Bajo mundo

* Están los gángsters y Toluca tiene los suyos, disfrazados desde la prominencia de los apellidos, que parecen sacados de novelas policiacas o lagos hemáticos originados de huesos, caras rotas y miembros amputados. Los apellidos gangsteriles en Toluca están ligados al Parque Líbano, inaugurado en marzo del 2015, y que costó 28 millones de pesos, donde hay una placa que contiene el nombre de cada uno de los libaneses distinguidos que habitan la ciudad o lo hicieron. Todos, o casi todos, están ligados a actos de corrupción.

 

Miguel Alvarado

Toluca, México; 7 de noviembre del 2016. Un hombre ha asesinado a cuatro asaltantes, una mujer entre ellos, que subieron a un camión de pasajeros que salió de San Mateo Atenco, en el Estado de México, con rumbo a la ciudad de México, y que a la altura de la Marquesa, sobre una de las carreteras más caras del mundo, desvalijaron a todos, el 31 de octubre del 2016. Nadie se hubiera enterado de nada si los cuerpos de los asaltantes no hubieran aparecido tirados en el asfalto, con un tiro en la cabeza cada uno, ultimados por alguien que no los dejó escapar ni llevarse nada. “Es militar”, dijeron comandantes del Estado de México mientras almorzaban en el centro de Toluca, al otro día, y se reían por lo bajo de la versión pública que la Procuraduría del Estado de México soltaba cuando intentó esclarecer los homicidios. Son cuatro más, pero desde esa comunicación de la oficialidad esta vez había un justiciero que, harto de la inseguridad, había actuado por cuenta propia y defendido lo suyo y lo de los otros. La figura de un anti-héroe se construyó desde todas las taras de las redes sociales y hasta se aprovechó la ingenua mala leche de políticos como el senador panista Jorge Luis Preciado, quien dijo desaforado que se trataba de legítima defensa. El tirador les disparó antes de que ellos pudieran escapar y siguió haciéndolo cuando bajaron e intentaron el escape. Todo esto a las seis de la mañana, a la altura del kilómetro 38 en esa autopista, unas de las 17 concesiones que opera la empresa Promotora y Operadora de Infraestructura, S.A.B. de C.V, Pinfra, encabezada por David Peñaloza Alanís, de 42 años y que ingresó recientemente a la lista de multimillonarios de México, por los mil 600 millones de dólares en los que la revista Forbes calcula su fortuna personal. Esa autopista, por cuyo trazo otro gigante de la construcción, OHL, construye un tren interurbano, tiene ya sus primeros conflictos con comuneros y propietarios de tierras que no están de acuerdo en ser pulverizados por estos proyectos. Un espacio a punto de convertirse en tierra de nadie no conviene sino a quienes necesitan pasar por ahí, como ha sucedido en Guerrero, en el Cinturón del Oro, o en la cruenta Oaxaca, porque en Nochixtlán, por ejemplo, se encuentra uno de los yacimientos de uranio más importantes del país. Aquí en la Marquesa no hay nada, sólo tierra y un plan transexenal que convertirá las orillas de esa carretera y su tren en un corredor comercial condenado desde ahora a la pobreza más extrema, disfrazada de desarrollo, como sucede en Naucalpan, Ecatepec y Cuautitlán Izcalli.

Pronto el ejemplo del justiciero cundió. Días después otro asaltante fue ejecutado por un motociclista, porque acompañado de uno de los agraviados, alcanzó a los delincuentes y a balazos le quitó a uno la sonrisa. La Marquesa está en un lugar donde, dice el reportero Pablo Ferri, “el robo al transporte público es uno de los problemas más graves que afronta el Estado de México, el más poblado del país. Aunque el Gobierno de la entidad no ofrece datos concretos, el estado ha registrado más de 26.000 denuncias por robos violentos en los primeros nueve meses del año. En números absolutos, el Estado de México es el más peligroso del país. Además del alza en los asesinatos, otros delitos de alto impacto como el secuestro o la extorsión también aumentan. Si en todo 2015 se denunciaron 187 secuestros, en septiembre de este año ya se contaban 204; en los primeros nueve meses de 2016 se han registrado 635 denuncias por extorsión, 27 menos que en todo 2015”.

