas de ley. Unidad Especializada en Investigación de Delitos en Materia de Secuestro de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada. Expediente PGRlSEIDO/UEIDMS/816/2014.

La esquina de Juan N. Álvarez

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