Un recuento abunda más: 19 asaltantes muertos a manos de sus víctimas mexiquenses.

Todavía el 6 de noviembre del 2016, en el municipio de Nicolás Romero, un presunto asaltante fue rociado de gasolina y sus piernas incineradas antes de recibir un balazo en la mandíbula, cuando vecinos de la colonia Vicente Guerrero reportaron que había sido acusado por robo.

“Yo apoyo al Vengador Anónimo”, “No queremos saber su identidad”, “Queremos que lo dejen en paz”, “Queremos que mejor busquen a Javier Duarte, a violadores, secuestradores, asaltantes y políticos corruptos”, dicen pósters colgados en muros de Facebook, que replican inverosímiles entrevistas con el supuesto vengador, quien dice con voz adulterada que está arrepentido de lo que hizo pero que al mismo tiempo no lo está.

¿Y si nada de esto fuera cierto?

Tlatlaya, uno de los municipios mexiquenses más violentos, es un ejemplo de venganza aplaudida. Allá, militares asesinaron a 22 personas a quienes se hizo pasar por narcotraficantes. No todos lo eran –al menos tres estaban involucrados con el narco- porque se trataba de opositores a megaproyectos mineros que tarde o temprano socavarán ese municipio para extraer oro desde concesiones ya legalizadas que han condenado a la desaparición a la cabecera. Ellos compraron armas al ejército y después, durante la entrega, fueron ejecutados. Nadie puede probarlo aún y ahora los soldados acusados han sido absueltos. Los héroes castrenses están a salvo y podrán continuar su lucha desasosegada contra el narco, que en regiones bañadas por oro, uranio y titanio, encontró que las mineras son capaces de enfrentar, doblegar y transformar a sicariatos locales para que trabajen para ellos como paramilitares.

El justiciero fantasma de la Marquesa bajó del camión ensangrentado, minutos después, y nadie supo nada de él, luego de eso. La población enfrentada contra sí misma halló en la incapacidad policiaca, en la impunidad, el argumento incontestable de la autodefensa, igual pero diferente de lo que sucede en Guerrero o Michoacán porque en el centro del país se actúa solo, reaccionado de repente. Armada, una sociedad crucificada hace décadas pero necesitada de revancha hace justicia desde linchamientos y ejecuciones pero la rabia nada puede hacer cuando se trata de desfalcos como el que el ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte, logró fabular, y que supera los 180 mil millones de pesos. La justicia a ras de calle tiene un límite: la calle misma.

Jugarle al vergas, dicen en el sur mexiquense, cuando por ejemplo alguien habla de los soldados.

 

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Están los gángsters y Toluca tiene los suyos, disfrazados desde la prominencia de los apellidos, que parecen sacados de novelas policiacas o lagos hemáticos originados de huesos, caras rotas y miembros amputados. Los apellidos gangsteriles en Toluca están ligados al Parque Líbano, inaugurado en marzo del 2015, y que costó 28 millones de pesos, donde hay una placa que contiene el nombre de cada uno de los libaneses distinguidos que habitan la ciudad o lo hicieron. Todos, o casi todos, están ligados a actos de corrupción. Allí están los apellidos de Chuayffet o Libién, entre muchos otros, que como una corrosión dan realce al parque aquel que hasta cascadas consiguió.

 

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Empieza así, ¿no? Tu mano en mi mano y una cámara fotográfica. Uno que llega y el otro que espera pero aguarda caminando, escuchando en sentido inverso, entonces, con los corazones a la derecha por mal latidos.

Pero así empieza, el 15 de septiembre del 2016, cuando una toma televisiva mostraba al presiente Enrique Peña y toda su familia en el balcón del Palacio de Gobierno, en la ciudad de México. Con su cara larga, de burro, por ejemplo, en realidad de hombre achacoso y sostenido en el ritmo del hombre más importante por milagros médicos y otros menos comerciales. Empieza cuando la Gaviota, su esposa por encargo de Televisa, la actriz Angélica Rivera, se acerca y algo le dice al oído. Peña, el hombre que no puede evitar torpezas porque nació flojo, acaba de decirle a su mujer, frente a la cámara, que espere, que no lo moleste ahora. Se descompone, sólo un poco cuando ella intenta decirle algo desde su entallado vestido azul y que ha reciclado para que vean los mexicanos cuánto se ahorran nomás por ese gesto.

Ella se retira y esta vez la actuación no le sale. Los años en la escuela de Televisa no le han servido de nada cuando se trata de la vida real. Otra vez se ofusca. Otra vez lo odia porque por qué ahora, tan bien que iba todo en ese balcón tan largo como esa familia y sus ajuares deslumbrantes. Ella se aleja, entonces, unos centímetros aunque lo que quiere es echarse a correr o, mejor, echar al marido por el balcón en un arrebato. Una mano posada en la espalda del presidente hace que en la sala se conjeture, entre risas, las intenciones antipolíticas de la Gaviota. Pero en las tomas de frente la Gaviota, agraviada de muerte, se retira un poco de su príncipe azul y en su rostro y en sus arrugas bien llevadas se forma una mueca que apenas es rechazada, una que le dice a su marido y a todo el país algo que nadie puede descifrar pero que todos entienden. La boca, pequeña pero avinagrada de la Gaviota deja salir el aire y entonces dice lo que dice, sabiéndose advenediza en ese palco del pueblo, al que la obligan a ir.

– Órale –dice entonces La Gaviota a Peña, lo más claro que puede, para que la oigan y sepan. Órale, para que se entere de que esa noche será esa noche, sin esperanza para quien ha terminado de vender todo lo que lleve título de bien público. Segundos después la Gaviota recompone y se acerca entonces a su otro lado, el izquierdo, donde no tiene el corazón. Se hace a la izquierda porque allí está el otro Enrique, el hijo petimetre del presidente, que esa noche va de traje y toda su guapura se le desparrama por los cachetes de rico que ya cultiva. La Gaviota le dice algo, quizás lo mismo que al otro, y esta vez obtiene lo que quiere: una sonrisa, aunque nada más funcione para que también, con ese gesto inverso de inverosímil desvergüenza ella se aparte y lo deje tranquilo.

Rivera y su apodo de ave no caben en ese balcón, sobre la plancha del Zócalo ni cabrán ya en las pantallas de televisión donde se hizo linda sabiéndose nula actriz. Las hijas de Mónica Pretelini están allí también, competitivas, desdeñosas, petulantes y casi hermosas. Nadie les dice nada porque son parte del torpe poder que ha dirigido a México los últimos cuatro años y se ríen entre ellas porque para eso están, para reírse de todos. Entonces sus risas televisadas son convertidas por los conductores de este Grito patrio en algo dulce, algo hermoso como un pan dorado o unas enchiladas verdes.

Algo así como lo que la plebe come.

Y órale.

 

*

Pero todo comienza en el balcón de la Gaviota. En realidad -es un decir- todo termina ahí cuando la tele se apaga y las luces de los cuetes a lo lejos atruenan la noche más mexicana para este país y sus condenados.

En Toluca ya pocos se acuerdan de Lord Rolls Royce, Emir Garduño Montalvo, preso por incontrolable y golpeador, por gañán o ganapán más que por defraudador o por sus sospechosas actividades que le dan de comer y para un par de Ferrari. Ni siquiera su pistola lo ha condenado o los disparos que hizo con ella.

Los Ferrari paseaban por la ciudad, los dos al mismo tiempo, antes de que detuvieran al tal Montalvo y se estacionaban en la avenida Carranza, en la zona de los bares, antes de llegar a Colón. Allí, un gordo enorme se bajaba y compraba hamburguesas escandalosas, refrescos de refil llenando los vasos una y otra vez. Mientras eso, los guardaespaldas esperaban estorbando la calle con sus cuerpos y uno, el que pasaba, se preguntaba por esos pequeños deportivos, tan iguales a un sedán cuando se ignora todo del Enzo y Maranello.

– Esos carros son de Montalvo –dice alguien en la mesa, como si fueran el patrimonio local de la ciudad. Se convirtieron, eso sí, en algo más que eso, violentos portadores de armas, comedores compulsivos y atletas apenas competitivos de medio fondo cuyos esfuerzos eran lo mismo en los círculos políticos. Jair, el hermano delgado de Emir, es primer regidor en el municipio de Metepec, uno de los más corruptos en el Estado de México.

Emir, para hacerse el importante, exhibió ya preso contratos con el PRI que le adjudicaban 150 millones de pesos en una década. De ligas menores hasta en eso, a Lord Rolls Royce le falló la intimidación y si bien pudo levantar algún escándalo pronto fue silenciado por sus propios patrocinadores. “No es cierto”, dijeron desde el PRI del Estado de México y con eso bastó para acallar lo que seguía, porque lo que seguía era involucrar al gobernador mexiquense, Eruviel Ávila, en esos negocios y de paso embarrar la campaña de Peña Nieto cuando ganó las elecciones locales del Estado de México, en el 2005.

Llegado el momento, Montalvo será, de todas maneras, un tema electoral.

Ya nadie se acuerda de otro lord, a quien algunos le dicen todavía Don Miled, amo y señor del underworld de la ciudad, porque aunque nadie lo crea hay uno que se ha desarrollado con los años hasta hacerse pasar por normal porque se niega, así como el narcotráfico desde la política o la guerrilla, cada vez más organizada pero sin fuerza, en las delegaciones municipales.

Toluca tiene sus gángster y usan, como Lord Rolls Royce, autos largos y complicados para recorrer la ciudad amedrentando. La familia Libién es una de las principales. Dos hermanos, Miled y Naim Libién Kaui se hicieron millonarios prestando al gobierno todo tipo de servicios desde sus periódicos, por otro lado inservibles productos que no contaron, -pues cómo- la historia de las familias toluqueñas relacionadas con la violenta Huetamo, en Michoacán, en el Triángulo de la Brecha, en los límites con Ciudad Altamirano.

Naim, dueño del diario Unomasuno, fue detenido el 9 de septiembre del 2016 por defraudación fiscal y su hijo, Naim Libién Tella, fue identificado por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos como facilitador de tráfico de narcóticos de la banda de Los Cuinis, aliados del cártel de Jalisco Nueva Generación.

Es historia el episodio que narra una vieja crónica de El Sol de Toluca, escrita por las reporteras Rosa María Coyotécatl y Magdalena Santiago, la masacre que las familias de Simón Yamín y Miled Libién Santiago, pero no deja de ser aleccionadora. El 8 de mayo de 1997 esas familias saltaban a la primera plana de los periódicos que no controlaban –unos dicen que eran 6 de los 14 que había en Toluca, desde las editoriales Yasi y Grupo Miled- salpicando a la vera con su sangre y la de otros. Todo sucedió en el tercer piso del edifico de Grupo Miled, que publicaba los diarios ABC, Express Deportivo, El Mañana y El Vespertino que, dicen quienes pudieron trabajar ahí aguantando con poca paga o sin ella, recolectaba las notas de otros medios para injertarlas en sus páginas, sin importar que tuvieran 24 horas publicadas. Los Miled tenía otros negocios para apuntalar su escaso criterio periodístico y uno de ellos era un prostíbulo, el Safari.

Allí, a ese tercer piso, llegó Simón Yamín acompañado por su chofer, cerca de la medianoche, para reclamar a Don Miled Libién Kawi, el poder encarnado del trastupije y la cachaza, por viejas rencillas que agraviaban el apellido del enojado.

La familia Yamín era poderosa y publicaba los diarios Ocho Columnas, la Tarde del Ocho, Semblanza, De Par en Par y el semanario Parabólico. Nadie sabía cómo lo hacían pero eso, lo mismo que a sus rivales, les daba para mucho más que comer medianamente.

Simón llegó a la sala de juntas, donde estaban Don Miled y su hijo, Miled Libién Santiago, acompañados por el gerente, Guillermo Padilla Cruz, y otro empleado, Sergio Camacho García, eligiendo las notas para sus ediciones, y abrió la puerta violentamente. Lo primero que hizo Simón Yamín cuando se vio adentro, fue disparar sobre el viejo Miled Libién, quien apenas tuvo la suerte de no morir. No alcanzaba el tiempo para nada, con por lo menos un muerto en esa sala de juntas pero sí alcanzó para que el viejo Miled se diera a la fuga, dejando a los otros, su hijo herido junto con ellos.

A Miled Libién Santiago, el hijo de Don Miled, le metieron dos balazos en las piernas y un tiro en el abdomen. Las piernas poco importaban cuando el otro disparo lo desangraba casi hasta la muerte. De 33 años apenas, alguien decidió llevarlo al Sanatorio Toluca, propiedad justamente de los Yamín, pero su juventud no le alcanzó para resistir y una hora y media después moría en ese nosocomio. A las dos de la mañana el cuerpo de Simón fue trasladado al Semefo, donde sus familiares lo reconocieron por última vez. Lo llevaron rápido porque los parientes del muerto se habían movilizado rumbo al Sanatorio Toluca para vengar la muerte de su pariente y aquello prometía un mayúsculo baño de sangre. La balacera había durado media hora, según los detenidos y algunos testigos, en el edificio 1337 en la calle de Hidalgo oriente, donde Don Miled tenía sus oficinas.

Para el 10 de mayo de 1997 una foto del El Sol de Toluca mostraba el cuerpo de Simón en una ambulancia, envuelto en una alfombra verde, con el pecho callado, menguado para siempre. Un dejo de burla se filtró en el pie explicativo de aquella gráfica, que reflejaba la indignación por los atropellos cometidos por esas familias, que la noche de la balacera ellos mismos se habían encargado de cobrar. “En camilla, el cuerpo inerte de Simón Yamín, cuando fue sacado antenoche del consorcio-cabaret-periódico y radiodifusora donde ocurrió la balacera”.

El 9 de mayo eran enterrados “los ricos herederos” entre un operativo de seguridad que cerró las calles de media ciudad y que envió, por mandato del entonces gobernador César Camacho Quiroz, al hijo de Miled al Panteón General de Toluca y a Simón Yamín a otro camposanto. “Hay que poner a cada uno en su lugar”, dijo en su momento Camacho, luego de ser enterado que dos de sus principales aliados comerciales habían arreglado cruentamente sus cuentas personales.

El funeral de Libién duró apenas seis horas, en la Funeraria López, a donde llegaron los alcaldes priistas Armando Garduño y Silvia Mondragón, de Toluca y Metepec, respectivamente; la senadora Laura Pavón Jaramillo, ex alcadesa de la ciudad, acompañada de Manuel Cadena Morales -ex secretario estatal de Arturo Montiel Rojas- y de Mauricio Valdez. “El poder económico de la familia Libién, que controlaba hoteles, restaurantes, medios radiofónicos y centros nocturnos quedó de manifiesto en el ostentoso dispositivo de seguridad desplegado durante el cortejo fúnebre”, escribían las reporteras.

La avenida Morelos, la más importante de la ciudad, fue cerrada una hora por policías con metralleta, a las cuatro de la tarde y el cortejo fue encabezado por dos autos repletos de guaruras, dos patrullas de la policía judicial y dos motocicletas.

“Atrás, imponente, llegó la carroza fúnebre con los restos del heredero de Miled Libien Kaui, quien junto con su esposa, hijos y familiares cercanos descendió de una camioneta Cheyenne último modelo, con vidrios polarizados”.

Todo el trayecto a pie fueron resguardados por guardaespaldas y hasta un helicóptero de la Dirección General de Policía y Tránsito sobrevoló el panteón. La comunidad libanesa, la misma que años después inauguraría su propio parque temático, se decidió sin embargo por los Yamín, que enterraban a Simón una hora después, en el cementerio privado Jardines del Descanso, en el poblado cercano de Cacalomacán. Allí estaban José Yamín, presidente fundador del consorcio periodístico, la familia Curi, los Abraham Jalil, los Abraham Fauré, los Maccse, los Naime, mezclados con representantes de Alfredo del Mazo González.

La radiodifusora de Miled, Superestéreo Miled dijo desde entonces que el responsable de la matanza era José Yamín, que había ordenado un asalto sin razón, aunque la averiguación previa TOL/HLM/I/1055/97 decía otra cosa, lo mismo que las versiones rescatadas por la reportera Coyotécatl, donde el capitán de meseros del restorán La Cabaña Suiza, contaba las razones de aquella balacera. Eladio Ramos habló y habló hasta donde sus dotes de observador le alcanzaron, y con todo y las limitaciones que Ramos pudo tener, logró armar una escena donde, a las 15:30 se sentaban a la mesa José Yamín Davihe y sus hijos, José y Simón; también estaban los hermanos Naim y Miled Libién Kaui, junto con el notario Franklin Libién y una persona más.

Fueron tres horas y media donde comieron, bebieron y hablaron.

Pero Naim y Franklin comenzaron con las ensoñaciones. Recordaron, entre vapores, las viejas épocas de los ahí presentes. No escatimaron historias de rencillas y las diferencias que en algún momento distanciaron a Miled y a los Yamín. Si sólo se hubieran dedicado a tomar las cosas serían distintas y aunque Miled, Naim y Franklin se retiraron a las 7 de la noche, el resto se quedó para aguantar desde aguas agitadas la turbulencia de la memoria. La tolerancia, sin embargo, se terminó a las 22 horas cuando Simón Yamín, embebido en esa plática, recordó quién sabe por qué las afrentas que su padre se tragó por años y culpó a Don Miled. Simón Yamín salió entonces del restorán, uno de los más caros y exclusivos por aquellos tiempos y en compañía de su chofer, Tomás Galindo Peña, fue a su casa por un arma.

Otro participante, Cristóbal Dávila González, declaró que Yamín Sesín le dijo a sus ayudantes que sacaran el carro del restorán donde comían: “rápido, rápido, Miled me las va a pagar, lo voy a bajar de los güevos”.

No le faltaron, entonces, las razones y el joven Yamín se preparó para su particular y desaforada guerra. Alguien lo vio portando una escopeta. Y en la otra mano, una carrillera. El capitán de meseros constató lo anterior pero la balacera la describieron los sobrevivientes. Simón Yamín se dirigió al edificio 1337 de la avenida Hidalgo y se encaramó a las escalares. Buscaba el segundo piso y cuando lo encontró abrió la puerta de la sala de juntas de Don Miled y arrojó su metralla. Antes logró tomar como rehén a uno de los guaruras de los rivales. Iba por el viejo Miled y ese guardia le sirvió como escudo y llave para saber a donde iba. Confirmó que su objetivo se encontraba en el lugar y, entonces sí, abrió al estilo del salvaje oeste, de una patada. Arrojó a su rehén pero el hijo de Miled ya lo esperaba con su propia arma, una escopeta y con un disparo lo mató casi instantáneamente. Antes de ser abatido, Yamín destrozó ventanales y muebles pero no pudo lograr su objetivo. Fue su chofer, Tomás Galindo, quien se encargó de vengarlo porque al ver caer a su jefe, disparó contra el heredero de esa peculiar redacción-cabaret. Entonces Don Miled actuó como siempre actuaba y, sacando su arma, hirió a Tomás. Luego los propios guardaespaldas recordarían que Yamín había alcanzado a forcejear con Don Miled y que hasta alcanzó a amenazarlo diciéndole que “a mi padre no lo ofendes y de rodillas vas a pedir perdón”. Pero Don Miled, a pesar de su edad, esquivó el arma y se abrazó a Yamín.

Y luego los disparos.

La carnicería se evitó porque alguien se do cuenta de que en esa oficina de roba-planas había un muerto y dos heridos. Don Miled se largó en cuanto pudo recuperarse pero las versiones sobre los hechos se hicieron todavía más tenebrosas. Que había de por medio una maleta, que no, que eran dos maletas de contenidos misteriosos, que la escopeta era calibre .12 y la pistola una .22.

Tomás Galindo, el chofer, declaró haber visto disparar a Santiago Libién contra Yamín, pero al primero, en descargo de nada, le hallaron seis balas en el cuerpo, del calibre .380.

 

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Don Miled Libién Kaui, en el 2016, era relacionado con Lord Rolls Royce como uno de sus socios. Otro hijo de Don Miled se dio a conocer en todo México, también ese mismo año y Raúl Libién es hoy Lord Me la pelas.

Bajo mundo

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